domingo, 31 de mayo de 2020

Escrito durante el coronavirus 71

En contra de otras opiniones que corren por las redes sociales, no considero que constituya ninguna conducta irresponsable pensar en salir a almorzar, a comer o a cenar durante las fechas en que solemos honrar a San Fermín, aunque oficialmente no haya fiestas este año. De hecho, yo lo pienso hacer. El otro día llamé al restaurante donde tengo la reserva para almorzar el día 6 de julio y les dije que no iremos a las 10:00 de la mañana, una hora intempestiva en ausencia de Chupinazo, pero sí a comer a las 14:30 horas. Me parece normal que no nos permitan juntarnos a 20.000 personas en la plaza de toros, o a varios miles de espectadores apiñados en la plaza del Ayuntamiento para ver disparar el cohete, o al gentío que se congregaría en otros tantos acontecimientos de los que forman parte de las fiestas de San Fermín. Para todo eso, esperaremos al año que viene y ojalá que lo podamos hacer sin miedo al coronavirus porque ya haya sido controlado o vencido. Pero si todo va como parece, el 6 de julio no habrá estado de alarma, habremos salido de la fase 3 de la transición a la "nueva normalidad", y llevaremos ya un par de semanas siendo otra vez normales. No hay razón para estar recluidos y no poder salir a la calle, no poder tomar unas cañas y no poder comer o cenar con los amigos. Como ya estamos haciendo.

Es más, tengo intención de reunirme para comer en familia y de salir a cenar, ya antes de las fechas sanfermineras, para celebrar mi cumpleaños, como todos los años, que va a caer ya fuera del estado de alarma. He observado todas las normas que nos han ido dictando sucesivamente para combatir el coronavirus; me confiné en casa cuando hubo que hacerlo; no salí a pasear hasta que dijeron que se podía salir, y salí a las horas que estaban permitidas mientras hubo franjas horarias. Guardo la distancia recomendada y me compré mascarillas cuando las hicieron obligatorias. Seguiré haciéndolo incluso en la nueva normalidad, respetaré las normas que haya entonces. Me rociaré las manos de gel hidroalcohólico al entrar en los supermercados y restaurantes, si hay que hacerlo, y me pondré guantes cuando me lo ordenen; respetaré los aforos, donde los haya; me sentaré a la mesa donde me digan y a las distancias que me marquen; consultaré el menú en la pizarra, en el móvil o donde me indiquen que haya que hacerlo. Pagaré con tarjeta si hay que hacerlo. Pero no voy a renunciar a llevar la vida más normal que pueda, incluyendo mi apoyo de muchos años al sector de la hostelería, ni me voy a inventar normas por mi cuenta sobre lo que se puede o no se puede hacer. Es posible que las autoridades y los expertos que las asesoran se equivoquen más de una vez, por exceso o por defecto, pero supongo que yo me equivocaré menos veces si hago lo que me dicen y no pretendo saber más que ellos.

Eso sí, respeto a quienes todavía prefieren no salir a las terrazas, prefieren no ir a un restaurante y no piensan salir de casa del 6 al 14 de julio. Más fácil nos lo ponen a los que sí vamos a salir para guardar las debidas distancias…

sábado, 30 de mayo de 2020

Escrito durante el coronavirus 70


Arde Mineápolis. Protestas, que a menudo degeneran en violencia, contra la actuación de un policía que abusó de su poder y mató por asfixia al ciudadano negro (allí dicen afroamericano) al que estaba deteniendo. Pervive un profundo racismo en la sociedad norteamericana, y probablemente en cualquier sociedad, pero en esa se nota más por su historia y sus características multirraciales. El problema de fondo, uno de los eternos y grandes problemas de los seres humanos, es que quienes se hallan revestidos de poder en algún momento caen en la tentación de abusar de él. El reto de una sociedad civilizada y bien organizada es, precisamente, cómo repartir el poder, cómo limitarlo y cómo controlarlo para que se emplee correctamente sin caer en el abuso. Y por poder, me refiero a cualquier poder, a cualquiera que ostente la potestad de condicionar o influir en la conducta de otras personas, tanto el poder político como el jurídico, la patria potestad, la autoridad religiosa, el “cuarto poder” de los medios de comunicación, el poder del empresario en su ámbito, por supuesto el poder del dinero, y el poder que confiere un uniforme de policía.

De momento, una de las mejores soluciones que hemos encontrado ha sido la fórmula del Estado de derecho. A lo largo de la historia, las leyes han sido muy a menudo utilizadas por quienes detentan el poder (político, económico, militar, religioso) para dominar y aplastar a quienes carecen de él. Contra ello surge la exigencia de que la ley sea igual para todos, para los fuertes y para los débiles; quien detenta el poder también ha de estar sometido a las leyes; el Estado de derecho es un Estado sometido al derecho, no un Estado que oprime a través del derecho. Claro que esta es una aspiración por la que hay que esforzarse cada día; los poderosos tratan de sacudirse la ley y que sean los demás los que la cumplan; los desposeídos tienen que clamar contra los privilegios y las desigualdades. Que la Constitución española proclame el Estado de derecho no es un término de llegada, sino de salida, hay que mantener una constante lucha para vencer las resistencias que existen para que, de verdad, todos se sometan por igual a la ley.

Hace años, de visita en Australia, entré en el equivalente de una casa consistorial, la sede de un local council. Curioseé entre los folletos informativos que se ofrecían al público y me llamó la atención uno sobre la policía. Informaba a los ciudadanos sobre sus derechos frente a la policía, y sobre la forma de reaccionar ante cualquier actuación abusiva de esta. Me pareció un buen síntoma de una adecuada cultura cívica en un país de larguísima tradición democrática. Y, desde luego, no supone poner en cuestión la labor de la policía, sino colocarla en su lugar, como institución al servicio de los ciudadanos, que son quienes pueden y deben exigir y controlar.

Me gustaría que, entre nosotros, las instituciones también adoptaran esa actitud, y no la usual de autobombo a ultranza, agitar banderas y clamar por el honor mancillado ante cualquier crítica. Pero en países donde, por razones históricas, nos cuesta tanto sacudirnos el estatus de súbdito, la relación con el poder sigue siendo problemática. O se le adora y obedece sin rechistar, o se le combate como esencialmente tiránico. A menudo depende de quién lo detente, si son los míos todo va bien, si son los otros hay que llamar a la rebelión, y esto sucede tanto a derecha como a izquierda. Falta la cultura de tolerar el poder como uno de esos inconvenientes necesarios para la convivencia que ha de ser aceptado, pero constantemente vigilado. Ha de ser objeto de una respetuosa desconfianza; acatado, no idolatrado; auxiliado, pero sin caer en la sumisión; criticado sin acritud, e incluso denunciado siempre que sea necesario, y reconocido cuando acierta, sin incurrir en el culto al poder. Y quien ejerce el poder, sea en una alta magistratura o como simple funcionario, tiene que ser consciente de la responsabilidad y de los riesgos de la misión que ejerce, ser sobre todo exigente consigo mismo y humilde para aceptar las críticas y corregir los errores.

Sí, qué camino tan largo nos queda por recorrer…


viernes, 29 de mayo de 2020

Escrito durante el coronavirus 69

Cuando sales a la calle en una ciudad en fase 2, como la mía, se respira un aire de casi normalidad. Los comercios abiertos, los bares también, las terrazas llenas. Sólo resulta un poco extraño que la gente lleve mascarilla. Sin embargo, cuando uno va al supermercado a hacer la compra debidamente enmascarillado, renace la sensación de estar en una película de ciencia-ficción. Te rocían las manos de gel hidroalcohólico, te exigen que calces guantes de plástico, la clientela deambula por los pasillos evitándose mutuamente, haces la cola de la caja situándote en las marcas del suelo para mantener la distancia y pagas con una mampara de plástico de por medio. Pero para sentirse plenamente en una película de catástrofes, no hay como ir al dentista. Me ha tocado esta semana, tenía pendiente que me dieran cita para arreglarme algunas averías en las quijadas. No he estado nunca en una central nuclear, ni es una experiencia que me atraiga, pero supongo que las medidas de seguridad para entrar serán parecidas a las que se han establecido en las clínicas dentales. Primero, por teléfono te someten a un cuestionario exhaustivo sobre tu vida en los catorce días anteriores: si has tenido fiebre, si has tenido tos, si has tenido fatiga, si te has juntado con malas compañías infectadas por coronavirus. Una vez que les has convencido de no estar enfermo, te dictan medidas de seguridad para asegurarse de que no vas a introducir el virus en sus dependencias: nada de llevar reloj o joyas donde pueda esconderse el bicho, mascarilla obligatoria al llegar, prohibido el uso de móviles, sé puntual, no llegues antes de la hora y les molestes, si llevas coche y lo dejas en la zona azul no te dejarán salir a echar monedas. Me atemorizaron tanto que, además de ni llevar el móvil, desinfecté la cartera y las gafas antes de salir de casa.

Una vez en la clínica, te someten a un riguroso protocolo de higiene antivirus: te inmovilizan en la zona de seguridad marcada con líneas rojas junto a la entrada, te toman la temperatura, te rocían las manos de desinfectante, te ponen guantes de goma, gorro de ducha, gafas protectoras y calzas sobre los zapatos, previamente rociadas las suelas con el desinfectante. Solo entonces te permiten la entrada y te atiende un personal bien equipado con gorros, mascarillas, viseras integrales de plástico, guantes y demás. Hasta que no te tienen colocado en el sillón odontológico donde te van a intervenir, no te permiten quitarte la mascarilla. La parte buena de todo esto es que, bajo los focos quirúrgicos, te sientes como un terrícola abducido por extraterrestres para experimentar con tu cuerpo y, con la impresión, apenas notas las inevitables molestias que te producen con sus aguzados instrumentos sobre el potro de tormento. He estado a punto de confesar el asesinato de Manolete, pero con la anestesia me resultaba difícil hablar. En fin, dediquemos un aplauso también a estos sanitarios, tan a menudo olvidados, que se baten en primera línea contra el coronavirus.

jueves, 28 de mayo de 2020

Escrito durante el coronavirus 68


Resulta curioso que ayer, en el Congreso, una diputada se sintiera tan ofendida porque le dieran el tratamiento de marquesa (que lo es, es XIII marquesa de Casa Fuerte, y además tuvo que tramitar ante el Ministerio de Justicia que le reconocieran el título, algún interés tenía en él) que llamó a su interlocutor hijo de terrorista. ¿Cuándo llamar marquesa a una marquesa se ha vuelto despectivo? Vale, ya sé que cualquier vocablo se puede utilizar despectivamente, hasta el apellido de uno, como en aquel famoso “váyase, señor González”. Pero que se tome como ofensa parece un poquito exagerado, sobre todo porque se trata de un título nobiliario, que se supone que ennoblece y honra a su titular. Además, hay una larga tradición parlamentaria de uso de los títulos nobiliarios. Si acudimos a los diarios de sesiones del Congreso en el siglo XIX y primeras décadas del siglo XX, hasta la II República, vemos que se utilizaba el tratamiento correspondiente, duque, marqués, conde, en lugar del nombre y apellido, para designar a los diputados con título. Probablemente en aquellas épocas se hubiesen ofendido si les hubieran apeado el tratamiento. Algún destacado político es más conocido por su título que por su nombre; casi nadie recuerda que el conde de Romanones se llamaba Álvaro Figueroa y Torres, o que el duque de Ahumada, fundador de la Guardia Civil y tan mentado estos días, se llamaba Francisco Javier Girón y Ezpeleta (lo menciono como político ya que, además de militar, fue senador).

En otras épocas había muchos diputados con título nobiliario, a veces hasta una quinta parte. Claro que también era muy habitual que se premiase a militares y políticos con un título para agradecer los servicios prestados. Espartero fue duque de la Victoria, duque de Morella, conde de Luchana y Príncipe de Vergara; Narváez, duque de Valencia; O’Donnell, duque de Tetuán y conde de Lucena; Prim, conde de Reus y marqués de los Castillejos; el ducado de Cánovas del Castillo fue concedido póstumamente a la viuda del fundador del Partido Conservador, asesinado siendo presidente del Consejo; lo mismo sucedió con los ducados de Canalejas y de Dato; el dictador Miguel Primo de Rivera, que ya era marqués de Estella por herencia de su padre, recibió la Grandeza de España. Tras el paréntesis de la República, que suprime los títulos nobiliarios, Franco asumió la prerrogativa de otorgarlos, aunque no fuera rey (o no del todo), y también los concedió para reconocer servicios que le habían prestado, a veces póstumamente: ducado de Calvo Sotelo, ducado de Primo de Rivera, ducado de Mola, marquesado de Queipo de Llano, marquesado de Kindelán, ducado de Carrero Blanco, este también a la viuda tras el magnicidio. La monarquía restaurada en 1975 tomó la costumbre de ennoblecer, entre otros, a los expresidentes del Gobierno: ducado de Franco, marqués de Arias Navarro, duque de Suárez, marqués de la Ría de Ribadeo (a Leopoldo Calvo-Sotelo, el apellido ya estaba pillado). Cuentan que Felipe González rechazó un título, no le parecía propio de un socialista, ha preferido los consejos de administración. Dicen las malas lenguas que Aznar quiso un título, pero no lo recibió, quizás porque el rey Juan Carlos había dado por finiquitada la tradición, o quizás porque ambos se llevaban mal. Sobre Rodríguez Zapatero existen dos cotilleos: que quiso un título pero no se lo ofrecieron, y que se lo ofrecieron pero no lo quiso. De Rajoy, de momento, no se dice nada, pero ya le concedieron un título mucho mejor que el de duque o marqués, el de registrador de la propiedad.


miércoles, 27 de mayo de 2020

Escrito durante el coronavirus 67

El BOE publica el real decreto, y el BON hace lo propio con un decreto foral, por el que se declara luto oficial desde las 00:00 horas de hoy, día 27 de mayo, hasta las 00:00 horas del día 6 de junio. Durante este periodo la bandera nacional ondeará a media asta en el exterior y con un crespón en la moharra del mástil en el interior en todos los edificios públicos y buques de la Armada, y la bandera de Navarra ondeará también a media asta en todos los edificios públicos. Y eso es todo. El luto no va más allá, no implica ninguna tregua, porque durante él sigue la encarnizada lucha por aprovechar políticamente los muertos producidos por el coronavirus. Lamentablemente, el minuto de silencio que han mantenido algunas instituciones no se extiende a los diez días de luto, que nos vendría muy bien. Esta temporada me cuesta opinar sobre política, porque los grados de miseria en la que está cayendo en nuestro país resultan aterradores y creo que solo procedería hacerlo para ofrecer propuestas constructivas. Así que lo dejo para más adelante.

Pero hablemos un poco de urbanismo. Ayer pasé por delante de los restos del colegio de los salesianos de Pamplona, que están derribando. Un derribo más, parece existir un sino inevitable por el cual la ciudad de la infancia de cualquiera se esfuma cuando llega a la madurez y es sustituida por otra cada vez más irreconocible. También circulé ayer, en bicicleta, por tramos nuevos de carril bici o de zonas peatonalizadas que han surgido, como por ensalmo, gracias al coronavirus que nos enseña que el futuro exige menos coches y menos humos. Hoy leo en la prensa que da un paso más el proyecto de construir viviendas en el antiguo colegio de los maristas (me temo que, como las nuevas torres donde estuvieron los salesianos, va a ser otro chandrío urbanístico, otro más). Los salesianos y los maristas ahora tienen nuevos colegios en Sarriguren. En su día se vendió la nueva urbanización como “ecociudad” y hasta le dieron algún premio. Tenía la particularidad de que no se podía acceder a pie, solo en vehículo de motor o, jugándose la vida por las autovías circundantes, en bicicleta. Y solo había una entrada para el tráfico rodado, a través de una rotonda que se colapsaba en las horas punta (más adelante se le añadió un túnel subterráneo para los peatones). Sacar dos colegios del centro de Pamplona e instalarlos cerca de esa rotonda, para añadir unos miles de automóviles diarios más que transportaran a los alumnos, sin duda fue una medida muy brillante para un futuro de desarrollo más insostenible.

lunes, 25 de mayo de 2020

Escrito durante el coronavirus 66


No nació con la pandemia de coronavirus, pero tengo la impresión de que se ha agudizado con ella. Lo llamo el síndrome de las noticias antiguas. Hay gente a la que le gusta compartir en las redes sociales noticias de hace tiempo sin advertir nada sobre su fecha. Otros las leen y, como sufren otro síndrome de nuestra época, solo leer titulares y no molestarse en ver la noticia completa, piensan que se acaban de producir y las comentan como si fueran de ahora mismo, montando en cólera o dando saltos de alegría, según proceda. La práctica más pérfida de este tipo es cuando cuelgan la noticia de la muerte de alguien que lleva muerto ya varios años, y congrega un coro de plañideras.

Quizás la manía de poner noticias de otro tiempo sea una huida de la realidad, por no querer enfrentarse a las noticias de ahora mismo. Hasta lo comprendo un poco, porque la verdad es que, según el recuento de infectados y de muertos por la COVID-19 va dejando espacio en los medios de comunicación a otros asuntos más habituales en la vieja normalidad, resulta más deprimente repasar la actualidad política, económica y social. Necesitamos urgentemente medios de evasión mental.

Supongo que a eso también se debe que, desde que fuimos confinados, haya muchos periódicos que hayan multiplicado las páginas de pasatiempos. Alguno llama a esa sección “gimnasio mental”. Es decir, se trata de ejercitar la mente, no dejarla en blanco con riesgo de que se atrofie más todavía de lo que ya suele estar, pero mucho cuidado con en qué se ocupa. Mejor no pensar en las noticias que vienen en las demás secciones del periódico; mejor no meditar sobre los artículos de opinión, mejor no analizar si lo que nos cuentan es verosímil, mejor no sacar conclusiones, mejor no tratar de elaborar ideas propias. Pensar sí, pero en cosas inocuas. Como en 4 horizontal, con tres letras, sufijo que forma sustantivos derivados de verbos de la primera conjugación, que suelen denotar acción y efecto. O 10 vertical, cuatro letras, planta herbácea anual, de hojas grandes y enteras, flores pequeñas y amarillas y raíz carnosa comestible.

Por cierto, ya estamos en fase 2. Como todos los años, se nos va a echar encima la Navidad sin enterarnos.


domingo, 24 de mayo de 2020

Escrito durante el coronavirus 65


A los tradicionales motivos de división que nos hacen hablar de las dos Españas, izquierdas y derechas, demócratas y mucho más demócratas, cebollistas y sincebollistas, taurinos y antitaurinos, mesetarios y periféricos, antimerengues y anticulés, se une otro a partir de este lunes. En fase 1 y en fase 2. Unos que rigen su vida por la Orden SND/399/2020, de 9 de mayo, otros por la Orden SND/414/2020, de 16 de mayo. Unos que ya podremos entrar en los bares, otros que no podrán pasar de la terraza. Unos que podrán llenar las iglesias solo hasta un tercio de su aforo, otros hasta la mitad. Unos que tienen que pasear con franjas horarias y otros sin franjas horarias. Y lo que resulta mucho más visible: los que llevan mascarilla a todas horas y en todos los lugares públicos, y los que no.

La convivencia ya era muy problemática hasta ahora, pero el asunto de las mascarillas nos ha llevado hasta el límite. Porque, además, dentro de cada grupo, con mascarilla y sin mascarilla, hay distintos subgrupos. Los hay que llevan mascarilla pero, en contra de lo que recomiendan los expertos, se la manosean y se la quitan de vez en cuando: para toser, para fumar, para hacer declaraciones a la prensa. He visto quien la lleva colgando de una oreja, quien la lleva por debajo de la barbilla. Otros, en cambio, la llevan como una segunda piel, desde que salen de casa y hasta que vuelven a ella. Entre los sin mascarilla salvo que sea estrictamente obligatoria, como al subir en un transporte público, los hay que respetan escrupulosamente la distancia de dos metros y huyen del contacto personal, y los hay que no respetan ninguna distancia e incluso se desplazan o se sientan en un lugar público en cuadrilla compacta, intercambiando miasmas y, quizás, coronavirus.

A mí, cuando se producen estos conflictos, siempre me viene a la cabeza la partición. Que práctico es poder partir un país en dos trozos, y poner a cada lado de la línea de separación a uno de los colectivos cuya convivencia peligra. Se ha hecho muchas veces a lo largo de la historia; en Estados Unidos, en su tiempo, esclavistas al sur y antiesclavistas al norte; en Irlanda, republicanos al sur y unionistas al norte; en la India británica, hindúes a la India y musulmanes a Pakistán; en Vietnam, comunistas al norte y capitalistas al sur; en Palestina, judíos a Israel y árabes… bueno, vamos a dejarlo.

José Cadalso, en sus Cartas marruecas, en el siglo XVIII ya proponía dividir España en cuatro partes, septentrional, meridional, occidental y oriental, separadas por unos canales que fueran de La Coruña a Cartagena y del cabo de Rosas hasta el de San Vicente. Cada parte tendría su idioma, vizcaíno, andaluz, gallego y catalán, su traje típico, y sus instituciones. La Corte iría pasando de una a otra según las estaciones. Quizás no haya que ir tan lejos y baste con hacer dos partes. En una, todos los que llevan mascarilla permanente; en otra, los que no quieren llevarla salvo fuerza mayor. Claro que podrían tomarse otros criterios de separación; a un lado del muro, o del canal, o de lo que se ponga para dividir, todos de izquierdas; al otro lado, todos los de derechas; en un lado habría sanidad pública universal, en el otro lado solo sanidad privada, la de debates que esto ahorraría. También se podría poner a un lado a los cebollistas y al otro lado a los sincebollistas. O los forofos del fútbol separados de los que odian el fútbol. O en una parte a los que ponen piña a la pizza y al otro lado a los seres humanos. Bueno, estos detalles podremos afinarlos más adelante si se acepta la idea de la partición.


viernes, 22 de mayo de 2020

Escrito durante el coronavirus 64


Me tranquiliza saber que es muy improbable que alguna vez me levanten un monumento. Afortunadamente, mis méritos son muy escasos. Prefiero no pasar a la posteridad con una escultura que me recuerde ante el peligro de que, con la mejor intención, me dediquen un bodrio. Ejemplos hay muchos. Te pueden perpetrar una efigie como la de Winston Churchill en Londres, jorobado y contrahecho, o como la de Sancho el Mayor en el parque de la Media Luna de Pamplona, deforme y cabezón, además de que no llegó el presupuesto para ponerle peana y está a ras de suelo, pobretona y mustia.

Claro que podría tener la mala suerte de formar parte de algún colectivo al que se rinde homenaje de forma conjunta. Por ejemplo, si perezco como víctima de algo. Hay dos monumentos a las víctimas del terrorismo que no me gustan nada, creo que hacen flaco favor al noble propósito por el cual se colocaron; el de las víctimas del 11-M en la estación de Atocha, en Madrid, y el de las víctimas de ETA en la plaza del Baluarte de Pamplona. Pero, en fin, es una cuestión de gustos.

Menos mal que mi papel en la pandemia del COVID-19 ha sido el de simple ciudadano, mi función para combatirla ha consistido en no hacer nada, quedarme en casa y no molestar, que es lo que me pidieron las autoridades. Me resultaría aterrador que me pudieran relacionar con el monumento a “los héroes” del COVID-19 que acaban de colocar en la sede del Gobierno de la Comunidad de Madrid. Las redes sociales están que arden, y no es para menos. Las almas más caritativas dicen que la parte inferior es una desconstrucción de nutrientes, microorganismos y otras sustancias tras atravesar el tracto digestivo por el camino recto (cito de Agustín Amaro), las menos caritativas dicen que es una mierda. Parece que el detritus procede del fantasma que culmina la escultura; nunca hubiera supuesto que los fantasmas defecaran. Y no sé que tiene qué ver el fantasma con la pandemia. Parece ser que la presidenta no tiene quien la asesore (bien).

En cualquier caso, la escultura se ajusta bien al espíritu de los tiempos. Para cagada, la del Gobierno, o la del PSOE, no sé, con la derogación de la reforma laboral. Cómo hacerse un lío sin ninguna necesidad, y como si ya tuviera pocos problemas…


jueves, 21 de mayo de 2020

Escrito durante el coronavirus 63


Este Gobierno me está defraudando. Oigo de continuo que es un Gobierno bolivariano y socialcomunista que pacta con los etarras y que está implantando una dictadura totalitaria, un Gobierno genocida que ha permitido a posta que el coronavirus se extienda para facilitar sus turbios fines de dominación tiránica, pero lo veo muy blandito, no está aplicando algunas medidas elementales que son de primero de totalitarismo. No hay campos de concentración, ni fusilamientos, ni noches de los cristales rotos, ni destitución de funcionarios desleales, ni disolución de partidos y sindicatos desafectos. La oposición clama a diario contra el Gobierno en emisoras de radio y televisión y periódicos que, inexplicablemente, no han sido clausurados o incautados, y se manifiesta por la calle sin que los antidisturbios los disuelvan con fuego real, con lo cual está haciendo el mayor de los ridículos.

En fin, a ver si el Gobierno se pone las pilas. Yo, por colaborar en lo que modestamente pueda, he elaborado una lista de gente para cuando comiencen las detenciones y deportaciones masivas. De momento va por categorías, más adelante ya identificaremos con nombre y apellidos a quienes deben ser eliminados. Son los siguientes.

—Quienes escriben “haber” en lugar de “a ver”.

—Los que hacen comentarios en Facebook sin haberse leído los comentarios anteriores al mismo post y se creen muy listos adivinando algo que antes ya han adivinado otros doce.

—Los que llevan mascarilla y se dejan la nariz fuera.

—Los que pasean por las aceras ocupando todo el espacio y no dejan que les adelante nadie.

—Los que estacionan su cesta en medio de los pasillos del supermercado obstruyendo el paso.

—Las personas que salen a hacer deporte con mascarilla y se paran para quitársela y fumar.

—Los que siguen diciendo que el coronavirus lo crearon en un laboratorio.

—Los ciclistas que invaden las zonas reservadas a los peatones.

—Los peatones que invaden las zonas reservadas a los ciclistas.

—Quienes pasean a su perro con una correa extensible que cruza de lado a lado toda la acera.

—La gente que te pide amistad en Facebook y en cuanto la aceptas te ofrece un préstamo en inmejorables condiciones financieras.

—Los padres que se creen que ya están en la fase 5 y sacan a sus hijos menores a pasear a las ocho de la tarde.

—Los que comparten un bulo en Facebook y cuando les dices que es un bulo, responden que ya se lo habían imaginado, pero que lo han compartido “por si acaso”.

—La gente que va andando por la calle como un zombi sin despegar la mirada de la pantalla del móvil.

—Esos que, sin conocerte personalmente, te hacen una videollamada sin avisar.

—Los que solo toman café descafeinado, leche sin lactosa, cerveza sin alcohol, hamburguesas sin carne, chocolate sin cacao y agua deshidratada.

—Los que dicen que los musulmanes debieran irse a su país. A Musulmania, supongo.

—Quienes ponen un mensaje a un escritor para decirle que su libro, que lo descargaron gratis de una web pirata, les ha gustado mucho.

—Esas personas que dicen “yo soy de los que pienso que…”.

—Los que envían a tu móvil archivos que no se pueden abrir.

—Quien organiza un crownfunding por su cumpleaños.

—Los camareros que llaman “jefe” a los clientes.

—La gente que habla a gritos por su móvil en el autobús o en el tren de modo que todos los pasajeros se enteren de su vida.

—Las personas que, hablando en castellano, pronuncian Spaiderman.

—Los que, todo indignados, a diario cuelgan en las redes sociales vídeos de Ana Rosa para que los veamos quienes no queremos ver a Ana Rosa.

—Quienes dicen haber leído a Ortega y Gasset, a los dos.

—La gente que te pone un mensaje preguntando algo y, seguidamente, se desconecta durante varias horas o varios días.

—Los que dicen que la única tortilla de verdad es la que no lleva cebolla.

—Los que circulan en su coche con un reguetón sonando a todo volumen y con las ventanillas bajadas.

—Los que echan cubitos de hielo a una copa de vino.

—Empleados de atención al cliente que, cuando llamas porque no tienes conexión a internet, te insisten en que reinicies el ordenador y el router aunque les expliques que ya lo has hecho tres veces.

—Los que dicen “hay que poner en valor”.

—Quienes todavía usan un palo selfie.

—Los que no entienden la ironía ni el humor negro.

­—Los idiotas.


miércoles, 20 de mayo de 2020

Escrito durante el coronavirus 62


Una de las primeras cosas que he hecho hoy ha sido abalanzarme sobre el BOE para leer la Orden SND/422/2020, de 19 de mayo, por la que se regulan las condiciones para el uso obligatorio de mascarilla durante la situación de crisis sanitaria ocasionada por el COVID-19. Una disposición bastante breve que añade poco a lo que ya nos habían adelantado. Es obligatorio su uso, de “cualquier tipo de mascarilla, preferentemente higiénicas y quirúrgicas, que cubra nariz y boca”, en la vía pública, en espacios al aire libre y en cualquier espacio cerrado de uso público o que se encuentre abierto al público “siempre que no sea posible mantener una distancia de seguridad interpersonal de al menos dos metros”.

Hasta ahora no he usado mascarilla, y veo que la usaré poco. Dado mi régimen de teletrabajo y que soy conviviente único, salgo poco, solo, y mayormente a lugares donde es posible mantener los dos metros de distancia, que dicen los expertos que es lo más eficaz para prevenir el contagio, más que las mascarillas. Creo que solo lo haré para hacer la compra, ya que en el supermercado haría falta un látigo de domador para mantener a los demás clientes a dos metros. En todo caso, he procedido a adquirir dos mascarillas reutilizables y lavables en la farmacia más próxima a mi casa. El farmacéutico me ha recomendado el modelo que él mismo llevaba puesto, y le he hecho caso. Si el consejo es malo, moriremos los dos. También me ha vendido el detergente desinfectante que usan en la farmacia.

Como la orden ministerial es bastante parca y preveo problemas de interpretación que se convertirán en tema de conversación y debate en los próximos días, he elaborado una FAQ, una guía de preguntas que preveo que serán frecuentes, para uso propio y ajeno.

¿Hay que llevar siempre la mascarilla por la calle?
No, solo si no es posible mantenerse a dos metros de distancia del prójimo. Si no circula por calles estrechas ni por aglomeraciones no es obligatoria.

¿Tengo que llevar la mascarilla si paseo solamente con mi cónyuge u otra persona conviviente?
La orden ministerial no distingue. Si está en la calle a menos de dos metros de cualquier otra persona, tiene que llevar mascarilla, aunque sea su hermano siamés.

¿Hay que llevar la mascarilla en casa?
No, no es obligatorio, salvo que su casa esté abierta al público, por ejemplo, si vive en una casa de lenocinio.

¿Hay que llevar la mascarilla en el centro de trabajo?
Depende de dónde y cómo trabaja. Si es un lugar abierto al público y no puede mantener la distancia de dos metros, sí. Si las normas de su empresa o centro de trabajo le dicen que tiene que llevar, también. Pregunte a su jefe o a su representante sindical.

¿Hay que llevar la mascarilla en la terraza de un bar o restaurante?
La orden ministerial exime de la obligación de llevar mascarilla si se está desarrollando “actividades en las que, por la propia naturaleza de estas, resulte incompatible el uso de la mascarilla”. Como es imposible comer y beber con la mascarilla puesta, salvo que el establecimiento suministre la comida y bebida por una vía intravenosa, durante el rato en que se esté en la terraza puede despojarse de ella, manteniendo una prudencial distancia de los acompañantes.

¿Es obligatoria la mascarilla en el transporte público?
Sí, esa obligación que se impuso hace días por Orden TMA/384/2020, de 3 de mayo, no ha variado.

¿Es obligatoria la mascarilla dentro del automóvil particular?
No ha cambiado la regulación anterior, no es obligatoria si todos los pasajeros son convivientes, y sí lo es si no lo son.

¿Es obligatoria la mascarilla si circulo en moto?
No, si mantiene la distancia de dos metros con otros usuarios de las vías públicas y si lleva casco.

¿Es obligatoria la mascarilla si circulo en bicicleta?
No, si mantiene la distancia de dos metros con otros usuarios de las vías públicas.

¿Es obligatoria la mascarilla si circulo en patinete eléctrico?
Los patinetes eléctricos deberían estar prohibidos en las vías urbanas, son un invento del demonio, pero respondiendo a la pregunta, léase la respuesta anterior.

¿Estoy obligado a llevar mascarilla si tengo asma y me ahoga?
No, la orden ministerial exime expresamente de la obligación a las “personas que presenten algún tipo de dificultad respiratoria que pueda verse agravada por el uso de mascarilla”, y a “personas en las que el uso de mascarilla resulte contraindicado por motivos de salud debidamente justificados, o que por su situación de discapacidad o dependencia presenten alteraciones de conducta que hagan inviable su utilización”.

Tengo cuatro años. ¿Tengo que llevar mascarilla?
No, solo es obligatoria para personas de 6 años en adelante.

¿Qué tipo de mascarilla es obligatoria?
Cualquiera que tape la nariz y la boca. No hace falta que esté homologada, salvo si ejerce alguna actividad profesional para la que sí haya normas específicas, por ejemplo, la sanitaria. Para la población en general, también se cumple la norma con las mascarillas cuquis, las patrióticas y las hechas en casa.

Soy de Bilbao y no le tengo miedo al coronavirus. ¿Tengo obligación de llevar mascarilla?
Parece increíble, pero la orden ministerial no hace ninguna excepción para los bilbainos.

¿Qué sanción me pueden poner si no llevo mascarilla cuando es obligatoria?
Buena pregunta. La orden ministerial no dice nada. Las sanciones que se impongan durante el estado de alarma van a dar lugar a interesantes debates jurídicos y van a tener entretenidos a muchos abogados y jueces, incluso es posible que a mí me toque resolver algún recurso al respecto. La Administración, por disposición constitucional, solo puede sancionar las conductas que se hallen previamente tipificadas en una ley como infracción administrativa. En este caso, entiendo que la única aplicable para imponer sanciones es la Ley 33/2011, de 4 de octubre, General de Salud Pública, que tipifica como infracción leve “el incumplimiento de la normativa sanitaria vigente, si las repercusiones producidas han tenido una incidencia escasa o sin trascendencia directa en la salud de la población”, que puede ser sancionada con multa de hasta 3.000 euros. Parece improbable que haya de considerarse como infracción grave, que pueda “producir un riesgo o un daño grave para la salud de la población”, habría que estar infectado e ir tosiendo encima de la gente, en ese caso la multa puede ser de entre 3.001 y 60.000 euros. Si un agente de la autoridad le requiere por la calle para ponerse la mascarilla y se niega, puede ser sancionado por desobediencia, pero eso es otra infracción distinta que puede recibir una multa de 601 a 30.000 euros. Consejo: no discutir con los agentes de la autoridad. Si le dicen de ponerse la mascarilla, aunque no haya otra persona en varios kilómetros a la redonda, lo mejor es ponérsela sin rechistar; y ya habrá tiempo de quitársela cuando los agentes se vayan si uno no tiene a nadie a menos de dos metros de distancia.

¿A partir de cuándo es obligatoria la mascarilla?
Desde mañana, jueves, día 21 de mayo.

¿Y desde qué hora?
No me toque las narices.


martes, 19 de mayo de 2020

Escrito durante el coronavirus 61

Parece que el Gobierno va a pedir la última prórroga del estado de alarma hasta el 27 de junio, sin perjuicio de que se levante antes en los territorios donde se vaya llegando o superando la fase 3, la última antes de la “nueva normalidad”. Me parece una decisión razonable. Como ya he escrito antes, el estado de alarma es imprescindible jurídicamente para poder mantener las restricciones a la libertad de circulación de los ciudadanos. Es previsible que para final de junio todo el país esté ya en situación de eliminar las restricciones de circulación personal, y las demás medidas de seguridad e higiene que haya que mantener pueden hacerse con la legislación ordinaria. Podremos tener verano.

Como he sido sucesivamente, y en alguna época simultáneamente, estudiante y profesor, sé que es más fácil aprobar en septiembre. Bueno, creo que ahora ya no es en septiembre, que los exámenes de repesca los han adelantado a junio o julio, pero qué se le va a hacer, los de mi generación seguimos diciendo aprobar en septiembre. En septiembre al profesor le da cargo de conciencia volver a suspender a los mismos que ya suspendió antes del verano; sabe que la culpa no es suya, sino de los malos estudiantes, pero de todos modos le da cosa hacer una escabechina, e inconscientemente baja el nivel del aprobado. Si los malos estudiantes están ya en la última convocatoria de esa asignatura, el profesor no soporta la culpabilidad que le supondría haber arruinado sus vidas y baja todavía más el nivel de exigencia.

Digo esto porque estoy casi seguro de que la Comunidad de Madrid pasará la semana que viene a la fase 1. Ya se lo han denegado dos veces, así que el profe, al que acusan de tener manía al alumno, está psicológicamente demasiado presionado como para dejarlo en la fase 0,5. Hay alguna sospecha de que hace trampas con los números, pero todo profesor alguna vez finge no enterarse de que un estudiante está copiando en el examen para evitar males mayores.

Me alegraré de que los madrileños puedan ir, por fin, a tomarse unas cañas a alguna de las terrazas que abrirán. O unos gin-tonics, o lo que proceda. Como hoy sugiere Eduardo Laporte, es posible que eso calme mucho los ánimos y que algunos, en lugar de manifestarse exaltados por la calle Núñez de Balboa, se dediquen a tomar copas, que es la libertad que probablemente echen de menos. El gobernante nunca ha de olvidar que, además de pan y circo, hay que repartir el opio del pueblo. Si hay suerte, celebraré la fase 1 de los madrileños entrando, por fin, a un bar en Pamplona si aquí alcanzamos la fase 2 el próximo lunes. Aunque me temo que tenga que entrar con una mascarilla puesta, estoy impaciente por leer el BOE donde se regule el asunto, a ver cómo haremos para comer y beber con la mascarilla puesta.

lunes, 18 de mayo de 2020

Escrito durante el coronavirus 60

Vamos avanzando, las noticias son buenas, se reduce el numero de muertes y de contagios por coronavirus. No hay que bajar la guardia, habrá que seguir observando medidas de seguridad e higiene durante meses e, incluso, durante años, pero parece que lo peor ha pasado y que poco a poco iremos recorriendo esos pasos que han previsto nuestras autoridades para recobrar cierta normalidad. En Galicia y el País Vasco van a celebrar el 12 de julio sus elecciones aplazadas por el virus, lo que es un buen indicio en ese sentido.

Al principio del confinamiento, cuando estábamos encerrados sin apenas oportunidades de salir de casa, todos los días parecían iguales, una repetición como la de la película El Día de la Marmota. Ahora hemos progresado a la semana de la marmota. Esta que empezamos hoy, lunes, repetiremos los debates de la semana anterior; que si quién pasará de fase, algunos estamos ansiosos por pasar a la fase 2 mientras que otros siguen en la fase 0, aunque aliviada con algunas medidas que se han calificado informalmente de fase 0,5; que si se prorrogará el estado de alarma, que si habrá mayoría parlamentaria para aprobarlo, y que hasta cuándo va a durar; que si se puede luchar eficazmente contra la epidemia sin estado de alarma; que si hay que llevar o no hay que llevar mascarilla, que esta semana quizás se haga obligatoria en algunos lugares públicos; que si pronto habrá vacuna, o si no habrá vacuna; que si antes de tener vacuna vendrá la amenazadora segunda ola.

Un debate que va a durar poco, creo, es el de si seguir aplaudiendo a los sanitarios todas las tardes a las ocho. Yo me manifesté en las redes sociales a favor de hacer un último aplauso ayer, domingo, y acabar de forma digna con esta práctica. Tuvo su sentido y mucho éxito al principio, cuando casi todos estábamos en casa y la única salida diaria era al balcón. Pero comenzó a languidecer sensiblemente cuando nos dejaron salir a pasear y se fue retomando la actividad económica, mucha gente ya no estaba en casa, y además comenzó a manifestarse el lógico cansancio. Me pareció bien la iniciativa y ayer salí a dar el último aplauso, que se suponía que tenía que ser un gran aplauso. Al menos en mi barrio, resultó un aplauso lánguido, mostrando la misma línea menguante de las últimas semanas. El que tiraba un chupinazo cada tarde y el que ponía música ya habían desistido. Hoy, antes de salir a pasear, me he asomado con la curiosidad de saber si quienes han propugnado mantener el aplauso y se han indignado porque se pretendiera ponerle fin, como si estuviéramos traicionando una santa causa, eran muchos. Resulta que, en mi barrio, apenas debe de haber alguno. No he visto a nadie aplaudir, solo he oído un lejano aplauso. Hay que seguir apoyando a los sanitarios, pero de otras formas. Por ejemplo, pagando religiosamente los impuestos de donde proceden sus salarios.

domingo, 17 de mayo de 2020

Escrito durante el coronavirus 59


Algún efecto positivo tenía que tener la pandemia. Que no voy a minusvalorar, es una enorme tragedia y nos lleva a una gran crisis económica y social. Pero no hay nada totalmente bueno o totalmente malo, y más vale que en medio del espanto nos fijemos en lo poco salvable que nos ofrece la realidad.

Por ejemplo, se acaba de peatonalizar el paseo de Sarasate de Pamplona. Una reforma que el propio paseo pide a gritos desde hace décadas, había que hacer grandes esfuerzos para no oírlos. Tanto así, que en 1999 Yolanda Barcina llevaba en su programa electoral construir un aparcamiento subterráneo bajo el paseo y peatonalizar la superficie; una vez que fue elegida alcaldesa, y por intereses nunca explicados, prefirió aplicar la medida a la plaza del Castillo, con polémicos resultados. Se nos anuncian otras medidas para ampliar espacios peatonales y rutas ciclistas en Pamplona. Miedo me da, viendo la nefasta política al respecto que ha solido practicar nuestro Ayuntamiento, con corporaciones de uno u otro signo político. Incluso aquella de la que formé parte como concejal. Una de las muchas frustraciones que acumulo de aquella época es la elaboración de una ordenanza de tráfico; no me preocupé de ella porque un compañero de grupo era quien la trabajó y pactó con otros partidos, y yo estaba atareado en otras cosas y tenía que fiarme. El resultado final no me gustó nada, no se contemplaba una política seria para las bicicletas, se limitaba a reproducir las disposiciones del reglamento general de circulación ya en vigor; hice alguna sugerencia al respecto, pero se me contestó que el pacto estaba cerrado, así que me tuve que tragar el texto. En los mandatos sucesivos se han proclamado buenas intenciones y medidas desastrosas.

Pero, en fin, parece que en general se asume que hay que priorizar a los peatones y los ciclistas frente a los automóviles que, hasta ahora, han sido los reyes de las ciudades. Se pone en cuestión el modelo de desarrollo urbano que ha primado durante tantos años y que ha puesto de manifiesto de forma todavía más cruda sus miserias con esta crisis. Se anuncia también que habrá que reducir el abuso del transporte aéreo, aunque solo sea porque es difícil aplicar las medidas de seguridad contra la pandemia en unos aviones donde se ha obligado a los pasajeros a viajar cada vez más apiñados. Y se advierte que habrá que primar el turismo de proximidad o el turismo de interior frente al vicio del turismo de masas que lleva a la gente de un extremo al otro del planeta solo por el placer de sentirse más exótico.

Todavía no he oído que se proponga, pero espero que también se adopten medidas respecto de algo que vengo denunciando hace años. Es al tiempo ridículo e irracional que se desplacen miles y miles de aficionados a un deporte, principalmente al fútbol, para presenciar un partido a miles de kilómetros de su lugar de residencia por puro interés comercial, con derroche de recursos y un daño directo al medio ambiente. Hace pocos años el Real Madrid y el Atlético de Madrid que, como se sabe, son dos equipos de Madrid, jugaron la final de la Champions en Lisboa, allí se desplazaron sus miles de forofos en lugar de jugar en Madrid. Dos años más tarde se repitieron los mismos finalistas, y entonces se fueron hasta Milán. El año pasado la final enfrentó a dos equipos ingleses, el Liverpool y el Tottenham, pero, por supuesto, no jugaron en algún estadio de Inglaterra, no, sus miles de hooligans se desplazaron a Madrid. La única final alemana que ha tenido la Liga de Campeones, llegaron el Bayern de Múnich y el Borussia Dortmund, se jugó en Londres, mientras que la final italiana entre el Milan y la Juventus tuvo lugar en Manchester. Este año la final de la Copa de España la tienen que jugar el Athletic de Bilbao y la Real Sociedad, ya veremos cuándo. Si nadie lo remedia, está previsto que la jueguen en Sevilla. Si se impusiera la razón, jugarían en alguno de los estadios de Bilbao o de San Sebastián, pero es probable que miles de aficionados vascos crucen toda la Península para mayor gloria del deporte, de la hostelería andaluza y del gasto de petróleo, aprovechando que está barato. Y quizás así algún virus norteño conozca tierras sureñas, y viceversa.


sábado, 16 de mayo de 2020

Escrito durante el coronavirus 58


La mala noticia de hoy ha sido la muerte de Julio Anguita. La he sentido, entre otras cosas, porque compartía militancia con él en Izquierda Unida, pero creo que ha estado muy extendido el pesar por su fallecimiento ya que, más allá de la ideología de cada cual, era un hombre que había conseguido el respeto general por su coherencia, compromiso y honradez. Aunque yo había sido votante desde su inicio, recuerdo perfectamente que me decidí a militar en Izquierda Unida, hace ya 27 años, después de escuchar hablar a Julio Anguita en la Sala Runa de Pamplona. Un local reducido, por lo cual todos los asistentes lo teníamos muy cerca. Me convenció su discurso claro, directo, sensato, tanto como para dar el paso de comprometerme. Pienso que, inevitablemente, en su labor como coordinador general tuvo sus desaciertos, le tocó una época muy compleja y yo no siempre compartí sus decisiones y propuestas. Pero en todo caso creo que constituye todo un ejemplo de cómo ha de ser un político, y estoy muy satisfecho de haber trabajado en el mismo proyecto que él. Después de abandonar sus cargos y retirarse de la primera línea, supo no convertirse en uno de esos jarrones chinos en que devienen tantos líderes políticos. Siguió siendo un maestro, el oficio del que se jubiló rechazando cualquier otra pensión porque pensaba que la que le correspondía como funcionario docente le era suficiente, ofreciendo sus reflexiones y participando como ciudadano de a pie en la vida política. Hace años tuve la ocasión de volver a oírle en directo y de muy cerca, en unas jornadas en Córdoba, su ciudad, y guardo una foto de aquella ocasión.

En la sesión de Poetas con Sombrero de hoy he leído un poema que el escritor y dirigente de Iniciativa per Catalunya, Francesc Pané, le dedicó en 1993:

Querido Julio,
se hizo el
corazón para el amor,
se hizo el
corazón para el deseo,
se hizo el
mundo para el corazón y
las ideas
y la sangre y
los altos pensamientos.
¡Que tu corazón es
marinero y sabe a gloria
del mar. Y a viento de
limpieza!

Le echaremos de menos.