Algún
efecto positivo tenía que tener la pandemia. Que no voy a minusvalorar, es una
enorme tragedia y nos lleva a una gran crisis económica y social. Pero no hay
nada totalmente bueno o totalmente malo, y más vale que en medio del espanto
nos fijemos en lo poco salvable que nos ofrece la realidad.
Por
ejemplo, se acaba de peatonalizar el paseo de Sarasate de Pamplona. Una reforma que
el propio paseo pide a gritos desde hace décadas, había que hacer grandes
esfuerzos para no oírlos. Tanto así, que en 1999 Yolanda Barcina llevaba en su programa
electoral construir un aparcamiento subterráneo bajo el paseo y peatonalizar la
superficie; una vez que fue elegida alcaldesa, y por intereses nunca explicados,
prefirió aplicar la medida a la plaza del Castillo, con polémicos resultados. Se
nos anuncian otras medidas para ampliar espacios peatonales y rutas ciclistas
en Pamplona. Miedo me da, viendo la nefasta política al respecto que ha solido
practicar nuestro Ayuntamiento, con corporaciones de uno u otro signo político.
Incluso aquella de la que formé parte como concejal. Una de las muchas
frustraciones que acumulo de aquella época es la elaboración de una ordenanza
de tráfico; no me preocupé de ella porque un compañero de grupo era quien la
trabajó y pactó con otros partidos, y yo estaba atareado en otras cosas y tenía
que fiarme. El resultado final no me gustó nada, no se contemplaba una
política seria para las bicicletas, se limitaba a reproducir las disposiciones
del reglamento general de circulación ya en vigor; hice alguna sugerencia al
respecto, pero se me contestó que el pacto estaba cerrado, así que me tuve que
tragar el texto. En los mandatos sucesivos se han proclamado buenas intenciones
y medidas desastrosas.
Pero,
en fin, parece que en general se asume que hay que priorizar a los peatones y
los ciclistas frente a los automóviles que, hasta ahora, han sido los reyes de
las ciudades. Se pone en cuestión el modelo de desarrollo urbano que ha primado
durante tantos años y que ha puesto de manifiesto de forma todavía más cruda
sus miserias con esta crisis. Se anuncia también que habrá que reducir el abuso del
transporte aéreo, aunque solo sea porque es difícil aplicar las medidas de
seguridad contra la pandemia en unos aviones donde se ha obligado a los
pasajeros a viajar cada vez más apiñados. Y se advierte que habrá que primar el
turismo de proximidad o el turismo de interior frente al vicio del turismo de
masas que lleva a la gente de un extremo al otro del planeta solo por el placer
de sentirse más exótico.
Todavía
no he oído que se proponga, pero espero que también se adopten medidas respecto
de algo que vengo denunciando hace años. Es al tiempo ridículo e irracional que
se desplacen miles y miles de aficionados a un deporte, principalmente al
fútbol, para presenciar un partido a miles de kilómetros de su lugar de
residencia por puro interés comercial, con derroche de recursos y un daño
directo al medio ambiente. Hace pocos años el Real Madrid y el Atlético de
Madrid que, como se sabe, son dos equipos de Madrid, jugaron la final de la Champions
en Lisboa, allí se desplazaron sus miles de forofos en lugar de jugar en
Madrid. Dos años más tarde se repitieron los mismos finalistas, y entonces se
fueron hasta Milán. El año pasado la final enfrentó a dos equipos ingleses, el
Liverpool y el Tottenham, pero, por supuesto, no jugaron en algún estadio de
Inglaterra, no, sus miles de hooligans se desplazaron a Madrid. La única
final alemana que ha tenido la Liga de Campeones, llegaron el Bayern de Múnich
y el Borussia Dortmund, se jugó en Londres, mientras que la final italiana
entre el Milan y la Juventus tuvo lugar en Manchester. Este año la final de la
Copa de España la tienen que jugar el Athletic de Bilbao y la Real Sociedad, ya
veremos cuándo. Si nadie lo remedia, está previsto que la jueguen en Sevilla.
Si se impusiera la razón, jugarían en alguno de los estadios de Bilbao o de San
Sebastián, pero es probable que miles de aficionados vascos crucen toda la Península
para mayor gloria del deporte, de la hostelería andaluza y del gasto de petróleo,
aprovechando que está barato. Y quizás así algún virus norteño conozca tierras
sureñas, y viceversa.
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