martes, 28 de abril de 2020

Escrito durante el coronavirus 43


No conocí personalmente a Michael Robinson y no soy aficionado al fútbol, ni al deporte en general, así que tampoco le he seguido mucho en su carrera como periodista deportivo, pero me ha apenado la noticia de su muerte, más de lo que hubiera supuesto. Supongo que porque era una persona que caía muy bien, cercana, jovial, con la que todo el mundo se sentía como en familia. Por eso hoy se manifiesta un pesar unánime en los medios de comunicación y redes sociales.

Pero he leído algo que no me ha gustado. Algunas de las personas que han manifestado su dolor han añadido cosas como que había luchado contra el cáncer, o que no ha podido vencer al cáncer. Es una forma de hablar que se está volviendo demasiado habitual y que me irrita profundamente. La enfermedad, el cáncer en particular, como una especie de deporte. Si te toca padecer una grave enfermedad, parece que entras en una competición en la que tienes que esforzarte mucho para superarla. Si lo logras, consigues el aplauso del público y que te traten como un campeón. Si no lo logras, mueres bajo la sospecha de que eres un perdedor. No te empeñaste lo suficiente, o no lo hiciste bien. Me temo que no es solo una forma de hablar, que responde a ciertas ideas subyacentes muy extendidas. Si te va mal, la culpa es tuya. Si eres pobre, es que no trabajas lo suficiente para salir de la pobreza. Si eres infeliz, es que te lo estás montando muy mal, tienes que cambiar de rollo. Si estás enfermo, lucha. Los libros de autoayuda, otra de las pandemias de nuestra época, están repletos de esta ideología. Si eres pobre, si eres feo, si eres tonto, si eres desgraciado, es porque todavía no has comprado el libro adecuado y puesto en práctica los consejos que te damos. Autoayúdate, porque tus problemas proceden de ti mismo y solo tú los puedes solucionar. No le eches la culpa a nadie ni nada más, ni el destino, ni la naturaleza, ni la mala suerte, ni la sociedad, ni tu familia, ni tus amigos, ni Dios, ni un virus, ni un estafador, tus desgracias son tuyas. De algún modo, la ideología de la autoyuda retoma un pensamiento muy arcaico, las desgracias como castigo divino, que podemos encontrar en el Antiguo Testamento y en muchos otros textos antiguos. Si te portas mal, recibes un castigo. Si te portas bien, eres premiado. Si comes del fruto prohibido, te expulsan del paraíso, tienes que ganar el pan con el sudor de tu frente y parir con dolor. Si eres bueno, recibes riqueza, tienes muchos hijos y alcanzas una feliz vejez. Una concepción rechazada por el Nuevo Testamento (“Aquellos dieciocho sobre los cuales se derrumbó la torre de Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que el resto de los habitantes de Jerusalén?”, Lucas 13,4), pero da igual. Son más bonitas las cosas antiguas, sobre todo si las catalogamos como antigüedad, tradición o vintage.

Me ha gustado encontrar en la prensa de hoy lo que decía recientemente Rosa María Sardá, entrevistada por Jordi Évole, sobre la enfermedad que padece: “Yo no lucho contra nada, no se lucha contra el cáncer, el cáncer es invencible. Es una cuestión de que los que se ocupan de ti tengan más o menos tino al programar unas ciertas medicaciones”. La enfermedad no es un deporte. Suele ser cuestión de mala suerte. Incluso enfermedades como el cáncer de pulmón, que tienen mucho que ver con el vicio de fumar. Muchos fumadores mueren por su causa, como mi padre, pero otros tienen suerte y se libran, como Santiago Carrillo, que vivió hasta los 97 años sin dejar de fumar y que murió plácidamente durmiendo la siesta porque su corazón decidió pararse.

Los miles de muertos por el coronavirus no han perdido ninguna competición. Tuvieron la desgracia de contraer el bicho, y algunos la doble desgracia de que nadie los atendió y murieron en una residencia de ancianos. Los que han enfermado y se han curado han tenido más suerte, y buena parte de su curación hay que atribuirla al sistema sanitario y al esfuerzo de otros. Los que parece que, de momento, no nos hemos contagiado no somos mejores ni hemos hecho más méritos. Enfermar, o ser pobre, suele tener más que ver con una circunstancia ajena a nuestra voluntad o a nuestro esfuerzo, como haber nacido en Wuham, en Pamplona, en Estocolmo o en Burundi.

Michael Robinson triunfó en muchas competiciones, en otras perdió, pero el cáncer no fue una de ellas. Descanse en paz.


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