martes, 15 de mayo de 2018

Puigdemont, Girauta e Israel

A algunos ha provocado sorpresa y escándalo que Carles Puigdemont, líder de Junts per Catalunya, y Juan Carlos Girauta, portavoz de Ciudadanos en el Congreso, hayan coincidido en sendos tuits en alabar y celebrar el 70 aniversario de la proclamación del Estado de Israel. Aparentemente, no caben dos formaciones políticas más contrapuestas y enfrentadas que las dos que representan los susodichos.


Pero la cosa tiene bastante lógica. Todo nacionalismo necesita de otro u otros nacionalismos opuestos a los que combatir y con cuyo discurso se retroalimenta. Pero, en el fondo, nada más parecido a un nacionalismo que otro nacionalismo, aunque sea su enemigo. Comparten las creencias básicas: la nación (aunque no sea la misma y, por ello, o se impone una o se impone la otra), la soberanía, la unidad de destino, de cultura, de lengua. El nacionalismo catalán de JxCat y el nacionalismo español de Cs se necesitan y comparten más de lo que suponen. Incluyendo sus simpatías por el sionismo, en lo que coinciden con muchos otros nacionalismos.

El historiador británico Adrian Hastings (La construcción de las nacionalidades. Etnicidad, religión y nacionalismo, 2000) ya explicó que la teoría del nacionalismo se elabora en el Occidente cristiano tomando como ejemplo al pueblo israelita del Antiguo Testamento, "un modelo evolucionado de lo que significa ser una nación: una unidad de personas, idioma, religión, territorio y gobierno". El modelo de nación que ofrece la Biblia se difunde gracias a sus traducciones, ya que el cristianismo, careciendo de una lengua sagrada, vierte las Escrituras primero del hebreo y arameo al griego, luego al latín, y después, sobre todo tras la Reforma protestante, a todas las lenguas vernáculas. Cada nación -a quien Dios, como en el suceso de Pentecostés, habla en su propia lengua- se identifica a sí misma como el pueblo elegido e interpreta su pasado como una historia de salvación. Las iglesias estatales autocefálicas y el clero, depositario de la cultura y difusor de las traducciones de la Biblia, son factores decisivos en la Edad Moderna para la creación de las identidades colectivas que desembocarán en los diversos nacionalismos de los siglos XIX y XX.

Curiosamente, esas ideas nacionalistas inspiradas por el pueblo judío de la Antiguedad bíblica son recogidas también por la comunidad judía de fines del siglo XIX, una comunidad que presenta la particularidad de no estar asentada en un país determinado sino enormemente dispersa por todo el mundo y, por eso, una de sus principales preocupaciones será disponer de un territorio propio sobre el que edificar su nación soberana. No extraña que optara por la reconquista de la misma Tierra Prometida del Antiguo Testamento, Palestina... pasando por alto el pequeño detalle de que esa tierra había tenido durante siglos –además de una pequeña minoría judía- otros habitantes: los palestinos.

El sionismo tiene como fin último constituir una comunidad política ligada por lazos de sangre –los descendientes de las doce tribus de Israel-, religión y lengua, pura, exclusiva y excluyente, un "nosotros" que oponer a los "otros", los árabes, los gentiles, los extraños, los filisteos; un "nosotros" poseedor de la verdad y de la razón al ser el pueblo elegido. Un grupo humano que por haber sido víctima de innumerables abusos a lo largo de la historia hace del victimismo –derivar de su sufrimiento pasado supuestos derechos que esgrimir en contra del resto del mundo- una de sus armas preferidas, hasta el punto de poder convertirse también en verdugo y opresor sin el más mínimo remordimiento. El sionismo aprovechó la coyuntura favorable que se presenta al finalizar la IIª Guerra Mundial, los horrores del Holocausto y el deseo de los vencedores de deshacerse del problema de los refugiados judíos, para realizar su proyecto.

Algunos nacionalismos del siglo XXI ya no necesitan inspirarse en el pueblo judío de tiempos bíblicos; se inspiran en el nacionalismo sionista, un nacionalismo moderno y triunfante. Y que muestra la peor cara de los nacionalismos.

 Fotografía: AFP. Manifestación de palestinos en la frontera de Gaza, reprimida por las tropas israelíes.






jueves, 10 de mayo de 2018

Unamuno



No sé si es bueno que la historia sea objeto de titulares en la prensa. La historia, como ciencia, debe acercarnos al conocimiento de los hechos sucedidos en el pasado y ayudarnos a su interpretación. La prensa, en teoría, nos debe acercar al conocimiento de los hechos del presente, pero con frecuencia a lo que se dedica es a la propaganda política, en un sentido o en otro, o a fabricar titulares cuanto más escandalosos y llamativos, mejor, al margen de su ajuste a la realidad.

Digo esto por el debate que ha montado estos días el otrora prestigioso periódico El País a cuenta de los hechos protagonizados por Miguel de Unamuno el 12 de octubre de 1936, donde se enfrentó al general Millán Astray y que supuso su ruptura con el recién instaurado régimen franquista y su ostracismo. La polémica se inicia con un titular muy llamativo: “Lo que Unamuno nunca le dijo a Millán Astray”. Sergio Molina, un historiador salmantino, considera que los hechos de aquel día se han exagerado, que se trató de “un acto brutalmente banal, donde se dieron cuatro voces y se despidieron a la salida”. Otros historiadores consideran que, aunque no se conozcan las palabras exactas de los discursos pronunciados ese día y se hayan difundidos versiones muy literarias de ellos, el enfrentamiento existió y tuvo bastante calado, lo que da lugar a otro titular igualmente altisonante: “Miguel de Unamuno vence: el mito se mantiene en pie”.

Por lo que he visto, nadie cita lo que hoy llamamos Boletín Oficial del Estado, que en aquellos azarosos días tenía dos ediciones bien distintas, una impresa en Madrid  por el Gobierno de la República (Gaceta de Madrid) y la otra en Burgos por los sublevados (Boletín Oficial de la Junta de Defensa Nacional de España). Creo que da algunas pistas sobre esta historia de cómo el republicano Miguel de Unamuno pasó de apoyar el alzamiento militar de julio de 1936 a enfrentarse a sus promotores y a ser proscrito de la vida oficial.

El 23 de agosto de 1936 se publica en la Gaceta de Madrid el cese de Unamuno como rector vitalicio de la Universidad de Salamanca. Se trasluce en la exposición de motivos del decreto el dolor de los gobernantes ante lo que interpretan como una traición a la República. El 4 de septiembre siguiente se publica en el Boletín Oficial de la Junta de Defensa Nacional de España otro decreto en sentido opuesto, confirmando a Unamuno como rector. De su texto se deduce el alborozo de los sublevados por haber conseguido el apoyo de tan prestigioso intelectual. El 28 de octubre un nuevo decreto firmado por Franco le destituye definitivamente como rector. La ausencia de motivación expresa, mejor que cualquier texto, indica la afrenta que provocaron las palabras de Unamuno en el acto del 12 de octubre.




jueves, 3 de mayo de 2018

Desarrollo sostenible




El próximo 26 de mayo se disputará la final de la Liga de Campeones de la UEFA, más conocida como la Champions, entre el Liverpool y el Real Madrid. El partido se jugará en Kiev, capital de Ucrania, que está, a vuelo de pájaro, a más de 2.000 kilómetros de Liverpool y a casi 3.000 de Madrid. Quiere decir eso que más de 50.000 personas (el estadio tiene 63.000 localidades) viajarán varios miles de kilómetros para presenciar la final, lo que obviamente supondrá un gasto de energía en los medios de transporte que utilicen y un impacto en las emisiones de contaminantes a la atmósfera.

A uno se le ocurre que se ahorraría bastante en tiempo, dinero, energía y contaminantes si, en lugar de irse hasta Kiev, los dos equipos y las dos aficiones se dieran cita, bien en una de las dos ciudades cuyo equipo juega la final, bien por mor de disponer de campo neutral en una ciudad más o menos equidistante y a medio camino de los 1.500 kilómetros que hay entre esas dos ciudades. Qué sé yo, París, Nantes, Tours...

Este despilfarro se repite cada doce meses. El año pasado el Real Madrid y la Juventus se fueron a Cardiff, como si Toulouse no estuviera a medio camino de Turín y Madrid; hace dos años fue peor, Real Madrid y Atlético de Madrid, que como todo el mundo sabe residen en la misma ciudad, se fueron hasta Milán (hace cuatro años los mismos dos equipos viajaron sin ninguna necesidad hasta Lisboa). Y así siempre, y no quiero ni pensar cuántos acontecimientos similares a la Champions se celebran por todo el mundo.

Vale, ya sabemos que la Champions es un negocio, que la UEFA es una empresa que fabrica espectáculo y quiere ganar dinero y que tiene que contentar a los accionistas repartiendo el espectáculo y el dinero un año en un país, otro año en otro. Pero digo yo que las autoridades, tanto de la Unión Europea como de los países miembros de la UEFA, algo tendrían que decir ante esta prescindible peregrinación anual de miles de aficionados y el despilfarro de recursos económicos que supone. Ya sabemos que el mercado, dejado en libertad, no atiende a criterios de desarrollo sostenible sino de beneficio a corto plazo y si se hunde el mundo, que se hunda (a ello vamos de forma acelerada). Pero dada la matraca que nos dan nuestros gobernantes con lo de la sostenibilidad y la ecología, deberían tomar cartas en el asunto.