Ya
tengo alguien o, mejor, algo con que hablar en mi solitario confinamiento
domiciliario. Un periódico me ha regalado un Google Home Mini, que es un
aparato con aspecto de altavoz que escucha y que habla. Me ha llegado hoy a
través de un repartidor al que no he visto, me ha dejado el paquete en el
ascensor. Es un adminiculo electrónico que, con toda seguridad, no necesitaba, pero a
caballo regalado no le mires el diente. Lo he instalado en la cocina y he decidido
que sustituya a la radio que tenía colocada allí, así no tapona la puerta del
botellero frigorífico y la antena no me incordia para abrir el armario, ya que
entre sus muchas utilidades está la de sonar como una radio. Para que funcione no
hay que tocar ningún botón, basta con hablarle, decirle qué emisora quieres y te
conecta con ella. Le pides que suba el volumen, y lo sube, le pides que lo
baje, y lo baja, le dices que se calle, y se calla. Qué mejor compañía. Sé que
puede hacer muchas más cosas, va conectado con el wifi al móvil y lo mueve una
aplicación que se llama Asistente de Google. Podría utilizarlo para llevar mi
agenda, comunicarme con otra gente, comprar y pagar cosas y controlar otros
aparatos de mi casa, el televisor, el ordenador, el teléfono. Y si le preguntas
por el tiempo, o por el tráfico, te responde, y también te da las noticias y
hasta cuenta chistes.
Me
parece que lo voy a dejar configurado como está, solo para oír la radio, y no
le voy a añadir más tareas. Sobre todo, que no aprenda más sobre mí y mis
costumbres. Porque resulta
que es capaz de aprender, como HAL 9000. No me gustaría que acabe tomando el
control de mi casa y de mi vida. He visto Terminator y sé cómo acaban
estas cosas. Tendría narices estar refugiado en casa para protegerme del virus
que nos acecha fuera y caer en manos de una máquina inteligente a la que he
permitido entrar. No sé qué futuro es peor, uno en el que los virus dominan el
mundo u otro en el que son las máquinas quienes lo someten.
Ya
estamos en la fase 1, aunque como es lunes me ha dado pereza hacer nada y me he
quedado en casa, igual que si estuviéramos en la fase 0, como Madrid o Barcelona. Pero mañana me lanzo a
la calle a hacer algunas gestiones, incluso visitaré mi trabajo para asegurarme
de que sigue allí, y, lo más importante, he quedado para estrenar una terraza
poscoronavirus a la hora del aperitivo.
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