jueves, 4 de junio de 2020

Escrito durante el coronavirus 74


Algunos conspiranoicos andan denunciando que el Gobierno está ocultando una parte de los muertos ocasionados por el coronavirus. Abona su teoría cierto caos estadístico en el cual las cifras suben, bajan, se revisan, se corrigen, y en el que no siempre coinciden las cifras del Ministerio con las de las comunidades autónomas. Siempre que alguien invoca una teoría de la conspiración, yo le suelo contraponer la teoría de la chapuza, que en mi opinión suele explicar mucho mejor las cosas que pasan. Los seres humanos no somos tan listos como para montar elaboradas conspiraciones donde todo está previsto y donde se pueden borrar todas las huellas. Tenemos tendencia a la estupidez, al error y a la improvisación. Por otro lado, la realidad suele ser algo muy complejo y que algo no nos cuadre no suele querer decir que hay alguien con oscuras intenciones detrás, simplemente que hay algo que se nos escapa.

Me temo que los conspiranoicos ven demasiada televisión, o se creen demasiado de lo que ven en las series televisivas. Piensan que los organismos públicos tienen unas enormes bases de datos donde está todo recogido, que es posible meter el nombre del sospechoso en el ordenador y que, ipso facto, aparezca en la pantalla su foto y sus antecedentes; o que pidamos una prueba de ADN y en cinco minutos una máquina nos dé el resultado, después de comparar la muestra con todos los perfiles de ADN del mundo; o que si vas al ayuntamiento puedes obtener los planos del edificio del banco que vas a atracar, donde tienes señaladas hasta las alcantarillas por la que entrarás y saldrás y el grosor del acero de la cámara de seguridad.

La vida real es diferente. Ni las administraciones públicas ni las empresas privadas tienen todos los datos, ni los tienen perfectamente ordenados. Con mucha frecuencia hay datos parciales, desorganizados, contradictorios. ¿Cuántos asesinatos cometió ETA? La respuesta correcta es: ochocientos y pico. Nadie lo sabe con certeza, según a qué fuente acudamos nos dará una cifra distinta. La más repetida es la de 829 víctimas, que proporcionó hace años el Ministerio del Interior, es la que nos da la Wikipedia. El Gobierno vasco recoge 849. La Oficina de Asistencia a las Víctimas del Terrorismo, que depende del Ministerio del Interior, revisa en 2017 los expedientes y cuenta 853. En el libro Vidas rotas de Rogelio Alonso y Florencio Domínguez se cuentan 857. El Colectivo de Víctimas del Terrorismo (COVITE) dice que son 858. La Oficina de Asistencia a las Víctimas de la Audiencia Nacional contempla 864. ¿Alguien está ocultando asesinatos? ¿O alguien se los está inventando? No; simplemente utilizan criterios distintos. Hay asesinatos sobre los cuales no hay consenso sobre si se pueden atribuir o no a ETA. Algo parecido sucede si alguien pregunta por el número total de delitos que se cometen cada año en España. Hay estadísticas distintas elaboradas por organismos distintos que ofrecen cifras distintas. El Ministerio del Interior, el Instituto Nacional de Estadística, la Oficina Estadística de la Unión Europea (Eurostat), la Fiscalía General del Estado, el Consejo General del Poder Judicial, suelen ofrecer cifras no coincidentes porque las calculan con criterios dispares.

Hasta aquí estoy hablando de datos difíciles de organizar, datos en grandes cantidades y que provienen de múltiples fuentes. Pero contaré una anécdota personal que indica que, incluso en una escala mucho menor, se puede producir la misma confusión. En 2006 yo era miembro del Parlamento de Navarra y, a raíz de una noticia de prensa, se me ocurrió pedir una información al Gobierno de Navarra, simplemente para conocer datos dentro de la función de control que, se supone, hacen los parlamentarios. Pregunté por las reclamaciones de responsabilidad patrimonial que se hubieran formulado en los últimos diez años, indicando las indemnizaciones concedidas e incluyendo, si las hubiera, las acciones de responsabilidad seguidas contra autoridades y funcionarios. Supuse, ingenuamente, que esos datos estarían en posesión de algún órgano, probablemente Hacienda que es quien al final paga, perfectamente informatizados, y que no le costaría mucho hacerme un listado. Pasaron los meses y no recibí respuesta. Insistí para ser informado de forma oral en comisión, lo que provocó que el consejero competente para responderme presentara un escrito alegando la imposibilidad de obtener los datos en el plazo reglamentario y pidiendo un aplazamiento. Por fin, a los cuatro meses de admitirse mi solicitud, recibo la información, consistente en un montón de hojas perfectamente desorganizadas. Resulta que nadie tenía los datos ordenados y cada departamento me remitió lo que le pareció oportuno. Algunos, una breve comunicación indicando que no habían tramitado ninguna reclamación. Otros, que habían tramitado pocas, en un par de folios me daban los datos. Algunos me remitían un listado, pero lo más curioso fue lo del departamento que más reclamaciones había recibido y más indemnizaciones había pagado, el de Salud. Me enviaron un montón de fotocopias tamaño A3 con una larguísima lista, escrita a mano, de todas las reclamaciones, sin sumar las cantidades reclamadas o pagadas. Por ahorrarse esfuerzos, me obsequiaban con datos personales que no debían de haberme entregado y que yo no había pedido, como el nombre de los pacientes y las enfermedades de las que habían sido tratados. En conclusión, nunca jamás nadie se había preocupado de recopilar y organizar los datos de cuántos euros gastaba el Gobierno de Navarra en indemnizaciones a ciudadanos perjudicados por sus actuaciones. No soy muy optimista sobre que en la actualidad haya mejorado mucho la cosa. Para cuando recibí la información, la legislatura estaba casi concluida y mis conciudadanos tuvieron el buen criterio de no reelegirme en las siguientes elecciones, no tuve oportunidad de hacer nada más.

Así que a mí no me sorprende nada cierto desbarajuste sobre los datos de muertes por el coronavirus teniendo cuenta que hay veinte administraciones implicadas, el Estado, 17 comunidades y 2 ciudades autónomas. ¿Sería exigible una mayor eficacia? Sí, por supuesto. Pero ya he escrito antes que desde 1978 hemos llevado a cabo una descentralización que ha desembocado en la creación de 17 comunidades autónomas a base de transferir competencias que antes eran del Estado y en dejar al aparato del Estado anteriormente centralizado y unitario con unas cuantas menos de las que solía ejercer, pero hemos dejado siempre pendiente la tarea de organizar un sistema verdaderamente autonómico, con un Estado central que haga de coordinador y unas comunidades acostumbradas a la cooperación vertical y horizontal, algo a lo que suelen estar habituados los estados federales pero que a nosotros nos cuesta mucho organizar. Y ahí es donde, hace tiempo, se debería haber llegado a unas normas comunes sobre estadísticas sanitarias que resultaran útiles en una situación como la actual.

Esa es la conspiración que sí necesitaríamos y que tampoco existe: la de hacer las cosas bien.


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