viernes, 5 de junio de 2020

Escrito durante el coronavirus 75


Cuando se concede un premio, sea artístico, científico, humanitario, profesional, se persigue honrar tanto a quien lo recibe como a quien lo concede. El empresario sueco Alfred Nobel hoy solo sería conocido en el sector de los explosivos si, además de inventar la dinamita, no hubiera establecido la fundación y los premios que llevan su nombre. Por eso hay que tener mucho cuidado con los destinatarios de los premios, porque una mala elección deshonra también a la persona o a la institución que lo concede. Es lo que sucede con el Premio Princesa de Asturias de la Concordia 2020 concedido a los sanitarios españoles en primera línea contra la COVID-19. Estos premios, como la Fundación Princesa de Asturias (antes Príncipe de Asturias), se crearon para prestigiar a la monarquía española. Quizás a alguien se le ocurrió que era buena idea, con tal fin, premiar este año a los sanitarios. Que se merecen cualquier premio está fuera de toda duda. Pero teniendo en cuenta la situación que atraviesa la política española y, en particular, su monarquía, pienso que la ocurrencia supone pegarse un tiro en el pie. Nada más anunciarse la concesión, ya ha saltado la polémica. Algunos sanitarios han impulsado una iniciativa para rechazar el premio. Seguro que muchos otros estarán encantados de recibirlo, pero que haya discordia y división no beneficia al premio ni a sus patrocinadores ni, por supuesto, a la monarquía, que no pasa por su mejor momento. Dicen algunas encuestas que ahora mismo en España hay mayoría a favor de prescindir de ella e instaurar un régimen republicano. Es de suponer que entre los sanitarios españoles también habrá unos a favor de la monarquía y otros a favor de la república. En esas condiciones, es muy probable que fuera más prudente por parte de la Fundación Princesa de Asturias y de la Casa Real no hacer ruido y no dar premios que vayan a sembrar la trifulca. Resulta más adecuado otorgar galardones como el de las Artes recién anunciado, a Ennio Morricone y John Williams, más que merecido y que nadie va a criticar.

Ayer, en una reunión de escritores, en una terraza y con unas cañas de por medio, para resolver los problemas del mundo (¿han notado ya la mejoría?) comprobé que la mía no es una opinión aislada, que hay mucha gente que la comparte. En la Casa de su Majestad el Rey (Casa Real más popularmente) hay un topo republicano que conspira hace años para acabar con la monarquía desde dentro. Y lo hace con gran éxito. No puede tener otra explicación la cantidad de despropósitos que han tenido como protagonistas a los miembros de la real familia en las últimas décadas, desde las aventuras de los reales yernos hasta los manejos financieros y de alcoba del rey emérito. La popularidad de la monarquía ha caído tanto que hace años que el Centro de Investigaciones Sociológicas, CIS para los amigos, se cuida mucho de preguntar por ella. ¿Quién es el topo? Ayer señalamos a varios sospechosos. Puede ser alguno de esos altos funcionarios que, oficialmente, trabajan para el rey, el jefe de su Casa, el secretario general, el jefe del cuarto militar, el jefe de Protocolo, el director de Comunicación, todos ellos tan aparentemente fuera de sospecha como, en su día, Kim Philby, Günter Guillaume o Bill Haydon. Pero podría ser la mismísima reina Letizia, muy poco monárquica cuando era una simple periodista, y que muy hábilmente podría haber engañado a todo el mundo, empezando por el entonces príncipe y ahora rey, para infiltrarse dentro de la familia real y poder hacer una labor de zapa similar a la que hizo Maria Antonieta con la monarquía francesa. Incluso, hemos barajado esta posibilidad que no es irrazonable, el topo puede ser el propio rey Felipe, más que harto del papel que le ha tocado desempeñar solo por haber nacido en la familia que le cayó en suerte, y que quiere jubilarse mucho más joven que su padre y en mejores condiciones. Todo podría ser.


No hay comentarios:

Publicar un comentario