Vamos
avanzando, las noticias son buenas, se reduce el numero de muertes y de contagios
por coronavirus. No hay que bajar la guardia, habrá que seguir observando
medidas de seguridad e higiene durante meses e, incluso, durante años, pero
parece que lo peor ha pasado y que poco a poco iremos recorriendo esos pasos
que han previsto nuestras autoridades para recobrar cierta normalidad. En
Galicia y el País Vasco van a celebrar el 12 de julio sus elecciones aplazadas
por el virus, lo que es un buen indicio en ese sentido.
Al
principio del confinamiento, cuando estábamos encerrados sin apenas
oportunidades de salir de casa, todos los días parecían iguales, una repetición
como la de la película El Día de la Marmota. Ahora hemos progresado a la
semana de la marmota. Esta que empezamos hoy, lunes, repetiremos los debates de
la semana anterior; que si quién pasará de fase, algunos estamos ansiosos por
pasar a la fase 2 mientras que otros siguen en la fase 0, aunque aliviada con
algunas medidas que se han calificado informalmente de fase 0,5; que si se
prorrogará el estado de alarma, que si habrá mayoría parlamentaria para
aprobarlo, y que hasta cuándo va a durar; que si se puede luchar eficazmente
contra la epidemia sin estado de alarma; que si hay que llevar o no hay que
llevar mascarilla, que esta semana quizás se haga obligatoria en algunos lugares
públicos; que si pronto habrá vacuna, o si no habrá vacuna; que si antes de
tener vacuna vendrá la amenazadora segunda ola.
Un
debate que va a durar poco, creo, es el de si seguir aplaudiendo a los
sanitarios todas las tardes a las ocho. Yo me manifesté en las redes sociales a
favor de hacer un último aplauso ayer, domingo, y acabar de forma digna con
esta práctica. Tuvo su sentido y mucho éxito al principio, cuando casi todos
estábamos en casa y la única salida diaria era al balcón. Pero comenzó a
languidecer sensiblemente cuando nos dejaron salir a pasear y se fue retomando
la actividad económica, mucha gente ya no estaba en casa, y además comenzó a
manifestarse el lógico cansancio. Me pareció bien la iniciativa y ayer salí a
dar el último aplauso, que se suponía que tenía que ser un gran aplauso. Al
menos en mi barrio, resultó un aplauso lánguido, mostrando la misma línea
menguante de las últimas semanas. El que tiraba un chupinazo cada tarde y el
que ponía música ya habían desistido. Hoy, antes de salir a pasear, me he
asomado con la curiosidad de saber si quienes han propugnado mantener el aplauso
y se han indignado porque se pretendiera ponerle fin, como si estuviéramos
traicionando una santa causa, eran muchos. Resulta que, en mi barrio, apenas debe
de haber alguno. No he visto a nadie aplaudir, solo he oído un lejano aplauso.
Hay que seguir apoyando a los sanitarios, pero de otras formas. Por ejemplo,
pagando religiosamente los impuestos de donde proceden sus salarios.
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