lunes, 23 de marzo de 2020

Escrito durante el coronavirus 11


Otro día sin moverme de casa colaborando contra la pandemia en la forma en que lo hemos de hacer las personas prescindibles, no molestando. Creía que ya me iba haciendo a la rutina de la cuarentena, pero he descubierto que los lunes siguen siendo lunes aunque no haya que ir a trabajar. He dormido peor y me he levantado más tarde. Habrá que seguir peleando, como recomiendan los expertos en estas cosas, por mantener una cierta disciplina en casa.

Estoy convencido de que saldremos de esta emergencia mucho más sabios. Yo, por ejemplo, estoy adquiriendo nuevas habilidades informáticas. Como nunca me habían gustado las videoconferencias ni los videochats, no me había preocupado por saber cómo funcionaban, pero la necesidad me ha llevado a aprender. El sábado, ya lo conté, participé en un evento poético a través de Zoom. Por la tarde me tomé una caña con unos colegas en una videoquedada por Messenger y, ya puestos, el domingo tomé el aperitivo con otros amigos también por Messenger. Y he quedado en repetir con todos los grupos mientras dure el arresto domiciliario.

Este confinamiento me ha servido también para aprender a bloquear gente en Twitter. Una técnica muy útil. Hasta ahora no lo había hecho, no lo había necesitado, probablemente porque muy pocos tuiteros prestaban atención a las tonterías que pongo. Pero, igual que me ha sucedido en Facebook, he tenido un pequeño éxito, uno de mis tuits, en lugar de la media docena habitual de “me gusta”, ha tenido varios cientos. Supongo que no todo el mérito es mío, estos días hay varios millones de personas aburridas merodeando por las redes. Total, que algunos de los que han hecho aprecio de mi tuit eran de la muy habitual categoría de odiadores, esos que necesitan expresar su rencor por el resto de la humanidad y solo se dedican a descalificar e insultar al prójimo, con frecuencia amparados en el anonimato. Me parece bien tener espíritu crítico, expresar los desacuerdos y objetar los fallos o contradicciones de las opiniones ajenas, pero “subnormal”, “lacayo” o “lameculos” no me han parecido argumentos de recibo en un debate civilizado. Así que me he puesto a bloquear, y le he cogido gustico. Desaparecen los insultos y desaparecen los insultadores. Sí, ya sé que siguen habitando en otras zonas de Twitter y seguirán insultando, pero ojos que no ven (los míos), corazón que no sufre (el mío).

No todo es malo en las redes sociales. Uno recibe mucho cariño, sobre todo en forma de grupos a los que te añaden, no sabes ni quién, ni para qué, y que tienes que abandonar porque la vida no da para todo. También estoy recibiendo muchos abrazos virtuales. Y muchas recomendaciones de libros. Demasiadas. Que si novedades, que si clásicos, que si obras especialmente apropiadas para una epidemia. Incluso sin cuarentena ya tenía complicado atender todas las lecturas que tengo pendientes, encima hay una conspiración mundial en los medios de comunicación y en las redes sociales para recomendar libros. Gracias pero, por favor, no más recomendaciones.

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