miércoles, 25 de marzo de 2020

Escrito durante el coronavirus 13


Ayer por la tarde, después de varios días encerrado, salí de casa. Para ser responsable y solidario con el resto del mundo, acumulé en una sola salida un montón de actividades permitidas: bajé la basura, fui a la farmacia a reponer mis drogas legales, hice compra para mi tía y aproveché para verla un ratico breve y a dos metros de distancia, e hice la compra para aguantar otra semana recluido en mi casa. Por lo que voy leyendo en la pantalla de mi ordenador, la principal ventana al mundo que tengo estos días, iba preparado para cualquier cosa. Pero, para mi tranquilidad, en mi breve incursión al exterior no sufrí ningún incidente.

Por la calle andaba poquísima gente, tanto a pie como en vehículos. Paseantes de perros, los justos. Me ratifiqué en la impresión que me da mirar por la ventana, por la otra, la de madera y cristal, que en mi barrio la gente acata con total disciplina las restricciones de movilidad. No vi patrullas policiales o militares exigiendo a los pocos usuarios de la vía pública justificación de sus desplazamientos, ni parece que haga ninguna falta. Tampoco me reprochó nadie desde su balcón que anduviera por la calle, parece que aquí nos libramos de esos vigilantes aficionados y rencorosos que han brotado en otros lugares para controlar a sus vecinos. En la farmacia, que da un poco de cosa que te atiendan con una mascarilla interpuesta y a través de la verja echada, como si temieran que fueras a atracarla, yo era el único cliente. En los dos supermercados que visité había muy poquitos clientes, ni cola había que hacer en la caja, y tenían de todo, incluido papel higiénico y cerveza. Así que por aquí tampoco padecemos esos vicios que denuncian por otros lares, gente que sale de casa constantemente con la excusa de comprar, y compra un par de cosas cada vez, o gente que acapara productos como si el confinamiento fuera a ser eterno. En fin, que además de ser un privilegiado por poder pasar la cuarentena en casa y sabiendo que mi puesto de trabajo no peligra cuando acabe la epidemia, ojalá todo el mundo pudiera decir lo mismo, vivo en uno de los ojos del huracán, o sea, en una zona de calma.

Aparte de estas breves crónicas, me da pereza escribir. Me estoy limitando a corregir cosas que ya tenía escritas y cuyo futuro editorial es más que dudoso. Por lo que leo en las redes, parece que hay muchos escritores en las mismas, poca inspiración y pocas ganas de escribir. Y eso que todos los días surgen en los medios de comunicación temas que darían para muchos libros, algunos avispados ya estarán firmando contratos para publicar la gran novela del coronavirus. Dicen que Churchill dijo que los Balcanes producen mucha más historia de la que pueden digerir (como sucede a menudo con las citas célebres, la atribución es incorrecta, la cita original es del escritor escocés H. H. Munro, alias “Saki”, en 1911, y en referencia a Creta). Quizás sucede ahora que, pese a la exorbitante cantidad de gente que escribe, la realidad nos está proporcionando muchas más historias de las que somos capaces de escribir.

Y entre las muchas malas noticias de estos días, Astérix se ha quedado completamente huérfano, ha muerto Uderzo. Astérix es de mi misma edad, he comprobado que nació solo ocho meses antes que yo, ya lo sospechaba porque lo conocí en el colegio, en la biblioteca de los Maristas. Además, en 1969 vino a los sanfermines, aprovechando su gira por Hispania. En contra de lo que dice la leyenda, no se hospedó en un famoso hotel de la plaza del Castillo sino en una fonda llamada El Turista Satisfecho. Tengo las pruebas…



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