miércoles, 29 de abril de 2020

Escrito durante el coronavirus 44


Siguen, con moderación, las buenas noticias. Ayer no hubo muertos por coronavirus en Navarra, primer día en varias semanas. Las cosas mejoran y ayer el Gobierno de España nos anunció las fases de la desescalada que nos llevará a una “nueva normalidad”. Si nos portamos bien y hay suerte, tendremos verano, incluso tendremos vacaciones de verano. No serán iguales, habrá límites y restricciones, pero habremos vuelto a poder viajar, aunque no sea muy lejos, poder pasear, poder comer en un restaurante con unos amigos, poder tomar unas cañas en una terraza mirando el mar. El futuro, y el alma, se ensanchan con la esperanza de que en unas cuantas semanas recuperaremos una parte de la vida que el virus nos ha arrebatado.

Viene rodando por diversos medios de comunicación desde hace unos días un artículo que, más o menos, lleva por titular “Los países gobernados por mujeres, los que mejor combaten la pandemia”. Una sandez bien recibida porque halaga a las mujeres y viene de una fuente supuestamente prestigiosa, lo han dicho en “la publicación especializada Forbes”. ¿En qué está especializada la revista Forbes? En finanzas y en el mundo de los negocios. Ni en epidemiología ni en política, tampoco en todología, así que sus conclusiones hay que tomarlas con bastante precaución.

El artículo original de Forbes, titulado “What Do Countries With The Best Coronavirus Responses Have In Common? Women Leaders”, viene firmado por Avivah Wittenberg-Cox, titulada en informática y administración de empresas, consultora canadiense/francesa en temas de género que dirige una compañía de asesoramiento empresarial ubicada en el Reino Unido. Es decir, que no es especialista ni en epidemiología ni en política. ¿Cuáles son las fuentes que cita para sostener la tesis que da título a su artículo? Casi ninguna, por no decir ninguna. Todo es de su cosecha y sin ningún estudio detrás. Simplemente aporta una tabla de elaboración propia con siete países, Dinamarca, Islandia, Finlandia, Alemania, Nueva Zelanda, Noruega y Taiwan. Solo ofrece dos datos: el nombre de la líder y el número bruto de muertes por COVID-19 a 12 de abril procedente del Centro Europeo para la Prevención y el Control de las Enfermedades.

El artículo contiene, principalmente, dos trampas. La primera, dar por sentado que son precisamente esos siete países los que lo están haciendo mejor en relación con el coronavirus. ¿De dónde sale ese dato? No hay ninguna tabla comparando esos siete países con el resto del mundo. Los expertos, los especialistas de verdad en epidemiología, tanto en la OMS como en los países afectados, todavía no se han puesto de acuerdo en un método uniforme para contar los infectados y para contar las muertes que se pueden atribuir al coronavirus. Hay una desconfianza general en la fiabilidad de los datos de que se dispone por ahora. Los expertos tampoco saben todavía por qué la epidemia ha afectado más a unos países que a otros, ni siquiera saben por qué dentro de algunos países ha afectado con mucha mayor virulencia a unas regiones que a otras. Tampoco se ponen de acuerdo en cuáles son las mejores soluciones para atajar la pandemia. Sí que nos dicen que solo estamos asistiendo a su inicio, que vamos a tener que convivir con el virus mucho tiempo. Ningún país puede decir que lo ha derrotado, como mucho que lo ha contenido y que ha logrado invertir la famosa curva de propagación, algunos ni siquiera eso, están todavía en la curva ascendente. Todavía no hay estadísticas fiables que nos ofrezcan una imagen del fenómeno como para concluir cuáles son los países que han tenido más éxito en la lucha contra la pandemia y cuáles los que menos, qué medidas políticas y sanitarias han sido más eficaces y cuáles han sido menos eficaces. Todo eso necesitará tiempo. Pero la señora Wittenberg-Cox ya ha decidido que los mejores son justamente esos siete países que ha elegido y que están liderados por mujeres. La señora Wittenberg-Cox relata brevemente lo bien que lo están haciendo esas mujeres y sugiere que se les compare con hombres que lo están haciendo rematadamente mal: Trump, Bolsonaro, López Obrador, Modi, Duterte, Orban, Putin, Netanyahu. No explica por qué elige justamente esos líderes, cuando las cifras oficiales de muertes por coronavirus, único dato que ofrece en su artículo, son relativamente bajas, por ejemplo, en India, Hungría o Israel, pese a lo antipáticos que puedan resultar sus dirigentes.

La segunda trampa es haber elegido, de forma arbitraria, esos países y afirmar que tienen un liderazgo femenino. Porque en la selección mezcla, sin otra justificación que la conveniencia para apuntalar su tesis, países donde una mujer ostenta la jefatura del Estado con países donde una mujer ostenta la jefatura del Gobierno (ninguno de los países elegidos tiene régimen presidencialista, ni siquiera Taiwan, donde el Parlamento puede derribar al Gobierno). Dinamarca, Islandia, Finlandia, Alemania, Nueva Zelanda y Noruega tienen una mujer al frente del Gobierno, pero Taiwan la tiene como jefa del Estado. En Taiwan el presidente del Gobierno es un hombre. En Islandia, Finlandia, Alemania y Noruega el jefe del Estado es un hombre. En Dinamarca y Nueva Zelanda lo es también una mujer, en este último país la reina Isabel II, jefa del Estado en todos los países miembros de la Commonwealth. La señora Wittenberg-Cox, con el mismo criterio, o falta de él, podía haber seleccionado a todos los países donde reina Isabel II, pero, claro, entre los países que están combatiendo bien el coronavirus no le conviene citar al Reino Unido. Podría haber elegido otros países que también tienen mujeres como primeras ministras y que no resultan tan fáciles de ubicar entre los que mejor luchan contra la pandemia, como Bélgica, con no muy buenas cifras de mortalidad, pero es más cómodo echarle la culpa al rey Felipe, o como Serbia, con cifras muy discretitas. O haber hablado del gran papel que está teniendo la Unión Europea (cerrar ironía) en esta pandemia gracias a la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen. O haberse referido a otros países gobernados por hombres que parece, solo parece a reservas de tener mejores datos, que lo están haciendo bien ya que tienen relativamente pocos muertos, como Portugal, como Grecia, como Japón, como Corea del Sur.

Si nos tomáramos en serio la tesis de la señora Wittenberg-Cox, que no es una tesis seria, no podríamos comprender porqué la Comunidad de Madrid, con una mujer al frente, ofrezca cifras tan desastrosas en la lucha contra el coronavirus, y porqué Canarias, con un hombre al mando, las tiene tan buenas. Quizás, quizás, es que haya otros factores, que no tienen nada que ver con el género de los políticos, que expliquen mejor todo lo relacionado con la pandemia, como el desarrollo económico, el gasto sanitario, el clima... Pero, ya se sabe, quien tiene la costumbre de trabajar dando golpes con un martillo, acaba considerando que todo son clavos.

Durante siglos se afirmó que las mujeres no valían para gobernar, que era una cosa que debían hacer solo los hombres. Hoy pensamos que eso es falso, que no era más que un prejuicio interesado, pero hay quienes parecen aceptar que la proposición contraria pueda ser cierta, que las mujeres gobiernan mejor que los hombres. Otro prejuicio igual de falso y con la misma ausencia de base.


martes, 28 de abril de 2020

Escrito durante el coronavirus 43


No conocí personalmente a Michael Robinson y no soy aficionado al fútbol, ni al deporte en general, así que tampoco le he seguido mucho en su carrera como periodista deportivo, pero me ha apenado la noticia de su muerte, más de lo que hubiera supuesto. Supongo que porque era una persona que caía muy bien, cercana, jovial, con la que todo el mundo se sentía como en familia. Por eso hoy se manifiesta un pesar unánime en los medios de comunicación y redes sociales.

Pero he leído algo que no me ha gustado. Algunas de las personas que han manifestado su dolor han añadido cosas como que había luchado contra el cáncer, o que no ha podido vencer al cáncer. Es una forma de hablar que se está volviendo demasiado habitual y que me irrita profundamente. La enfermedad, el cáncer en particular, como una especie de deporte. Si te toca padecer una grave enfermedad, parece que entras en una competición en la que tienes que esforzarte mucho para superarla. Si lo logras, consigues el aplauso del público y que te traten como un campeón. Si no lo logras, mueres bajo la sospecha de que eres un perdedor. No te empeñaste lo suficiente, o no lo hiciste bien. Me temo que no es solo una forma de hablar, que responde a ciertas ideas subyacentes muy extendidas. Si te va mal, la culpa es tuya. Si eres pobre, es que no trabajas lo suficiente para salir de la pobreza. Si eres infeliz, es que te lo estás montando muy mal, tienes que cambiar de rollo. Si estás enfermo, lucha. Los libros de autoayuda, otra de las pandemias de nuestra época, están repletos de esta ideología. Si eres pobre, si eres feo, si eres tonto, si eres desgraciado, es porque todavía no has comprado el libro adecuado y puesto en práctica los consejos que te damos. Autoayúdate, porque tus problemas proceden de ti mismo y solo tú los puedes solucionar. No le eches la culpa a nadie ni nada más, ni el destino, ni la naturaleza, ni la mala suerte, ni la sociedad, ni tu familia, ni tus amigos, ni Dios, ni un virus, ni un estafador, tus desgracias son tuyas. De algún modo, la ideología de la autoyuda retoma un pensamiento muy arcaico, las desgracias como castigo divino, que podemos encontrar en el Antiguo Testamento y en muchos otros textos antiguos. Si te portas mal, recibes un castigo. Si te portas bien, eres premiado. Si comes del fruto prohibido, te expulsan del paraíso, tienes que ganar el pan con el sudor de tu frente y parir con dolor. Si eres bueno, recibes riqueza, tienes muchos hijos y alcanzas una feliz vejez. Una concepción rechazada por el Nuevo Testamento (“Aquellos dieciocho sobre los cuales se derrumbó la torre de Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que el resto de los habitantes de Jerusalén?”, Lucas 13,4), pero da igual. Son más bonitas las cosas antiguas, sobre todo si las catalogamos como antigüedad, tradición o vintage.

Me ha gustado encontrar en la prensa de hoy lo que decía recientemente Rosa María Sardá, entrevistada por Jordi Évole, sobre la enfermedad que padece: “Yo no lucho contra nada, no se lucha contra el cáncer, el cáncer es invencible. Es una cuestión de que los que se ocupan de ti tengan más o menos tino al programar unas ciertas medicaciones”. La enfermedad no es un deporte. Suele ser cuestión de mala suerte. Incluso enfermedades como el cáncer de pulmón, que tienen mucho que ver con el vicio de fumar. Muchos fumadores mueren por su causa, como mi padre, pero otros tienen suerte y se libran, como Santiago Carrillo, que vivió hasta los 97 años sin dejar de fumar y que murió plácidamente durmiendo la siesta porque su corazón decidió pararse.

Los miles de muertos por el coronavirus no han perdido ninguna competición. Tuvieron la desgracia de contraer el bicho, y algunos la doble desgracia de que nadie los atendió y murieron en una residencia de ancianos. Los que han enfermado y se han curado han tenido más suerte, y buena parte de su curación hay que atribuirla al sistema sanitario y al esfuerzo de otros. Los que parece que, de momento, no nos hemos contagiado no somos mejores ni hemos hecho más méritos. Enfermar, o ser pobre, suele tener más que ver con una circunstancia ajena a nuestra voluntad o a nuestro esfuerzo, como haber nacido en Wuham, en Pamplona, en Estocolmo o en Burundi.

Michael Robinson triunfó en muchas competiciones, en otras perdió, pero el cáncer no fue una de ellas. Descanse en paz.


lunes, 27 de abril de 2020

Escrito durante el coronavirus 42

Mañana por la noche va a llegar un meteorito. La NASA ha querido tranquilizar al mundo informando que la distancia a la que pasará de nosotros será dieciséis veces mayor que la existente desde la Tierra a la Luna. Ha añadido que, según los científicos, la población puede tener la seguridad de que este asteroide pasará cerca de la Tierra de manera segura. Es decir, que la Tierra seguirá siendo igual de insegura, pero no a causa del meteorito.

En otros tiempos un comunicado así hubiera sido tranquilizador, pero en estos… Llevamos más de seis semanas confinados en casa por culpa de un virus que no iba a llegar a España, según los científicos. Nos dijeron que era poco más de una gripe y que no había que alarmarse, hasta que un día, de pronto, nos dijeron que nos teníamos que alarmar mucho y meternos en casa. Hemos estado creyendo que las mascarillas eran contraproducentes hasta hace pocos días, súbitamente se han vuelto recomendables y puede que lleguen a convertirse en obligatorias. Unos científicos dicen que quien pasa el virus ya queda inmunizado, otros dicen que no hay constancia de que sea así. Yo soy partidario de confiar en los científicos antes que en los cuñados o en los tuiteros, pero sabiendo que también se equivocan a veces y que, en todo caso, avanzan poco a poco a través de océanos de dudas, con el método prueba/error y sometiéndolo todo a verificación y debate. Así que, por si acaso, yo tomaría en mi casa todas las medidas de precaución contra el impacto de meteoritos que tuviera a mi alcance. Que no existen.

Para debate furibundo, y me temo que poco científico, el que se desarrolla hoy en las redes sociales y medios de comunicación sobre la suelta por las calles de niños, con adultos acompañantes, que se inició ayer. Según unos, estuvo presidida por una irresponsabilidad general en la cual la gente no respetó las distancias de seguridad, hicieron corrillos en playas y parques, se jugaron partidos de fútbol improvisados y es posible que el coronavirus fuera quien más disfrutara del día. Corren por ahí fotografías de gente demasiado apiñada y de grupos familiares que excedían del límite legal de un adulto y un máximo de tres infantes. Si fuera así, habría que exigir que en días sucesivos actúen las unidades antidisturbios para disolver a los paseantes díscolos. Pero, según otros, la mayoría de la gente cumplió con las limitaciones de forma responsable y solo una minoría se pasó las medidas de seguridad por el arco del triunfo. Las fotografías, siempre las mismas y repetidas una y otra vez, estarían desfigurando la realidad. Hay quienes apuntan a que el zoom de los objetivos fotográficos distorsiona las distancias y gente que mantenía la distancia puede parecer que está demasiado apelotonada.

Como yo no salí no tengo criterio propio y desde la ventana no vi ni niños ni adultos por mi calle. Afortunadamente, de momento el Gobierno se ha apuntado a la tesis de que las recomendaciones se cumplieron de manera general y que los incumplimientos fueron puntuales. Digo afortunadamente porque, de lo contrario, podría ser que las autoridades nos castigaran a todos y pagáramos inocentes por pecadores, sin dejarnos salir el ansiado día 2 de mayo. Prometo que, si me dejan salir, me portaré bien.

domingo, 26 de abril de 2020

Escrito durante el coronavirus 41

Después de tantas semanas de pésimas noticias, que hemos intentado soportar sin perder el sentido del humor en medio de la catástrofe, las buenas noticias de hoy son que los niños pueden salir a pasear una hora al día (por mi calle ha debido de pasar Herodes, porque miro por la ventana de vez en cuando y no veo ningún niño) y, para los que no tenemos niños paseables, que el sábado que viene, 2 de mayo, los adultos también podremos salir a pasear y a hacer ejercicio. Eso sí, únicamente con las personas con las que convivimos, lo cual en mi caso quiere decir que saldré solo. De momento, no podré reanudar los paseos de los sábados en grupo, y mucho menos culminarlos con un aperitivo o una comida, ya que la reapertura de la hostelería todavía se ve lejana y va a resultar muy problemática.

Hasta que no podamos ir a un bar o a un restaurante, no podremos decir que hemos recuperado cierta normalidad. Espero que la normalidad total no la recuperemos nunca, porque más que normalidad era una anormalidad, sabíamos que nuestra civilización es insostenible y nos conduce a la extinción. Los primeros avisos, como el cambio climático, los hemos ignorado en la práctica, haciendo como que hacíamos algo, pero básicamente hemos seguido viviendo como si el planeta lo aguantara todo y tuviéramos recursos inagotables. Con reciclar un poco la basura y poner a todo el adjetivo “sostenible” nos conformábamos. Ahora nos ha llegado una advertencia más directa en forma de virus, que nos obliga a reabrir el debate sobre cómo hemos de cambiar nuestra forma de vida. ¿Lo haremos? Ya veremos, porque va a ser un debate complicado. Hoy en la prensa leo, valga como mero ejemplo, que los animalistas dicen que la epidemia ha de servir para replantearse la tauromaquia y eliminar la muerte de los toros de los sanfermines, y que los ganaderos de toros bravos piden reformas en la normativa y la fiscalidad para poder renovar la tauromaquia y que siga siendo viable. Obviamente, cada uno arrima el ascua a su sardina (el corrector de Word insiste en que ponga “la ascua”, pero la RAE dice que es “el ascua”). Lo mismo va a suceder si hablamos sobre transporte público y transporte privado, sobre precios de productos agrícolas y salario mínimo, y sobre tantos otros temas.

En fin, pasito a pasito, estamos en el día -6 de salir de paseo.

sábado, 25 de abril de 2020

Escrito durante el coronavirus 40

Hoy en Portugal es fiesta, es el Día de la Libertad, que recuerda la Revolución de los Claveles de 1974. Una revolución que, a los que ya tenemos una edad y la vivimos, en la España franquista, a distancia mediante la prensa de la época, nos dio mucha envidia. Pese al tradicional complejo de superioridad de los españoles frente a los portugueses, luego nuestros vecinos nos han seguido dando más motivos de envidia, como sus políticas para salir de la crisis de 2008 y como su actual gestión de la epidemia de coronavirus.

La actualidad de hoy, por contraste con la de otros días que resulta aburrida por reiteración en el monotema de este tiempo, viene más interesante. Comentaré un par de las noticias con las que nos hemos desayunado (una de las cosas buenas del confinamiento, que las tiene, que desayuno todas las mañanas con la prensa digital, como me gusta hacer los días de fiesta).

Después de la rueda de prensa en la cual el presidente Donald Trump, ante la estupefacción de sus consejeros científicos, tuvo la ocurrencia de recomendar inyectarse desinfectante y usar luz ultravioleta para acabar con el coronavirus, algunos centros de emergencias de Estados Unidos se llenaban de llamadas alertando de intoxicación por desinfectante. Como estamos hablando de cosas serias, hay que reprimirse para no soltar el chiste fácil de que ojalá todos los votantes de Trump siguieran sus consejos, porque incluso las personas tan estúpidas como para votarle tienen el derecho de que les protejan para no hacerse más daño a sí mismas. Ojalá que en noviembre, si la Humanidad no se ha extinguido (y bien que hacemos méritos colectivos para merecerlo), echen a Trump de la Casa Blanca, casi da igual a quien pongan en su lugar, como si ponen al pato Donald, es improbable que nadie sea tan nefasto como él.

Ayer la Audiencia Provincial de Navarra dictó sentencia en el “caso Osasuna”. Como resalta la prensa, esta sentencia pasará a la historia por ser la primera en condenar a unos directivos y a unos jugadores del fútbol español por el delito de corrupción deportiva, es decir, por amañar partidos. A ver, me parece bien que se persiga y castigue, ya era hora, el fútbol profesional, y me temo que muchos otros deportes, se ha convertido en un lodazal desde que prima su carácter de negocio muy por encima de su carácter de deporte y mueve tantos millones de euros. No obstante, esta sentencia, como otras en diversos ámbitos, me deja mal sabor porque dudo de que haga justicia. La justicia de verdad, la que, paradojas de la ortografía, se escribe con minúscula, uno de los valores superiores del ordenamiento jurídico, que dice la Constitución. La justicia que consiste, según el DRAE, en un “principio moral que lleva a dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece”, o “aquello que debe hacerse según derecho o razón”.

Porque la Justicia, la que se escribe con mayúscula, es decir, el Poder Judicial, la organización integrada por jueces que tiene como finalidad hacer justicia, en demasiadas ocasiones no hace justicia. Tras casi cuarenta años de ejercicio profesional en los cuales me ha tocado tratar, de forma frecuente y próxima, con la Justicia, no tengo una elevada opinión sobre su funcionamiento. Creo que es una de las grandes reformas que siempre han ido quedando y quedan pendientes en España.

Recomiendo la lectura, que casi nadie hace ni hará, de un libro de 2004 titulado El desgobierno judicial. Su autor es Alejandro Nieto, catedrático de Derecho Administrativo ya jubilado, doctor honoris causa por varias universidades, presidente del CSIC de 1980 a 1983, Premio Nacional de Ensayo en 1997 por Los primeros pasos del Estado constitucional. En fin, un señor con cierto conocimiento de causa de lo que habla. No hace un diagnóstico muy optimista sobre la Justicia. Basta repasar el título de algunos de los capítulos iniciales de su libro: “Una justicia tardía”, “Una justicia atascada”, “Una justicia cara”, “Una justicia desigual”, “Una justicia imprevisible”, “Una justicia mal trabada”, “Una justicia desgarrada”, “Una justicia ineficaz”.

Tal como explica el profesor Nieto, la Justicia suele actuar tarde, después de haber sido tolerante con muchas situaciones de clamorosa injusticia o violación de la ley, y cuando actúa lo hace de forma poco previsible y, a menudo, de forma “ejemplar”, desmesurada, como para hacerse perdonar todas las veces que no actuó. Con lo cual no actúa con justicia, sino con arbitrariedad, pues da un tratamiento totalmente desigual a quien tiene la mala suerte de que le caiga la Justicia encima que a quien tiene suerte o tiene los medios de poder evitarlo. No hay manera de saber quién será castigado y por qué, lo que motiva muy poco a los ciudadanos a tener respeto a las leyes y a su cumplimiento. Copiaré unas líneas del libro muy expresivas:

A despecho de tantas leyes y de su séquito de exégetas y operadores —o quizás cabalmente por ello mismo— nunca se sabe con exactitud cuál es la conducta correcta: ni lo que debemos hacer nosotros ni lo que podemos esperar de los demás.

Por lo que dicen, parece que el amaño de partidos ha sido una práctica muy frecuente ante la cual las autoridades, políticas, deportivas y judiciales, tenían los ojos cerrados y los oídos sordos. De pronto, la Justicia despierta y ruge. Condena ejemplar a los implicados del “caso Osasuna”. ¿Y los demás?

Me temo que algo similar ha sucedido en otros casos bien conocidos por la opinión pública. Reacción desmedida de la Justicia ante unos hechos que, en otro momento y otras circunstancias, no hubieran tenido la misma importancia, que nadie esperaba que pudieran tener semejante trascendencia penal. Desde el “caso Alsasua” hasta el de los independentistas catalanes, pasando por el reciente “caso Isa Serra”. Uno queda con la impresión de que en todos esos casos, entre muchos otros, no hubo justicia, sino mala suerte en la lotería judicial.

Espero, quiero creer, que haya muchos jueces preocupados por esa situación y que quieran una reforma seria, no como las que hemos padecido hasta ahora, de la Justicia. Los máximos responsables, de momento, ante las críticas parecen más preocupados por defenderse a ultranza que de preguntarse sobre las causas de la desafección ciudadana hacia la institución. En nombre de la separación de poderes y de la independencia del Poder Judicial, acaban de condenar que un vicepresidente del Gobierno critique una sentencia. ¿No exigiría esa misma separación de poderes que se abstengan de criticar al Poder Ejecutivo, y que hablen tan solo a través de sus sentencias?

jueves, 23 de abril de 2020

Escrito durante el coronavirus 39

Este año será el año de las cosas que no hicimos. Cuando sea un recuerdo y ya le hayamos puesto nombre (¿El año del coronavirus? ¿El año de la pandemia? ¿El año del confinamiento? Supongo que no diremos el año de la COVID-19), contaremos que este año no pudimos hacer esto, o que no hicimos lo otro, y explicaremos cómo hubieran sido las cosas que no hicimos y cómo fueron las que tuvimos que hacer en su lugar.

Hoy, Día del Libro, los libreros hubieran sacado los libros a la calle. Yo hubiera ido a Tudela, donde la librería Libros a la Taza hubiera montado en la Plaza de los Fueros, el tiempo hubiera acompañado con una máxima de 20 grados de temperatura y sin lluvia, unas mesas para que unos cuantos escritores navarros firmáramos nuestras obras, y yo estaría promocionando Hemingway en los sanfermines. El acto se habría incluido en el programa del mes de la verdura que estaría celebrando la ciudad, así que supongo que hubiera comido o cenado en buena compañía algún plato de la estupenda verdura que cultivan por allí. En lugar de eso, celebramos la fiesta de los libros en casa, a través de las redes sociales.

Si este fuera un año normal, las editoriales estarían lanzando los libros que habían previsto para la primavera, algunos colegas estarían haciendo las correspondientes presentaciones en los sitios de costumbre, y yo estaría asistiendo a algunas de ellas y después nos iríamos a echar unas cañas y a seguir hablando de libros o de lo que se terciara. Estaríamos preparando ya la Feria del Libro para finales de mayo, donde volveríamos a presentar las novedades de estos últimos meses, firmaríamos libros y trataríamos de convencer a los lectores de que los compraran e, incluso, los leyeran. En lugar de eso, las editoriales han paralizado o aplazado la publicación de muchos de los libros que tenían previstos, los escritores nos tememos que publicar en un futuro próximo vaya a ser todavía mucho más difícil de lo que ya era, las presentaciones de nuevos libros se están haciendo por internet y las ferias del libro se han aplazado a otoño, en el mejor de los casos, o quizás no se lleguen a celebrar este año. Se está leyendo más, porque la gente está en casa y tiene más tiempo para leer, pero es dudoso que se estén comprando más libros, los aficionados a la lectura estamos dando cuenta de esa pila de libros pendientes que tenemos en casa, algunos con polvo de años. También resulta incierto que se vayan a vender muchos libros cuando, al fin, salgamos a la calle y reabran las librerías, porque estaremos inmersos en una nueva crisis económica donde las prioridades de gasto serán otras.

Si no fuera este año, el Ayuntamiento de Pamplona no hubiera anunciado anteayer que no habrá sanfermines, y no me hubieran llamado unos cuantos periodistas para preguntarme por otras ocasiones en que se suspendieron las fiestas, y yo no me sabría con detalle cuántas veces se suspendieron por guerras y que nunca se había suspendido por epidemias, porque no me hubiera molestado en buscar los datos hace unos días para consignarlos en este blog, y no hubiera salido en Navarra TV a través de Skype en el cuarto de estar de mi casa explicándolo. Si fuera un año normal, no estaría pensando en que, en cuanto reabran los restaurantes, tengo que llamar a El Burladero, donde desde el 6 de julio pasado tengo hecha la reserva para almorzar el próximo día 6 de julio, para decirles que hagan el favor de pasar la reserva al 6 de julio de 2021.

En fin, que, incluso en este año raro, feliz Día del Libro.

miércoles, 22 de abril de 2020

Escrito durante el coronavirus 38


No ando con ganas estos días de hablar mucho de política, dado que en este país la cosa enseguida degenera en que si Sánchez es un genocida y tiene la culpa de la epidemia de coronavirus, que si Iglesias es un populista bolivariano cuyo único propósito es establecer una dictadura comunista, o si hay que adherirse incondicionalmente al Gobierno en todo lo que haga para no dar bazas a la derecha, que si “tú más” o que si hubiera habido menos muertos en Cataluña si fuera independiente. Como mi máster no es en epidemiología, prefiero no hablar de lo que no sé, y como la vida es muy corta, prefiero no perder el tiempo hablando de tonterías. Yo creo que todo Gobierno es un mal necesario que se equivoca y que suele abusar del poder que se le ha conferido, por eso no hay que dejar de vigilarlo, y del Gobierno que actualmente tenemos en España creo que es el que legítimamente nos ha tocado, que es menos malo que otros que hemos tenido o que podríamos haber tenido y que, ante la pandemia, lo está haciendo razonablemente mal, no peor que otros Gobiernos, ya que a todos les (nos) ha cogido el toro por sorpresa y sin preparación.

Pero hoy sí quiero decir que el Gobierno la ha pifiado, tanto que ha tenido que rectificar a todo correr. Con eso de que los menores de 14 años pudieran salir acompañados de un adulto, pero solo para a ir a los sitios a los que podía ir el adulto: a la compra, a la farmacia, al banco, al estanco, al centro de salud, a trabajar. No para pasear. No entiendo cómo pudieron, siquiera, planear tal soberana estupidez. Por muy agobiados y cansados que estén.

Por otra parte, también me parecen absurdas algunas de las interpretaciones que se hacen de las normas dictadas a consecuencia de la pandemia. Vivimos en una época con demasiadas leyes y, muy a menudo, de calidad más que dudosa, que en lugar de ayudar a enfrentarnos con una realidad crecientemente compleja solo complican más la complejidad. En un estado de alarma como el que sufrimos, dada la precipitación con que se elaboran, se producen normas aún más defectuosas, sobre todo porque suelen contener disposiciones vagas e inconcretas que conceden demasiadas facultades de interpretación a los funcionarios y autoridades que las han de aplicar y generan un riesgo evidente de arbitrariedad. Resulta palmario en cuanto a las normas sancionadoras que se están esgrimiendo en este estado de alarma, y que generan opiniones enfrentadas en los operadores jurídicos. No está claro si la misma conducta ha de castigarse con el Código Penal, con la Ley Orgánica de Seguridad Ciudadana, con la Ley General de Sanidad, con la Ley General de Salud Pública, con la Ley del Sistema de Protección Civil. Una situación que viene de tiempo atrás, ya es antiguo el abuso de la Ley Orgánica de Seguridad Ciudadana desde su primitiva redacción de 1992, acrecentado y empeorado con su reforma de 2015 conocida como “Ley Mordaza”. En particular, la infracción de originar desórdenes públicos o la de desobediencia o resistencia a la autoridad o a sus agentes con demasiada frecuencia se utilizan como patente de corso para sancionar cualquier cosa. Denunciar como desobediencia la infracción de las medidas de confinamiento, sin existir un previo requerimiento personal y expreso, abre una senda peligrosísima. La indeterminación de las causas que justifican salir del domicilio permite una desmesurada discrecionalidad, con casos como el de obstaculizar a personas que se desplazaban en bicicleta, cuando ninguna norma ha puesto límite alguno a qué vehículos se pueden emplear durante el estado de alarma.

Y volviendo a los niños, por no entrar en más asuntos con los que se podría recorrer toda una galería de horrores jurídicos. Ninguna norma de las dictadas hasta ahora con el estado de alarma ha prohibido a los menores de edad salir a la calle (repito, norma, no tienen carácter de tal ni las ruedas de prensa de miembros del Gobierno ni las instrucciones internas que puedan circular en la Administración estableciendo criterios de interpretación). Las limitaciones han sido genéricas para todas “las personas”, como dice el art. 7 del Real Decreto 463/2020. Igual de prohibido tiene salir a la calle, fuera de los casos autorizados por la ley (a la compra, a la farmacia, al trabajo) una persona de 8 años, que de 35 o de 90 años. Es decir, que los niños, en teoría, han podido y pueden salir siempre que lo hagan por uno de los motivos previstos en la norma. Si los niños no salen solos durante el estado de alarma es por la misma razón por la que no salen solos de normal, porque sus padres han de protegerlos y, a ciertas edades, eso implica no dejarles solos. Pero es obvio que los menores de edad pueden salir a la calle solos, y que lo hacen a ciertas edades, normalmente a los 12, 14 o 16 años los adolescentes salen solos, van solos a clase o a otros lugares no muy distantes de su domicilio. Por otro lado, no está prohibido que los menores salgan acompañados de sus padres o cuidadores. El art. 7 del Real Decreto 463/2020, que es el que establece los límites a la circulación por vías públicas, dice que las salidas “deberán realizarse individualmente, salvo que se acompañe a personas con discapacidad, menores, mayores, o por otra causa justificada”. Se ha venido interpretando, porque sí, que todas las salidas debían ser individuales, y no es eso lo que dice la norma.

El cambio que inicialmente anunció el Gobierno ayer, que los menores de 14 años podrían salir con adultos pero para hacer las mismas cosas ya autorizadas, no era ningún cambio. Ya estaba regulado así. El cambio que horas después se anunció, rectificando una decisión que ni tirios ni troyanos, ni amigos ni enemigos, habían podido entender, y que parece que se va a producir el próximo domingo, habrá que ver el BOE, no es tampoco un cambio de la norma, sino de criterio. Los adultos ya podían salir con menores, entre otras cosas, para la “asistencia y cuidado” de los propios menores, por causa de fuerza mayor o situación de necesidad o para “cualquier otra actividad de análoga naturaleza” a las expresamente previstas. Si se ha entendido que dentro de esa regulación cabía pasear a los perros, o a personas con alguna discapacidad psíquica, con mayor razón puede entenderse que quepa pasear a los niños.

¿Y los menores de entre 14 y 18 años?, preguntan algunos denunciando su discriminación, pese a estar protegidos también por la Convención de Derechos del Niño. Pues van a poder seguir saliendo como hasta ahora, solos y solo si se lo permiten sus padres o tutores y en los casos que lo permite la ley.

Bueno, esto es lo que dicen las leyes. Veremos qué es lo que dicen dentro de su amplísima discrecionalidad los agentes de la autoridad, lo mismo exigen que los menores vayan en patinete o en bicicleta, ahora que, en vez de prohibirlo, se dice que va a ser el transporte del futuro postpandemia…


martes, 21 de abril de 2020

Escrito durante el coronavirus 37

Ya nos hemos comido un mes de primavera, aunque quienes lo hemos pasado confinados sufrimos la penosa impresión de que no tenemos primavera. Por ahora, este es un año sin primavera, esperemos que no sea un año sin verano, que antes de que llegue el solsticio, aunque no hayamos vuelto por completo a la normalidad y tengamos un año sin sanfermines, podamos andar ya por la calle e incluso por el campo y la playa. Hubo un año llamado así, el año sin verano, que fue el de 1816. La temperatura bajó notablemente en todo el mundo debido, principalmente, a las erupciones volcánicas entre el 5 y el 15 de abril de 1815 del monte Tambora, en la isla de Sumbawa de las Indias Orientales Holandesas (actualmente Indonesia). Se considera la mayor erupción de la historia. Aparte de provocar miles de muertos, el volcán arrojó a la atmósfera una enorme cantidad de polvo, cenizas volcánicas y dióxido de azufre que durante muchos meses impedían la llegada normal de la luz solar. Además del frío, aumentaron las lluvias y hubo copiosas nevadas en fechas y lugares desacostumbrados. Se malograron las cosechas, escasearon los alimentos y en algunos países el hambre produjo disturbios.

Aquel año sin verano tuvo un impacto directo en la literatura. Uno de los países más afectados por las inclemencias meteorológicas fue Suiza. Allí veraneaban, en la Villa Diodati, a orillas del lago Leman, cerca de Ginebra, un grupo de escritores e intelectuales ingleses: lord Byron, su amante, Claire Clairmont, Percy Shelley, Mary Wollstonecraft Godwin (que luego se casaría con Shelley y adoptaría su apellido) y John William Polidori. Todos de clase alta, que por aquella época era la única que se podía permitir viajar y veranear. Aburridos al no poder salir de la mansión por el frío y la lluvia, se dedicaron a contarse historias de terror. De aquellas veladas salió la novela Frankenstein, de Mary Shelley, y dos relatos sobre vampiros, Fragmento de una novela, de Byron, y El vampiro, de Polidori, que luego inspirarían a Bram Stoker para escribir Drácula. Aquellas vacaciones en el año sin verano se narran en la película Remando al viento, dirigida por Gonzalo Suárez en 1988.

No sé si este año sin primavera dejará algo de interés a la literatura. Poco por mi parte. Salvo estos modestos e irregulares comentarios, estoy poco centrado para escribir, sé que hay más escritores a los que les sucede lo mismo, pero hay otros que presumen de estar aprovechando el confinamiento para plasmar su experiencia en poemas o para rematar alguna novela. En un par de siglos sabremos cuántos clásicos nos ha legado la pandemia.

domingo, 19 de abril de 2020

Escrito durante el coronavirus 36


En su artículo semanal de esta semana, Patxi Irurzun se queja de las recomendaciones de libros para leer, dice que necesitaría cuarenta cuarentenas para poder leer todos los libros que le recomiendan, aunque reconoce que él también ha recomendado libros por imposición de sus editores y que no tiene tiempo para leer porque, entre otras cosas, se pasa el día grabando vídeos para recomendar a los demás qué tienen que leer. Estoy totalmente identificado con lo que dice, yo también tengo montones de libros pendientes de leer y cada vez que me recomiendan más libros, sobre todo si son “imprescindibles”, me causan una zozobra interior que me dificulta centrarme en la lectura.

Algo parecido sucede cuando uno es escritor. Lo he contado muchas veces, durante años escribí y publiqué unos cuantos libros, pero como eran ensayos nadie decía de mí que fuera escritor. Luego publiqué una novela, y luego otra y otra, y me empezaron a conceder ese título. Desde entonces tengo mucho menos tiempo para escribir. Como eres escritor, tienes que promocionar tus libros, conceder entrevistas, ir a presentaciones y firmas, dar charlas en colegios y bibliotecas, participar en mesas redondas. Te piden que colabores en un blog literario, te envían libros para que los leas y hagas una reseña para otro blog, te invitan a presentaciones de libros ajenos a las que vas porque sus autores vinieron a la presentación de tus libros, te piden que participes en libros colectivos, te ruegan que formes parte del jurado de un premio literario, te sugieren que te afilies a una o varias asociaciones de escritores, te eligen para una junta directiva, te envían manuscritos de libros para que des tu opinión al autor, te piden que dones un libro para una obra benéfica (solidaria, le dicen ahora) y que vayas a hacerte una foto en el correspondiente acto de entrega, te ofrecen leer unos párrafos del Quijote el Día del Libro, te ruegan que redactes el prólogo para el libro de un colega, te instan a impartir una conferencia en un congreso de escritores, te solicitan que opines sobre algún tema del que no sabes nada, te añaden en treinta grupos literarios de Facebook, te piden que recomiendes libros para leer… Todo por el amor al arte, eso sí, para comer hay que tener otra profesión respetable.

En otros tiempos, supongo que todo eso era evitable. Te encerrabas en casa, como Salinger, y desconectabas del mundo. Pero ahora, aunque estés encerrado en casa por el confinamiento obligado a que nos ha conducido la pandemia de coronavirus, no desconectas en absoluto. Sigues igual, con las mismas ocupaciones, compromisos e invitaciones, pero online, virtual, por guasap, por videoconferencia. Así que, menos leer y escribir, haces de todo.


sábado, 18 de abril de 2020

Escrito durante el coronavirus 35

Como hoy es sábado tocaba video encuentro de Poetas con Sombrero. Hemos introducido una sección nueva, y es la presentación de un libro antes de pasar a leer poemas, tarea en la que nos iremos turnando. Me ha correspondido el honor de ir el primero y he presentado mi último libro publicado, Hemingway en los sanfermines (puede comprarse aquí). Con ese motivo los asistentes se han ataviado con pañuelos rojos, yo he preferido rescatar del armario mi chistera de concejal que no me ponía desde hace un par de décadas y que me aprieta un poco, quizás me haya crecido la cabeza desde entonces. En el libro cuento la historia del famoso escritor en Pamplona y analizo su legado a la ciudad y a sus fiestas. También desmonto una buena cantidad de bulos y leyendas que se han ido creando a su alrededor. La publicación del libro, el pasado mes de noviembre, ha despertado bastante interés entre los medios de comunicación, parece que el nombre de Hemingway vende mucho, y en estos pasados meses he hecho muchas más entrevistas para periódicos, radios y televisiones de lo que había supuesto. Otra cosa es que se venda… Esperábamos poder promocionarlo en la Feria del Libro y en los próximos sanfermines, cuando acuden a Pamplona miles de guiris admiradores de Hemingway, pero el coronavirus nos ha chafado el plan por el momento. Habrá que esperar a otras ferias.

Como el encuentro es de poetas, he acabado leyendo un poema de Hemingway, que también fue poeta aunque es una faceta suya poco conocida. He leído, en castellano (me he atrevido a traducir del inglés), un poema publicado en 1923 titulado Roosevelt, dedicado a Theodore Roosevelt, que fue presidente de los Estados Unidos entre 1901 y 1909. Un hombre al que Hemingway admiraba ya que era tan aventurero como él; además de político fue explorador, cazador, escritor, y mandó un regimiento de voluntarios en Cuba durante la guerra hispano-norteamericana de 1898, ganándose una reputación de héroe. En la I Guerra Mundial, pese a que ya tenía una edad, quiso también acudir a Francia a combatir con su regimiento de caballería, pero el presidente Wilson no lo autorizó.

El poema dice así:

Workingmen believed
He busted trusts,
And put his picture in their windows.
'What he’d have done in France!'
They said.
Perhaps he would—
He could have died
Perhaps,
Though generals rarely die except in bed,
As he did finally.
And all the legends that he started in his life
Live on and prosper,
Unhampered now by his existence.

Los trabajadores creían
que rompió los trust,
y pusieron su foto en sus ventanas.
¡Lo que ha hecho en Francia!
Decían.
Quizás él podría...
Pudo haber muerto,
tal vez,
aunque los generales rara vez mueren,
salvo en la cama,
como él hizo finalmente.
Y todas las leyendas que suscitó en su vida continúan vivas y florecientes,
liberadas ahora de su existencia.


Las últimas estrofas suelen ser citadas para indicar que, pese a estar dedicadas a Roosevelt, en realidad Hemingway hace por anticipado una buena descripción de sí mismo. Le gustaba crearse leyendas, y después de su muerte esas leyendas, y muchas más que han inventado otros, gozan de excelente salud.

viernes, 17 de abril de 2020

Escrito durante el coronavirus 34


Ya antes del confinamiento a que nos obliga la pandemia de coronavirus pasaba mucho tiempo, probablemente demasiado, en las redes sociales. Ahora dedico todavía más tiempo y me temo que el daño neurológico vaya en aumento. Creo que, entre otras dolencias, estoy desarrollando un Síndrome de Sensibilidad Ortográfica. Cada vez soy más hipersensible ante las faltas de ortografía. Y no solo ante las faltas que inundan las redes y que cometen, incluso, personas que supuestamente saben escribir decentemente (o quizás es que tienen muy buenos negros o correctores editoriales). Hay expresiones que empiezan a hacerme daño hasta cuando están bien escritas. Me sucede, por ejemplo, con “haber” y “a ver”. Se ha hecho tan habitual el uso de “haber” en lugar de “a ver” (“haber si nos aclaramos”, “haber si alguien sabe…”), que es posible que las generaciones futuras lleguen a considerar que es el mismo verbo. Ahora, cada vez que leo alguna de ellas, incluso correctamente utilizadas, entro en estado de shock. Supongo que es una reacción pauloviana.

Sufro también de otra experiencia traumática con los bulos cibernéticos, y eso que, como soy objetor de conciencia a WhatsApp, me ahorro una parte de ellos. Ya he hablado del tema en alguna de mis entregas anteriores, pero ayer sufrí una revelación. Hasta ahora pensaba que creerse y propagar los bulos era propio de idiotas, y que el nivel de idiocia de las redes sociales era muy alto. A ver, aclaremos. No creo que los seres humanos se dividan en dos clases, los idiotas y los que no lo son. Todos tenemos cierta capacidad de hacer el idiota, aunque unos más y otros menos. Además, unos se esfuerzan por evitarlo (quiero creer que estoy entre ellos), pero otros parecen empeñados en cultivar su propia idiotez y, además, difundir sus efectos. Pensaba que eran estos segundos los que más divulgaban los bulos y que, además, concentraban en su actividad en internet todas sus capacidades y esfuerzos por hacer el idiota. Por eso me causaba perplejidad que, de vez en cuando, una persona que conozco en persona, valga la redundancia, una persona de las que considero inteligentes y sensatas, de las que tratan de minimizar su innata capacidad para hacer el idiota y que habitualmente lo consiguen, compartiera un bulo. Además, uno de los bulos más gastados y groseros, uno de esos que salta a la vista, para cualquier persona que haga un mínimo esfuerzo para no desperdiciar la vida en idioteces, que es un bulo. Pues bien, ayer hice notar a una de esas personas que el texto que había copiado y publicado era una tontería, y a raíz de eso tuve un clarificador intercambio de mensajes. Resulta que esa persona ya había pensado que quizás fuera una tontería, pero estaba demasiado atareada como para perder el tiempo en pensar sobre ello así que, simplemente, copió y publicó el texto y se quedó tan ancha. Después de nuestra conversación lo borró, una vez que yo le explicara que se podía borrar cualquier publicación en Facebook, porque pensaba que no se podía.

Así que la realidad es mucho más aterradora de lo que yo pensaba. No solo los idiotas en activo propagan bulos. Lo hacen también personas que habitualmente no ejercen de idiotas. Lo hacen porque sí, de forma mecánica, quizás sin molestarse en leer detenidamente ni acabar de comprender el contenido del texto que están repitiendo. Solo leen que les piden que repliquen algo, y lo hacen. Por si acaso. Les parece una buena idea para no perder el tiempo pensando. Hacen el idiota sin necesidad y por evitar el mínimo esfuerzo de intentar no hacerlo. La banalidad de la idiotez, que diría Hannah Arendt. Casi más horrorosa que la banalidad del mal. O quizás sea lo mismo.

No me extrañaría que acabemos todos comprando clorito de sodio para curar el coronavirus.


miércoles, 15 de abril de 2020

Escrito durante el coronavirus 33



Hola, soy vuestro vecino. He comprobado que algunos de vosotros tenéis en vuestro domicilio aparatos de radio y de televisión. Os agradecería que mientras tengáis intención de conectarlos os vayáis a vivir a otro lugar, porque a menudo oigo su ruido y me molesta. Creo que algunos de vosotros tenéis niños pequeños, alguna vez los he oído gritar o llorar. Os ruego que, hasta que sean mayores de edad, os los llevéis a vivir a otro lugar, no me dejan dormir. Algún vecino tiene un piano, porque a veces le oigo tocarlo, le ruego que mientras tenga intención de ser pianista se vaya a vivir a otro lugar, no deja que me concentre en mis cosas. Algunos de vosotros soléis utilizar el ascensor y, cuando necesito cogerlo yo, con frecuencia lo encuentro ocupado y tengo que esperar a que quede libre. Os ruego que, si tenéis intención de seguir utilizando el ascensor, os vayáis a vivir a otro lugar, mi tiempo es muy importante. También me ha sucedido alguna vez que habéis encargado algo y no os habéis quedado esperando en casa, sin salir hasta que os lo hayan entregado, por lo cual los repartidores han llamado a mi casa e, incluso, me han pedido que guardara yo el paquete y os lo entregara. Todo eso me supone mucho esfuerzo, por lo cual os ruego que, si pensáis seguir comprando a distancia, os vayáis a vivir a otro lugar. Sé que bastantes de vosotros tenéis vehículos que aparcáis en la calle, cerca del portal, y muy a menudo no puedo aparcar mi coche en la plaza que está justamente delante, que es la que más me gusta y la más cómoda para descargar la compra. Os ruego que, si pensáis seguir teniendo y utilizando vehículo particular, os vayáis con él a vivir a otro barrio. No me gusta tener que decirlo, pero ha habido ya varias ocasiones en que alguno de vosotros ha hecho obras de reforma en su piso. Eso ha producido ruidos de golpes, martillazos, taladros, muy desagradables, así como suciedad en el ascensor y en el portal, cuando no la presencia de operarios con herramientas y materiales que me han creado molestias al salir y al entrar. Os ruego que, si necesitáis hacer obras, las hagáis en otro lugar y respetéis la paz y tranquilidad de mi domicilio. Creo que no es mucho pedir que tengáis en cuenta que cuando vine a vivir aquí nadie me advirtió de que los vecinos estabais vivos. Gracias. Vuestro vecino del 9º B.


martes, 14 de abril de 2020

Escrito durante el coronavirus 32

Un mes ya de confinamiento. Me voy acostumbrando tanto que esta mañana he pensado que qué bien que hoy no tengo que moverme de casa, me da pereza pensar que mañana necesito salir porque el frigorífico ya empieza a estar desabastecido.

Hoy, aniversario de la II República, que he celebrado en las redes sociales. Me ha servido para recordar que la Constitución española de 1931 fue la primera en establecer que “el Estado prestará asistencia a los enfermos y ancianos”, antecedente del derecho a la protección de la salud de la Constitución vigente, y que al Estado correspondía la competencia para establecer las “bases mínimas de la legislación sanitaria interior”, mientras que la ejecución podría corresponder a las regiones autónomas.

Por cierto, la misma Constitución de 1931 reconocía “el derecho a emigrar o inmigrar”, sin más limitaciones que las que la ley estableciera. El derecho a inmigrar ha desaparecido, a los inmigrantes los acogemos solo si interesa para que cuiden enfermos o ancianos o para que recojan fruta. Por cierto, leo que en Murcia necesitan 36.000 trabajadores para recoger la fruta. Supongo que podrían encontrarlos fácilmente detrás de las vallas de Ceuta y Melilla.

lunes, 13 de abril de 2020

Escrito durante el coronavirus 31

Día extraño, un lunes que no acaba de ser lunes porque es festivo, aquí, en Pamplona, y un festivo que no acaba de ser festivo porque desde hace un mes para mí no hay días laborables. Solo días, muy parecidos unos a otros.

Entre hoy y mañana hay empresas que vuelven al trabajo, después de dos semanas de cierre. No soy experto en pandemias y no tengo ni idea de si es una medida acertada, como no sé si fue acertado decretar el cierre. Me sorprende la seguridad con la que mucha gente, que creo que tampoco tiene un máster en epidemiología, se indigna en las redes sociales y critica la medida augurando miles de contagiados y de muertes. También me escama la seguridad con la que otros defienden la vuelta a la situación anterior. Yo suelo intentar opinar solo de los asuntos en los que creo saber algo (de física cuántica o de cine coreano no hablo nunca) y, aun así, me doy cuenta de que muchas veces me interno demasiado en terrenos pantanosos en los cuales me empieza a fallar la información. Me da mucha envidia esa gente que parece no sufrir el menor complejo de opinar, con total seguridad, sobre asuntos en los cuales demuestra su absoluta ignorancia apenas abre la boca, con amplio uso de datos erróneos y apoyándose en la autoridad de bulos ampliamente difundidos. Todos nos vemos obligados, muy a menudo, por no decir siempre, a tomar decisiones con información muy parcial y limitada, pero hay personas que parecen disfrutar ejerciendo deportes de riesgo como opinar con total convencimiento y sin necesidad sobre lo que no saben, criticar a degüello sin conocer las circunstancias y aplicar recetas simples a problemas complejos. Los expertos se equivocan todos los días, la realidad es demasiado complicada y los datos suelen ser confusos y ambivalentes, pero hay quienes viven en un maravilloso mundo monoédrico donde no cabe la duda y donde las cosas son blancas o negras.

Escribía Javier Muguerza que “la perplejidad es un padecimiento que requiere de cura —si la tiene— lenta y parsimoniosa”. Qué suerte la de los que no la padecen, o de los que se han curado con algún remedio mágico.

domingo, 12 de abril de 2020

Escrito durante el coronavirus 30

Hoy he encontrado y leído en El País un artículo de Íñigo Domínguez titulado “Elige tu propia conspiración”. Proponía cinco, de entre las muchas tesis conspiratorias relacionadas con el coronavirus que circulan por ahí, para que el lector escogiera la que más le guste. Que si es el Gobierno español el que oculta información para hacerse con el poder absoluto, que si es cosa de Bill Gates y Bin Laden (que sigue vivo), que son los chinos los que se quieren apoderar del mundo, que es un plan de Soros, aliado con fondos de inversión y compañías de seguros, para hacerse millonarios, o que es Trump el que está detrás para impedir que se desvele que la Tierra es plana.

Como experto en conspiraciones (he tratado el tema en alguna de mis novelas), creo que todas esas tesis, como admite el periodista, tienen algo de verdad, pero resultan incompletas. Voy a ofrecer la mía, que es la buena. Son los templarios. Ninguna buena teoría conspiratoria sale redonda si no están los templarios de por medio. Algunos lectores ingenuos dirán “pero si los templarios desaparecieron”. Craso error. Es cierto que el rey Felipe IV de Francia y el papa Clemente V, en 1307, disolvieron la Orden del Temple y enviaron a la hoguera a sus principales dirigentes. Pero los templarios no desaparecieron, simplemente pasaron a la clandestinidad y se infiltraron en otras órdenes militares y en otras instituciones. En el siglo XVIII participaron en la fundación de la Masonería, desde la que siguen conspirando en su empeño para dominar el mundo. Como es bien sabido, los masones pactaron con los judíos y con los comunistas para repartirse el poder, la famosa conjura judeo-marxista-masónica que algunos, candorosamente, creen también extinguida. Ya dominan buena parte de la política y de la economía mundiales, pero hay algunos ámbitos que se les escapan. La epidemia de coronavirus, que por supuesto procede de un laboratorio, forma parte de esa estrategia de dominación. Se trata de acabar definitivamente con la hegemonía estadounidense, ya muy tocada, y sustituirla por la hegemonía de la China comunista. Los chinos no han tenido inconveniente en sacrificar a un montón de ciudadanos propios, son así de despiadados, con tal de meter el virus en Europa y en Estados Unidos. Lo mismo ha hecho el Gobierno socialcomunista bolivariano de España, sacrificar a miles de españoles para que la pandemia avance, a imitación del Gobierno izquierdista de Italia (¿o se creen que es casualidad que haya tantos muertos en España e Italia, y tan pocos en Alemania o Reino Unido?). El objetivo último son los Estados Unidos, que ahora están sintiendo de lleno el azote del virus, facilitado por las medidas adoptadas por Donald Trump. Que no está loco, en absoluto, todo es disfraz y comedia. Sabe lo que hace. Es un infiltrado. Es el gran prior de la Orden del Temple.

sábado, 11 de abril de 2020

Escrito durante el coronavirus 29

Sábado Santo, uno de los tres días del año en que la costumbre marca que no hay periódicos (los otros son Navidad y Año Nuevo). Hay una bonita tradición periodística para explicar por qué falta la prensa impresa, en los medios se dice, un año sí y otro también, que “el motivo es un descanso establecido por la Ley de Prensa del siglo pasado”. Se deben referir a la vigente Ley 14/1966, de 18 de marzo, de Prensa e Imprenta, que no contiene ninguna disposición al respecto, como tampoco la contenía la anterior ley de 1938. En realidad, los periódicos se publicaban todos los días hasta 1920 en que, tras una huelga de periodistas, por Real Decreto se les extendió la aplicación de la ley de descanso dominical de 1905, lo que dio origen a la “Hoja del Lunes” en muchas provincias, que desaparecieron en los años ochenta. A partir de 1941 se hizo costumbre extender el descanso a todos los empleados de las empresas de prensa a otros festivos como la Navidad, el Año Nuevo y el Viernes Santo, sin que hubiera ninguna disposición legal al respecto. Hoy sigue sin haber ninguna norma que impida publicar periódicos ningún día, incluido el día de Sábado Santo (y hay alguno que sale, como El Mundo). Pero, bueno, como excusa para que a nadie se le ocurra eliminar de los convenios colectivos ese día de descanso, está bien.

Yo soy adicto a leer la prensa, pese a que no te puedes fiar mucho de ella, y no solo por este pequeño e inofensivo bulo sobre el descanso de Viernes Santo. Es uno de mis vicios diarios y suelo echarla de menos en esas fechas en que no sale. Pero esta vez, la verdad, que me ha dado un poco igual. Creo que, como muchos otros ciudadanos confinados en sus casas por el coronavirus, estamos ya un poco saturados de información sobre la epidemia. Me he quitado de los telediarios y en la radio pongo principalmente música. Ojeo la prensa digital con rapidez y desgana a la espera de buenas noticias, como que se mantiene el ligero descenso de enfermos y de fallecidos, y ansioso por saber cuándo podremos salir a la calle con cierta normalidad. Y cuándo podremos leer la prensa con contenidos más variados…