sábado, 25 de abril de 2020

Escrito durante el coronavirus 40

Hoy en Portugal es fiesta, es el Día de la Libertad, que recuerda la Revolución de los Claveles de 1974. Una revolución que, a los que ya tenemos una edad y la vivimos, en la España franquista, a distancia mediante la prensa de la época, nos dio mucha envidia. Pese al tradicional complejo de superioridad de los españoles frente a los portugueses, luego nuestros vecinos nos han seguido dando más motivos de envidia, como sus políticas para salir de la crisis de 2008 y como su actual gestión de la epidemia de coronavirus.

La actualidad de hoy, por contraste con la de otros días que resulta aburrida por reiteración en el monotema de este tiempo, viene más interesante. Comentaré un par de las noticias con las que nos hemos desayunado (una de las cosas buenas del confinamiento, que las tiene, que desayuno todas las mañanas con la prensa digital, como me gusta hacer los días de fiesta).

Después de la rueda de prensa en la cual el presidente Donald Trump, ante la estupefacción de sus consejeros científicos, tuvo la ocurrencia de recomendar inyectarse desinfectante y usar luz ultravioleta para acabar con el coronavirus, algunos centros de emergencias de Estados Unidos se llenaban de llamadas alertando de intoxicación por desinfectante. Como estamos hablando de cosas serias, hay que reprimirse para no soltar el chiste fácil de que ojalá todos los votantes de Trump siguieran sus consejos, porque incluso las personas tan estúpidas como para votarle tienen el derecho de que les protejan para no hacerse más daño a sí mismas. Ojalá que en noviembre, si la Humanidad no se ha extinguido (y bien que hacemos méritos colectivos para merecerlo), echen a Trump de la Casa Blanca, casi da igual a quien pongan en su lugar, como si ponen al pato Donald, es improbable que nadie sea tan nefasto como él.

Ayer la Audiencia Provincial de Navarra dictó sentencia en el “caso Osasuna”. Como resalta la prensa, esta sentencia pasará a la historia por ser la primera en condenar a unos directivos y a unos jugadores del fútbol español por el delito de corrupción deportiva, es decir, por amañar partidos. A ver, me parece bien que se persiga y castigue, ya era hora, el fútbol profesional, y me temo que muchos otros deportes, se ha convertido en un lodazal desde que prima su carácter de negocio muy por encima de su carácter de deporte y mueve tantos millones de euros. No obstante, esta sentencia, como otras en diversos ámbitos, me deja mal sabor porque dudo de que haga justicia. La justicia de verdad, la que, paradojas de la ortografía, se escribe con minúscula, uno de los valores superiores del ordenamiento jurídico, que dice la Constitución. La justicia que consiste, según el DRAE, en un “principio moral que lleva a dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece”, o “aquello que debe hacerse según derecho o razón”.

Porque la Justicia, la que se escribe con mayúscula, es decir, el Poder Judicial, la organización integrada por jueces que tiene como finalidad hacer justicia, en demasiadas ocasiones no hace justicia. Tras casi cuarenta años de ejercicio profesional en los cuales me ha tocado tratar, de forma frecuente y próxima, con la Justicia, no tengo una elevada opinión sobre su funcionamiento. Creo que es una de las grandes reformas que siempre han ido quedando y quedan pendientes en España.

Recomiendo la lectura, que casi nadie hace ni hará, de un libro de 2004 titulado El desgobierno judicial. Su autor es Alejandro Nieto, catedrático de Derecho Administrativo ya jubilado, doctor honoris causa por varias universidades, presidente del CSIC de 1980 a 1983, Premio Nacional de Ensayo en 1997 por Los primeros pasos del Estado constitucional. En fin, un señor con cierto conocimiento de causa de lo que habla. No hace un diagnóstico muy optimista sobre la Justicia. Basta repasar el título de algunos de los capítulos iniciales de su libro: “Una justicia tardía”, “Una justicia atascada”, “Una justicia cara”, “Una justicia desigual”, “Una justicia imprevisible”, “Una justicia mal trabada”, “Una justicia desgarrada”, “Una justicia ineficaz”.

Tal como explica el profesor Nieto, la Justicia suele actuar tarde, después de haber sido tolerante con muchas situaciones de clamorosa injusticia o violación de la ley, y cuando actúa lo hace de forma poco previsible y, a menudo, de forma “ejemplar”, desmesurada, como para hacerse perdonar todas las veces que no actuó. Con lo cual no actúa con justicia, sino con arbitrariedad, pues da un tratamiento totalmente desigual a quien tiene la mala suerte de que le caiga la Justicia encima que a quien tiene suerte o tiene los medios de poder evitarlo. No hay manera de saber quién será castigado y por qué, lo que motiva muy poco a los ciudadanos a tener respeto a las leyes y a su cumplimiento. Copiaré unas líneas del libro muy expresivas:

A despecho de tantas leyes y de su séquito de exégetas y operadores —o quizás cabalmente por ello mismo— nunca se sabe con exactitud cuál es la conducta correcta: ni lo que debemos hacer nosotros ni lo que podemos esperar de los demás.

Por lo que dicen, parece que el amaño de partidos ha sido una práctica muy frecuente ante la cual las autoridades, políticas, deportivas y judiciales, tenían los ojos cerrados y los oídos sordos. De pronto, la Justicia despierta y ruge. Condena ejemplar a los implicados del “caso Osasuna”. ¿Y los demás?

Me temo que algo similar ha sucedido en otros casos bien conocidos por la opinión pública. Reacción desmedida de la Justicia ante unos hechos que, en otro momento y otras circunstancias, no hubieran tenido la misma importancia, que nadie esperaba que pudieran tener semejante trascendencia penal. Desde el “caso Alsasua” hasta el de los independentistas catalanes, pasando por el reciente “caso Isa Serra”. Uno queda con la impresión de que en todos esos casos, entre muchos otros, no hubo justicia, sino mala suerte en la lotería judicial.

Espero, quiero creer, que haya muchos jueces preocupados por esa situación y que quieran una reforma seria, no como las que hemos padecido hasta ahora, de la Justicia. Los máximos responsables, de momento, ante las críticas parecen más preocupados por defenderse a ultranza que de preguntarse sobre las causas de la desafección ciudadana hacia la institución. En nombre de la separación de poderes y de la independencia del Poder Judicial, acaban de condenar que un vicepresidente del Gobierno critique una sentencia. ¿No exigiría esa misma separación de poderes que se abstengan de criticar al Poder Ejecutivo, y que hablen tan solo a través de sus sentencias?

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