martes, 9 de junio de 2020

Escrito durante el coronavirus 78

Qué difícil encontrar palabras que describan bien, con precisión, lo que queremos decir. La mayoría de las palabras que utilizamos son equívocas, ambiguas, pueden referirse a significados distintos, a veces se nos quedan cortas para nombrar todo lo que queremos nombrar, a veces van más allá de lo que queremos designar. Dependiendo de quiénes sean nuestros interlocutores, puede que comprendan lo que queremos decir, puede que entiendan otra cosa, puede que no entiendan nada, quizás tengamos que embarcarnos en largas explicaciones y quizás todo finalice en un enojoso debate semántico o filológico. 

Toda esta reflexión viene a cuento de una palabra que he descubierto en los últimos días a causa de las noticias sobre la muerte de George Floyd en Mineápolis a manos, o rodillas, de un policía, y de las movilizaciones antirracistas producidas en todo el mundo. Afrodescendiente. Me he enterado de que ese término, afrodescendiente, se adoptó en la Conferencia Regional de las Américas, celebrada en diciembre de 2000 en Santiago de Chile para preparar la III Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia que se celebró en Durban, Sudáfrica, en 2001, y que las Naciones Unidas han declarado la Década Internacional de los Afrodescendientes​ 2015-2025 bajo el lema "Reconocimiento, Justicia y Desarrollo". Inicialmente esta denominación se adoptó para reconocer a las personas descendientes de los pueblos africanos llegados al continente americano en la época colonial a través de la trata de esclavos, una ampliación del vocablo “afroamericano” al que estamos acostumbrados por las películas y series de televisión estadounidenses que lo utilizan para no decir “negro”, que se ha vuelto una palabra malsonante. Siempre me ha parecido hipócrita lo de afroamericano, se evita decir negro pero se sigue diciendo blanco, como si lo negro fuera malo y lo blanco no, y a los blancos no se les llama “euroamericanos”, que sería lo propio, sino simplemente “americanos”, sugiriendo que no necesitan mayor precisión porque son “normales”. En España veo que también hay asociaciones y colectivos que se reclaman como afroespañoles y afrodescendientes. En fin, me parece bien lo de afrodescendientes en cuanto que sirva para luchar contra la discriminación y la exclusión social de los descendientes de antiguos esclavos africanos, y también de los emigrantes y descendientes de emigrantes africanos que han llegado y llegan a otros continentes arrojados de sus países de origen por la pobreza, el hambre o las guerras. Pero me incomoda un poco lo nebuloso del concepto “afrodescendiente”. En realidad, todos los seres humanos somos afrodescendientes, parece ser que el homo surgió hace dos o tres millones de años en los alrededores de Etiopía y que nuestros antepasados salieron de África para extenderse por otros continentes. Pero sin irnos a la Prehistoria, es bastante posible que todos los habitantes de la península Ibérica tengamos, en mayor o menor proporción, algo de sangre árabe o beréber, que entre nuestros antepasados haya alguno de los moros que cruzaron el estrecho de Gibraltar con Táriq ibn Ziyad, con los almorávides de  Ibn Tašufín o con los almohades de Abd al-Mumin. Los africanos que hoy llegan a Europa son, simplemente, parientes nuestros que emigraron más tarde. Así que, al hablar de afrodescendientes, no pensemos que nosotros no lo somos, que somos distintos.

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