jueves, 9 de abril de 2020

Escrito durante el coronavirus 27


Hace algunos años, era por estas fechas, en abril, sufrí una caída y me lastimé ambos tobillos. No fue grave, con un poco de fisioterapia me recuperé, pero estuve bastantes días dolorido, andando a pasitos cortos y sufriendo cada vez que apoyaba el pie en el suelo. A veces me acuerdo de aquella época cuando voy por la calle y me concentro en el sencillo placer de andar, de apoyar un pie y luego otro sin sentir ningún dolor ni ninguna molestia. Me he acordado de ello estos días las pocas veces que he salido al exterior, y he tratado de disfrutar al máximo de lo que ahora es un pequeño lujo, poder pasear, aunque sea unos pocos minutos. Es una de las cosas que más me apetece, y de las primeras que haré cuando nos liberen del confinamiento domiciliario, dar un largo paseo por las riberas del río Sadar, un recorrido que sigo a veces porque lo tengo al lado de casa. Y también me apetece mucho salir a pasear en bicicleta, con una bicicleta que se mueva al pedalear, no como la estática con la que trato de hacer un poco de ejercicio casero.

No espero que después de la epidemia haya un mundo mejor, ni creo que vayamos a salir mejores, saldremos más o menos como éramos, imperfectos, a veces buenos, a veces malos, capaces de lo mejor y de lo peor, egoístas y solidarios a ratos, insatisfechos, amables y odiosos. Tampoco que volvamos a nuestra vida, a nuestro mundo, tal como era antes de la pandemia. Pero sí espero recuperar esas pequeñas cosas que siempre hemos sabido, y lo decimos a veces sin creérnoslo del todo ni obrar en coherencia, que son las importantes. Y disfrutarlas a conciencia.

Ayer, buscando algo que leer en el encuentro telemático de Poetas con Sombrero, una de las dos sesiones de terapia poética que hacemos a la semana para resistir la reclusión, me encontré con un poema de Manuel Silva, escrito con ocasión de la epidemia de coronavirus, en el que viene a expresar lo mismo. Empieza así: “Ahora ya sabemos que la vida es comer con un amigo en una terraza, ir de librerías, tomar el sol, ver una película en un cine, perderte por una calle desconocida, coger un tren. Por eso, cuando la vida regrese, le pediremos menos cosas”.

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