jueves, 7 de marzo de 2019

La Justicia como espectáculo



Cometeré la inmodestia de citar un párrafo de mi novela El rey de Andorra:

"—Nada menos fiable que los relatos de los testigos —me dijo—. Si tienes cuatro testigos presenciales, probablemente tengas cuatro versiones diferentes de los mismos hechos.
Según me decía, todos estamos convencidos de recordar perfectamente las cosas que hemos presenciado personalmente y podemos jurar sobre la Biblia que lo que contamos es cierto. Lo que cuentan los testigos que comparecen ante un juez y narran lo que han visto suele tomarse como la prueba más concluyente de los hechos que se están juzgando. Cuántos sospechosos han sido condenados solo por el testimonio de dos o tres personas que les identifican sin lugar a dudas, y cuántos condenados eran inocentes. Desde que se utilizan las pruebas de ADN, decía Ignacio, muchas veces se ha comprobado que los testigos se equivocaban. O mentían, pero más normalmente solo se equivocaban. Está más que comprobado científicamente que la percepción, y mucho más la memoria, nos traicionan. A menudo dos testigos de los mismos hechos no perciben lo mismo y no dan la misma versión. Y una misma persona no cuenta lo mismo en el momento inmediato de producirse los hechos que una semana después, o que un año después. Todos vamos reelaborando los recuerdos y lo que creemos que es un recuerdo exacto de lo que vimos, grabado en nuestra memoria como en una fotografía, solo es la versión que hemos ido procesando en nuestro cerebro añadiendo datos nuevos y nuevas interpretaciones de lo que vimos o escuchamos y olvidando algunos de los elementos originales.
—Esto, los abogados lo sabéis perfectamente —decía Ignacio—, y lo saben los policías, y los jueces, y los fiscales. No lo saben siempre los jurados, que tienden a creer a los testigos pese a que, en realidad, son la prueba más débil que existe".

Esto que también sabe cualquier psicólogo y cualquier criminólogo, es conscientemente ignorado por los medios de comunicación. Estos días nos retransmiten las vistas del juicio por la supuesta rebelión en Cataluña. Qué gran ejercicio de transparencia, piensan algunos. La Justicia actuando a la vista de todos, sin trampa ni cartón.

En realidad, lo que nos ofrecen es, justamente, la parte más engañosa. Las declaraciones de los testigos, además de la de los encausados. Las pruebas menos fiables. A estas alturas ya es notorio que algunos testigos no han querido responder a lo que les preguntaban, que se contradicen con lo que dijeron antes del juicio, que se contradicen entre ellos. Los telespectadores reciben información averiada. No tienen acceso a las demás pruebas, los informes, los documentos, las grabaciones, las pericias, que acabarán siendo más relevantes en la sentencia que se dicte que las declaraciones prestadas ante el tribunal. Pero qué más da. El desfile de los testigos es puro espectáculo, que es a lo que se dedica la televisión, aunque a veces pretenda que está informando. El televidente ya ha cultivado y repartido sus simpatías y antipatías por los acusados, los testigos, los fiscales, los abogados, los jueces. Los periodistas, dependiendo de para qué medio trabajen, ya anticipan si están quedando acreditadas las afirmaciones de las acusaciones o de las defensas, a qué parte beneficia o perjudica cada testimonio.

Como ha sucedido en la política, que la televisión ha convertido el parlamento en un circo y no en un lugar de debate, quizás pronto comprobemos que la Justicia también ha devenido en mero entretenimiento. Puede que el mejor servicio que se pueda hacer al buen funcionamiento del Estado de derecho, y en particular al derecho de los ciudadanos de recibir una información veraz, sea prohibir las cámaras de televisión en los parlamentos y en los tribunales.