viernes, 1 de diciembre de 2023

¿Dónde comía Hemingway en Madrid el cochinillo asado?

 

Esta podría ser una pregunta de cultura general adecuada para un concurso televisivo, y muchos concursantes la acertarían sin necesidad de ser expertos en la biografía de Ernest Hemingway. «En Botín», responderían, «me suena haberlo leído». Y no les faltaría razón.

En la novela The Sun Also Rises/Fiesta (1926), los dos protagonistas, Jake Barnes y lady Brett Ashley, van a comer a Botín. «We lunched up-stairs at Botin’s. It is one of the best restaurants in the world. We had roast young suckling pig and drank rioja alta», escribe Hemingway en la versión original. «Comimos en el piso de arriba de Botín. Es uno de los mejores restaurantes del mundo. Tomamos cochinillo asado y bebimos rioja alta». Que no solo sus personajes, sino también el propio Hemingway, era aficionado a visitar Botín se deduce de lo que escribe en Muerte en la tarde (1932): «But meantime I would rather dine on suckling pig at Botin’s than sit and think of casualties my friends have suffered»; «Pero, mientras tanto, preferiría cenar cochinillo en Botín a sentarme y pensar en las bajas que han sufrido mis amigos».

En el relato de su primer viaje a Madrid y de su primera corrida de toros (“Bullfighting is Not a Sport-It is a Tragedy”, The Toronto Star Weekly, 30 de noviembre de 1923, p. 23), Hemingway también menciona el cochinillo asado: «Strater drew us a fine map of Spain on the back of a menu of the Strix restaurant. On the same menu he wrote the name of a restaurant in Madrid where the specialty is young suckling pig roasted, the name of the pensione on the Via San Jerónimo where the bullfighters live». Es decir: «Strater nos dibujó un pequeño mapa del país en la parte posterior de una carta del restaurante Strix; escribió el nombre de un restaurante madrileño, cuya especialidad es el asado de cochinillo, y el de una pensión de la carrera de San Jerónimo, donde se alojan toreros». Y, efectivamente, cuenta que él y su amigo Robert McAlmon, junto con un norteamericano al que acaban de conocer en la plaza de toros, acuden a cenar a «the little restaurant that made a specialty of roast young suckling pig, roasted on an oak plank and served with a mushroom tortilla and vino rojo», «el pequeño restaurante que elaboraba una especialidad de cochinillo asado con leña de roble y servido con tortilla de champiñones y vino rojo». Aunque no se cite el nombre, es razonable suponer que está hablando de Botín. John Dos Passos, en sus memorias (The Best Times, 1966, p. 219), cuenta que comió varias veces en Botín con Hemingway y Claude Bowers, embajador norteamericano en España entre 1933 y 1939.

La cuestión estaría resuelta si no fuera porque en Madrid han existido dos establecimientos especializados en el cochinillo asado y cuyo nombre simplificado ha sido «Botín». El más conocido hoy es el que todavía existe en la calle Cuchilleros 17, Restaurante Sobrino de Botín, que presume de haber sido fundado en 1725 y de ser el restaurante más antiguo del mundo según Guinness World Records (mejor no entrar en este proceloso tema, digamos solo que está bien acreditada la existencia ininterrumpida del establecimiento al menos desde el siglo XIX). También presume de haber contado con muy distinguidos clientes, entre ellos, por supuesto, Hemingway. Su fama como lugar visitado por el Premio Nobel hizo que otro restaurante situado en Cuchilleros 3, probablemente hartos sus dueños de atender turistas despistados que se asomaban a preguntar, pusiera un rótulo en la puerta que rezaba: «Hemingway never ate here». Aquel local y aquel cartel desaparecieron, pero algunos otros bares y restaurantes han colocado la misma leyenda como broma.

El otro local conocido como Casa Botín, que presumía de haber sido fundado en 1620, se ubicaba en la plaza de Herradores 7, también en las cercanías de la plaza Mayor de Madrid. Cerró a principios de 1936, aunque parece que reabrió con otro propietario como Antigua Casa Botín años después de la guerra civil, no debió de durar mucho porque las referencias posteriores son escasas. Tuvo en las primeras décadas del siglo XX una sucursal cerca de la Dehesa de la Villa donde se podía comer al aire libre.

Dice la leyenda (hay algunas dudas razonables sobre el rigor de los datos, pero siempre es más bonito contar la leyenda) que un cocinero francés llamado Jean Botin, casado con una asturiana, se estableció en Madrid  en 1620 y abrió una posada, la primitiva Casa Botín, en la plaza de Herradores, donde en una ocasión se refugió Francisco de Quevedo de sus perseguidores. Un sobrino de su esposa (o, según otras versiones, un descendiente del sobrino de su esposa) llamado Cándido Remis abre, en 1725, otra posada en la calle Cuchilleros, en la que trabajó de friegaplatos un joven Francisco de Goya. Este segundo establecimiento, a fines del siglo XIX, se hacía llamar Pastelería de Cándido, sobrino de Botín; aclaremos que en aquella época en las pastelerías no solo se vendían dulces, como ahora, sino también empanadas o carnes asadas. Que ambos establecimientos utilizaran el nombre de Botín provocó más de un pleito. El Tribunal Supremo, en Sentencia de 26 de febrero de 1890, confirmando otra de la Audiencia Provincial de 1889, a instancias de Josefa Ramón, titular de la Pastelería de Botín, en Herradores, dispuso que la propietaria del establecimiento de la calle Cuchilleros, Vicenta Prado, viuda de Cándido Remis, podía continuar utilizando el nombre «Pastelería de Cándido Remis, sobrino de Botín», pero no el de «Pastelería de Botín» que había colocado en el escaparate, ni el nombre suelto de Botín en las tarjetas, etiquetas y papeletas de pago (Revista general de legislación y jurisprudencia: Jurisprudencia civil, volumen 67, p. 281). Por dicha Sentencia, y por la Real Orden de 6 de marzo de 1925 (Gaceta de Madrid, 17 de marzo de 1925, p. 1377), sobre inscripción en el registro de la propiedad industrial, sabemos que José Puertas Sánchez, alias Botín, casado con María Prado López, fue dueño de la Pastelería Botín, en la plaza de Herradores, hasta su fallecimiento en 1857, siendo sucedido por su hija Juana, que contrajo matrimonio con Eduardo León, el cual, al quedar viudo, contrajo segundas nupcias con Josefa Ramón Cifuentes; que Cándido Remis Puertas, sobrino de José Puertas, fue arrendatario del establecimiento de su tío hasta 1865 en que se instaló por su cuenta en la calle Cuchilleros 17 con la denominación de Pastelería de Cándido Remis, sobrino de Botín. Cándido Remis se casó con Vicenta Prado López, sobrina de María Prado (todo quedaba en familia), que una vez viuda siguió con el negocio. Isidoro Pérez Martín, que había comprado Casa Botín en 1923 y era titular del nombre comercial «Pastelería de Botín», impugnó con éxito en vía administrativa la inscripción de «Pastelería de Cándido Remis, sobrino de Botín», a favor de Antonio Remis Prado (hijo de Cándido y Vicenta), pero interpuesto recurso contencioso-administrativo el Tribunal Supremo, en Sentencia de 16 de marzo de 1928, anuló la Real Orden.

Otro incidente judicial se produce en 1960; en este caso los propietarios del local de Cuchilleros se querellan con el propietario del reabierto local de Herradores con el rótulo «Antigua Casa Botín. Fundada en 1620» acusándole de usurpación de nombre comercial y competencia ilícita. La Audiencia Provincial absolvió al acusado (Pueblo, 7 de junio de 1960, p. 24).

Pues bien, reformulemos la pregunta inicial. ¿A cuál de los dos establecimientos se refería Hemingway cuando habla de «Botin’s»? En ninguno de sus escritos lo aclara indicando la dirección o aportando algún otro dato (tampoco lo hace Dos Passos). A favor de que pudiera referirse al establecimiento de Herradores está el hecho de que, como se comprueba consultando las hemerotecas, en las primeras décadas del siglo XX este era el habitualmente conocido como Botín o Casa Botín y, parece, era el más popular (en 1930 se le concede la Medalla del Trabajo, Gaceta de Madrid, 31 de enero de 1930, p. 785). Ramón Gómez de la Serna, en La sagrada cripta de Pombo (1924), escribe sobre la aglomeración de todo tipo de visitantes que se produce en Botín y advierte que «existe otro Botín que yo prefiero esos días en que “hay que estar” esperando que alguien acabe para encontrar mesa: un Botín más silencioso, perdido en una calle más típica, y tan sobrino de Botín como el más célebre»; más adelante habla de la calle Cuchilleros, «que amo tanto», y añade: «y en cuyo Botín —el Botín del pie izquierdo, como muy bien dice el gran Vela— preparo yo fiestas para escapar un rato del otro Botín de los turistas». A Herradores acudió a cenar Carlos Gardel en 1927, según cuenta en sus memorias el compositor de tangos Francisco Canaro, dice que fueron «una noche a "Casa Botín", famoso restaurante genuinamente madrileño de la Plaza del Herrador. Él fue acompañado de la aplaudida cupletista española Teresita Zazá» (Mis bodas de oro con el tango y mis memorias, 1957, p. 159). Que los turistas extranjeros iban al Botín de Herradores, «el más famoso de todos los restaurantes de España», se confirma con el artículo «Strong Stomach in Spain» de John Gunther (Esquire, febrero de 1935, pp. 70 y 111): «Finally there is the Casa Botin (Plaza de Herradores), probably the most celebrated of all restaurants in Spain». El de Cuchilleros se anunciaba con el nombre de «Cándido Remis-Sobrino de Botín» y así —o como «Sobrinos de Botín»— solía ser nombrado; Pérez Galdós lo cita en Fortunata y Jacinta (1887) como «la pastelería del sobrino de Botín, en la calle de Cuchilleros», y en Torquemada y San Pedro (1895) como «la célebre casa de comidas Sobrinos de Botín»; en cambio, en Misericordia (1897) solo habla de «Casa Botín», sin mayor precisión, que siembra la duda de a qué local se refiere. Que Hemingway hable de un «little restaurant» apunta en la misma dirección de que se refería a Herradores, no hay más que contemplar las fotografías de ambos locales. Parece que no es hasta la época de la postguerra, desaparecido el local de la plaza de Herradores, en que el de Cuchilleros pasó a monopolizar la popular denominación de Botín y heredó toda la fama del otro. En cualquier caso, la duda persistirá…

domingo, 22 de octubre de 2023

La leyenda de Hemingway y las botas de vino

Nunca es tarde para conocer nuevas leyendas de Hemingway en Pamplona. La última que he conocido la propaga el mismísimo Ayuntamiento en su página web:
Nos cuenta que Jake Barnes, el protagonista de Fiesta, compra unas botas de vino en Las Tres ZZZ, en la calle Comedias, diciendo que era la única botería en el centro de la ciudad. En otra web se llega a afirmar que en Fiesta se nombra a la empresa de Las Tres ZZZ.:

Lo cierto es que Hemingway ni nombra a dicho establecimiento centenario, ni lleva a su protagonista a comprar botas a la calle Comedias (entonces, en 1925, llamada calle Dos de Febrero), ni era la única botería en aquella época. En los años 20 había tres boterías; dos en la calle Comedias, la de Pedro Echarri y la de Gregorio Pérez (Sucesor de Iglesias), conocida luego como Las Tres ZZZ; y otra, la de Fructuoso Pérez en la calle Mayor 91. Si se lee la parte de la novela donde el protagonista va a comprar botas, se concluye con facilidad que la botería que describe es la de Fructuoso Pérez. Los protagonistas van a la iglesia de San Lorenzo a ver la procesión; después de verla entrar, suben por la calle Mayor y entran en una taberna, desde la cual Jake Barnes sale a buscar la botería, bajando de nuevo por la calle Mayor hasta las cercanías de la iglesia de San Lorenzo, y una vez allá compra dos botas.


En la web del Ayuntamiento se transcribe un supuesto fragmento de Fiesta, "Llegué hasta la iglesia (San Nicolás) mirando a uno y otro lado", que no es literal sino que lleva un añadido de la cosecha de quien ha elaborado el texto municipal. Lo que se dice en Fiesta es: "I walked as far as the church, looking on both sides of the street. Then I asked a man and he took me by the arm and led me to it". Si se lee el párrafo completo, se deduce que la calle ha de ser la calle Mayor y la iglesia aludida la de San Lorenzo.

De las tres boterías mencionadas, hoy solo subsiste Las Tres ZZZ, que no necesita de esta leyenda (aunque la recoge también en su web) para seguir siendo un referente. Por cierto, que no está "en el Paseo Mendiluce", como dice el artículo de Navarra.com, vía inexistente en Pamplona, sino en la calle Puente de Miluce.

viernes, 20 de enero de 2023

Otorgado el Premio Vanderford 2022

He decidido crear un galardón anual, al que he bautizado como Premio Vanderford (para entender el porqué del nombre conviene leer mi libro La habitación de Vanderford), que se otorgará a un artículo de prensa que incorpore alguna de las leyendas, fábulas o invenciones de uso común sobre Pamplona y las fiestas de San Fermín dándolas por hechos ciertos. 

El premio es puramente honorífico, no lleva dotación económica y ni siquiera habrá una ceremonia de entrega. Consistirá únicamente en la mención del ganador en este blog explicando los méritos contraídos para obtenerlo.

Pues vamos allá con el premio de este año. De entre los candidatos presentados por el público, el jurado (yo mismo) ha decidido por unanimidad conceder el Premio Vanderford 2022 (artículos aparecidos en la prensa entre el 1 de enero y el 31 de diciembre de 2022) al artículo titulado «La premio Nobel Annie Ernaux también vivió "el júbilo vertiginoso" de San Fermín», firmado por Íñigo Sota y publicado en la edición digital de Diario de Navarra el 20 de diciembre de 2022.

Se cuenta en él lo siguiente: «A la lista de personalidades mundialmente conocidas que un día visitaron Pamplona por San Fermín, como el director de cine Orson Welles, los escritores Ernest Hemingway y Arthur Miller o la actriz Ava Gardner, se suma ahora Annie Ernaux».

Qué bonita la historia de Ava Gardner y la de anécdotas a las que ha dado lugar. Pero, desgraciadamente, Ava nunca vino a los sanfermines, ni siquiera pasó jamás por Pamplona.

En fin, un merecido premio por retomar, dando por buena, una de las más conocidas leyendas sanfermineras. Enhorabuena.





lunes, 28 de febrero de 2022

La primera noticia


Se suele decir que el primer periódico español, o uno de los primeros, fue la Gaceta Nueva de los sucesos particulares, así políticos como militares sucedidos en la mayor parte de la Europa, que apareció en 1661 en Madrid. Su editor era Francisco Fabro Bremundán, borgoñón, secretario de Juan José de Austria, hermano de Felipe IV y aspirante al trono, con el propósito de hacerle propaganda. Se publicó durante un par de años, reapareció en 1667 con el título de Gaceta ordinaria de Madrid y, tras varios cambios de nombre, a partir de 1697 se llamó Gaceta de Madrid. Tras la muerte de Felipe IV la Gaceta pasó a estar controlada por su viuda, la reina regente Mariana de Austria, madre de Carlos II. En 1762 la Corona asumió el privilegio de imprimirla y en 1836 se estableció que las leyes, decretos, reales órdenes y demás disposiciones del Gobierno tuvieran vigencia a partir de su publicación en la Gaceta, que se convirtió en un boletín oficial nacional. A partir de ahí, fueron desapareciendo las noticias para, finalmente, quedar solo los textos oficiales.

Tenemos fácil y cómodo acceso a todas las noticias que se publicaron en aquel periódico gracias a que todos sus números, desde 1661, están digitalizados y disponibles en la web del Boletín Oficial del Estado, que es la definitiva denominación que tiene esta publicación desde 1936. Podemos leer la primera noticia que se publicó en el número 1: «Avisan de Roma que han muerto los Eminentisímos señores Cardenales Don Juan de Lugo, español, natural de Sevilla, Religioso de la Compañía de Jesús, en Roma, de edad de 75 años; y Don Cristóbal Widman, veneciano, que falleció en Castillo de S. Martín de la Ciudad de Viterbo, de donde era Obispo».

Esta primera noticia contiene varios errores. En realidad, Juan de Lugo había nacido en Madrid, aunque su familia procedía de Sevilla y estudió en esa ciudad, y tenía 76 años; Cristóbal Widman no era obispo de Viterbo, sino cardenal presbítero de San Marcos en Roma. El obispo de Viterbo era Francesco María Brancaccio.

Tres siglos y medio después, las noticias de los periódicos siguen siendo igual de fiar…

domingo, 24 de octubre de 2021

El desastre contagioso

Parece que los desastres son contagiosos. Es la sensación que tengo con el asunto de la condena del diputado, o exdiputado, Alberto Rodríguez. Cada nuevo paso supone el inexorable cumplimiento de ese añadido a la ley de Murphy de que todo lo malo es susceptible de empeorar. 

La sentencia condenatoria ya resulta un despropósito, una de esas condenas que contribuyen al desprestigio de la Justicia en nuestro país, desprestigio del que suelen sorprenderse y quejarse los propios jueces, al menos los que mandan, demostrando que viven en una realidad paralela a la de la mayoría de la población. Las pruebas aportadas para desvirtuar la presunción de inocencia tienen toda la apariencia de carecer del mínimo peso exigible, como ponen de relieve los dos magistrados que firman un voto particular. Por cierto, ya resulta curioso que se pueda dictar una condena con votos particulares poniendo en duda que se hayan acreditado los hechos. En los procesos con jurado de los Estados Unidos, esos que conocemos tan bien gracias al cine y a la televisión, se exige unanimidad para condenar. Eso resulta bastante coherente con aquello de "más allá de toda duda razonable", que en nuestra cultura jurídica lo traducimos con un latinajo: in dubio pro reo. Si uno solo de los jurados no está seguro de la culpabilidad, es obvio que hay una duda que debe favorecer al acusado. En España los jurados no funcionan con la regla de la unanimidad, sino de la mayoría; y lo mismo los órganos judiciales, como en este caso. Si dos de los siete magistrados de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo dicen que "la prueba practicada en el acto del plenario, válidamente obtenida y desarrollada con inobjetable regularidad, está en cambio muy lejos de resultar suficiente para enervar las exigencias que resultan del derecho fundamental a la presunción de inocencia", uno diría que en el órgano que debe decidir se alberga la duda. Pero dura lex, sed lex, la norma de la mayoría es implacable, si la mayoría está segura, no cabe la menor duda.

El despropósito se multiplica cuando algunos partidos políticos y algunos medios de comunicación exigen que se aplique al condenado una pena que no aparece en la sentencia: que sea privado de su escaño de diputado. Uno ha leído con atención la sentencia y no ha conseguido encontrar la condena a la pena de inhabilitación para cargo público que se le pretende aplicar. Sí aparece "la accesoria de inhabilitación especial para el derecho de sufragio pasivo durante el tiempo de la condena", que es una pena distinta, como se deduce de la simple lectura de los arts. 42 y 44 del Código Penal.

Sigue empeorando la cosa cuando el presidente de la Sala de lo Penal se dirige a la presidenta del Congreso para que remita un informe sobre la fecha del inicio de cumplimiento de la pena de inhabilitación especial para el derecho de sufragio pasivo impuesta. Sorprende que se espere un informe del Congreso, cuando quien debiera controlar la inhabilitación del derecho de sufragio pasivo, es decir, que el diputado no pueda presentarse como candidato en ningún proceso electoral, lo debiera hace la correspondiente Junta Electoral, si se convocaran elecciones. Por alguna extraña razón, todo el mundo entiende que se está pidiendo a la presidenta del Congreso que prive al diputado de su escaño; una pretensión sin fundamento. Los letrados del Congreso emiten un informe en tal sentido, señalando que no procede la privación del escaño, y así lo acuerda la Mesa del Congreso.

La presidenta del Congreso se podría haber limitado a responder al presidente de la Sala de lo Penal adjuntando el informe de los letrados y diciendo que no le correspondía adoptar ninguna medida de ejecución de las penas impuestas al diputado; ni cobrarle la multa ni inadmitir su candidatura en algún proceso electoral. Nadie podría condenarle por prevaricación contando con un informe jurídico y un acuerdo de la Mesa. Pero, por alguna razón, quizás porque ha leído demasiado la prensa y poco la sentencia, la presidenta decide preguntar a la Sala "si debe procederse, como medida de cumplimiento, a declarar la pérdida de la condición de diputado del Sr. Rodríguez". El presidente de la Sala le responde, con toda razón, no sé si con toda oportunidad, que la ley "no incluye entre las funciones del Tribunal Supremo la de asesorar a otros órganos constitucionales acerca de los términos de ejecución de una sentencia ya firme"; no obstante, le aclarar que se debe "mantener la vigencia de la inhabilitación especial para el ejercicio del derecho de sufragio pasivo". Nada le dice sobre que deba privarse de su escaño al diputado, pena que no solo no aparece mencionada en la sentencia sino tampoco en la comunicación del presidente de la Sala. Los medios de comunicación deben de leer otro escrito distinto del que he leído yo porque sacan titulares como este: "El Supremo contesta a Batet que Alberto Rodríguez debe dejar el Congreso".

La presidenta decide dar un paso más hacia el esperpento total. La sentencia no lo exige, el presidente de la Sala de lo Penal no se lo pide, el informe de los letrados le dice que no procede, pero la presidenta del Congreso decide privar al diputado de su escaño. Con dos cojones, por decirlo finamente, o quizás acojonada por la presión mediática y política.

El despropósito se sigue contagiando. La ministra de Derechos Sociales acusa de prevaricación a la presidenta del Congreso en Twitter. "Fuentes" de Unidas Podemos anuncian que pondrán una querella contra la presidenta del Congreso por prevaricación; el portavoz del grupo parlamentario dice que será el diputado Alberto Rodríguez quien pondrá la querella. El interesado no dice nada de interponer ninguna querella, sino que se da de baja de Podemos. Algún periodista dice que no sabía nada de la querella, como la mayor parte de los diputados y dirigentes de Unidas Podemos.

Me parece errónea, improcedente y hasta infantil esa reacción. Nadie, menos una ministra, debiera hacer acusaciones públicas de prevaricación ni de ningún delito. Si tiene pruebas de la comisión de un delito, se aportan con la correspondiente denuncia o querella en la fiscalía o el juzgado de guardia; la práctica tan habitual de introducir ese tipo de acusaciones en el debate político es nefasta. Anunciar una querella por prevaricación en este caso es ingenuo e ineficaz. Probar la prevaricación resulta siempre muy difícil. Si se interpone una querella contra la presidenta del Congreso, acabará en la misma Sala de lo Penal del Tribunal Supremo donde se ha iniciado este culebrón, así que podemos esperar cualquier cosa. 

Lo que debieran anunciar Unidas Podemos o Alberto Rodríguez son los correspondientes recursos, primero, ante el Congreso y, luego, ante el Tribunal Constitucional. Órgano este que ofrece "tanta" confianza como el Tribunal Supremo, pero que es la antesala del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo, en el que se puede confiar un poco más. Cierto es que en estos casos, como le sucedió a Juan María Atutxa en un entuerto similar, tarda muchos años en sentenciar, y la justicia tardía es tardía pero no es justicia. Pero es lo que hay. Mientras tanto, pienso que Unidas Podemos o, más bien, los candidatos de la lista por la que salió elegido Alberto Rodríguez, debieran negarse a suplirle y dejar el escaño vacío. Nuestro Estado de Derecho cada vez más está hecho unos zorros, pero la lucha por el Estado de Derecho hay que darla desde dentro, utilizando los instrumentos que existen, y con inteligencia.

Pero, en fin, esto no ha acabado, así que estemos preparados para más chandríos...










jueves, 6 de mayo de 2021

Independencia

No soy nacionalista... Vale, ya sé que esto suena como lo de "no soy machista, pero...", o lo de "no soy racista, pero...". Hay muchos que dicen que no son nacionalistas, y en cuanto exponen sus ideas resulta que no son nacionalistas del nacionalismo que abominan, pero es que son de otro nacionalismo rival. Así que empezaré de nuevo. No creo en la nación, al menos en la nación en la que creen los nacionalistas: una comunidad creada por Dios o por la Historia con vocación de eternidad, una unidad de destino indisoluble, con derechos inalienables a la independencia y a la soberanía, dotada de una identidad nacional, una lengua nacional, un carácter nacional y una gastronomía nacional. No creo en el patriotismo, me parece que en sus formas mas habituales es, como dijo Bertrand Russell, una peligrosa enfermedad. No creo en el principio de las nacionalidades, sí en el de autodeterminación de cualquier comunidad, no de las naciones, también de la Maragatería o de las Alpujarras sin necesidad de que reclamen ser naciones. No creo en la independencia, todos somos interdependientes, ni en la soberanía, si hubiera un poder soberano, por encima de todos los demás poderes, habría que luchar por aniquilarlo. Creo que el poder hay que compartirlo, limitarlo, dividirlo y controlarlo, la soberanía lleva al despotismo, sea el de un monarca soberano o el de una comunidad soberana. Sé que todo esto son mitos políticos que han tenido mucho éxito porque tienen su utilidad, y que la siguen teniendo, por eso están tan difundidos y arraigados. Pero, repito, no creo en ninguno de ellos, es decir, creo que son nocivos y peligrosos y que hay que luchar porque desaparezcan. Sí creo en los estados-nación, unos artefactos que suelen tener fecha de invención y de caducidad, que no son irrompibles, hay que admitir que se pueden trocear, que son útiles siempre que no se confundan con una nación.

Dicho lo cual, excepcionalmente estoy a favor de dos independencias, de que dos porciones de sendos estados-nación se separen de ellos, no en nombre de los derechos nacionales, sino por meras razones prácticas.

En primer lugar, apoyo la independencia de Escocia. Creo que a los escoceses les estafaron. En el último referéndum de independencia les convencieron de que era un mal negocio separarse del Reino Unido porque ello conllevaría salirse de la Unión Europea. Así que se quedaron en el Reino Unido, para que poco tiempo después la mayoría de ingleses y galeses (los escoceses, norirlandeses y gibraltareños votaron en contra) decidieran la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Me parece razonable que haya una segunda ronda, que los escoceses puedan decidir abandonar el Reino Unido y regresar a la Unión Europea, de donde no debieron salir por una decisión nacionalista e infantil.

En segundo lugar, apoyo la independencia de la Comunidad de Madrid. Sí, incluso aunque los madrileños no parece que se la estén planteando, pero es en defensa propia del resto de España. Llevamos varias décadas en que la descentralización política que suponía el Estado de las autonomías ha sido anulada por una centralización económica donde Madrid va vaciando de habitantes y recursos a buena parte del resto de España. Gracias a un sistemático dumping fiscal va acumulando empresas, actividad, inversiones, a costa de los demás. La puntilla son las últimas elecciones. La mayoría de los madrileños han caído en el más perverso trumpismo, ahora que en los Estados Unidos están saliendo de él, un trumpismo castizo aún más ridículo que el original. Votan a una presidenta cuya indigencia intelectual es notoria y que como programa ha presentado la defensa de una identidad madrileña supuestamente consistente en una acracia reaccionaria donde la presidenta puede hacer lo que le dé la gana (supongo que los casi doscientos mil empleados a sus órdenes no participarán del mismo principio) y donde vivir en una ciudad tan inhóspita para quien no tiene dinero se compensa con el poder tomar cañas en las terrazas después de salir de un trabajo de mierda y antes de volver a una vivienda que no se puede pagar si también se quiere comer. Con ese voto la mayoría de los electores muestran ser tan irresponsables y peligrosos como sus dirigentes. Así que propongo que Madrid se independice de España. Que se vayan. Si quieren, como Madrid es España dentro de España, que se queden con el nombre, y con la bandera, y con el rey. Sobre todo con el rey. El resto de España ya nos buscaremos otro trapo de colores, otro jefe del Estado y otro nombre. Y si los madrileños no se quieren ir, vámonos los demás, que el resto de España se independice de Madrid. Vale, tampoco quiero castigar a todos los madrileños. Algunos están tan horrorizados como yo. Vamos a buscar una solución de compromiso, una partición, como las que hicieron los británicos en Irlanda o en la India. Que se vengan con el resto de España los de Vallecas, los de Rivas o los de Getafe, si no quieren irse con los de Salamanca, Retiro, Chamartín, Pozuelo o Las Rozas.