El BOE
publica el real decreto, y el BON hace lo propio con un decreto foral, por el que
se declara luto oficial desde las 00:00 horas de hoy, día 27 de mayo, hasta las
00:00 horas del día 6 de junio. Durante este periodo la bandera nacional ondeará
a media asta en el exterior y con un crespón en la moharra del mástil en el interior en todos los edificios públicos y buques de la Armada, y la bandera de Navarra
ondeará también a media asta en todos los edificios públicos. Y eso es todo. El
luto no va más allá, no implica ninguna tregua, porque durante él sigue la
encarnizada lucha por aprovechar políticamente los muertos producidos por el coronavirus.
Lamentablemente, el minuto de silencio que han mantenido algunas instituciones
no se extiende a los diez días de luto, que nos vendría muy bien. Esta
temporada me cuesta opinar sobre política, porque los grados de miseria en la
que está cayendo en nuestro país resultan aterradores y creo que solo procedería
hacerlo para ofrecer propuestas constructivas. Así que lo dejo para más adelante.
Pero hablemos
un poco de urbanismo. Ayer pasé por delante de los restos del colegio de los
salesianos de Pamplona, que están derribando. Un derribo más, parece existir un
sino inevitable por el cual la ciudad de la infancia de cualquiera se esfuma
cuando llega a la madurez y es sustituida por otra cada vez más irreconocible.
También circulé ayer, en bicicleta, por tramos nuevos de carril bici o de zonas
peatonalizadas que han surgido, como por ensalmo, gracias al coronavirus que
nos enseña que el futuro exige menos coches y menos humos. Hoy leo en la prensa
que da un paso más el proyecto de construir viviendas en el antiguo colegio de
los maristas (me temo que, como las nuevas torres donde estuvieron los
salesianos, va a ser otro chandrío urbanístico, otro más). Los salesianos y los
maristas ahora tienen nuevos colegios en Sarriguren. En su día se vendió la
nueva urbanización como “ecociudad” y hasta le dieron algún premio. Tenía la
particularidad de que no se podía acceder a pie, solo en vehículo de motor o, jugándose
la vida por las autovías circundantes, en bicicleta. Y solo había una entrada
para el tráfico rodado, a través de una rotonda que se colapsaba en las horas
punta (más adelante se le añadió un túnel subterráneo para los peatones). Sacar
dos colegios del centro de Pamplona e instalarlos cerca de esa rotonda, para añadir
unos miles de automóviles diarios más que transportaran a los alumnos, sin duda
fue una medida muy brillante para un futuro de desarrollo más insostenible.
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