jueves, 2 de abril de 2020

Escrito durante el coronavirus 21

He soñado que el confinamiento domiciliario no acaba nunca. Que son tantos los virus y bacterias que pululan por las calles que hemos dejado desiertas, que la Humanidad se ha visto obligada a protegerse con una reclusión perpetua. Está prohibido salir al aire libre, salir de casa necesita de una autorización que la mayor parte de la gente no recibe nunca. La mayoría de la población nunca abandona su casa y practica el teletrabajo gracias al wifi universal que mantiene la ONU. La educación se hace también en casa, la docencia a distancia es la única que se imparte. Las elecciones son mediante voto electrónico y los políticos discuten a distancia mediante videoconferencia. Los actores también trabajan desde su casa, las películas y series se montan con técnicas digitales. Solo quienes trabajan en servicios esenciales que no pueden realizarse a distancia, en la construcción, la agricultura o la industria, reciben una autorización para desplazarse de su domicilio a su lugar o lugares de trabajo, el trayecto y la permanencia en cualquier lugar abierto necesariamente los hacen con un equipo de protección personal, una escafandra hermética que les aísla de la atmósfera llena de fuentes de contagio. Todos los recorridos son permanentemente monitorizados gracias al GPS que todo el mundo tiene implantado, desde que nace, bajo la piel. La policía controla todo a distancia. Los teléfonos móviles prácticamente han desaparecido, ya no tenían sentido, se vuelven a utilizar los fijos y los ordenadores de sobremesa. Las compras se hacen online, los comercios son todos virtuales y hay sistemas de reparto de todos los bienes de primera, segunda y última necesidad, muchos de ellos robotizados o con vehículos sin conductor. Han desaparecido las monedas y los billetes, todo el dinero es electrónico. Las consultas con los médicos de cabecera también se hacen por videoconferencia y la forma ordinaria de hospitalización es la domiciliaria. Los niños, como antaño, nacen en casa. Solo en casos extremos se envía un especialista para comprobar si es imprescindible un traslado a los pocos hospitales presenciales que existen. El ocio se ocupa en las mismas cosas que en la actualidad, en ver la televisión, en leer libros electrónicos (los de papel han desaparecido), navegar por las redes sociales y escribir idioteces, hacer ejercicio en el gimnasio personal que todo el mundo tiene en su vivienda, en comer y beber sin salir de casa y en reunirse para charlar con los amigos, siempre mediante videoconferencia. Las amistades, los ligues, los romances, los matrimonios y el sexo, todas las relaciones sociales, se inician por internet. Solo subsisten los deportes profesionales que se practican a cubierto y todas las competiciones son sin espectadores in situ y retransmitidas por televisión. Las vacaciones son virtuales, consisten en visitar monumentos, museos o lugares históricos a través de una pantalla. Las mascotas que necesiten ser paseadas están prohibidas, las más habituales son hámsters y peces de colores.

La mejor parte de todo esto es que han desaparecido las epidemias y las pandemias. Y los accidentes de tráfico.

No sé si ha sido una pesadilla o una visión premonitoria...

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