martes, 10 de noviembre de 2020

Día menos seis

La Universidad no ha sido mi única experiencia docente; también he dado muchas clases en la Escuela de Seguridad de Navarra, donde se forma a policías (forales y municipales) y bomberos, y en cuya fundación tuve oportunidad de participar. Incluso durante un par de cursos impartí también clases en la Escuela de Policía de Cataluña, en Mollet del Vallès, haciendo todos los meses quinientos kilómetros de viaje de ida y otros tantos de vuelta. Tener como alumnos a aspirantes a policías o bomberos, o a quienes ya son funcionarios pero que compiten por un ascenso, resulta muy gratificante. Suele ser gente bien preparada, vienen con la motivación muy alta, siguen con mucho interés las clases, participan cuando se les anima a ello y se ponen en pie y se cuadran cuando el profesor entra en clase.

No solo participaba en la formación, durante algunos años también trabajé mucho en la preparación de las oposiciones, he sido miembro de los tribunales de selección muchas veces. Como me gustaban aquellas tareas, cuando, tras diez años en Interior, decidí que necesitaba un cambio, solicité el traslado a la Escuela de Seguridad, donde trabajé unos pocos años. Me encontré con dos pegas. Una, que cada mañana tenía que ir hasta Beriáin. Son solo diez minutos en coche, pero diez minutos muy desagradables, por una autovía atestada de tráfico a esas primeras horas del día, con demasiados conductores con prisa por llegar al lugar donde van a tener un accidente. En aquella época, mediados de los noventa, la salida de Pamplona hacia Zaragoza era un punto negro. Día sí, día no, veía coches accidentados. El Departamento de Obras Públicas decidió poner remedio, añadió algún carril, corrigió alguna curva, y la cosa mejoró, pero me tragué muchos meses de obras en mi camino diario de ida y vuelta a Beriáin. Aprendí a valorar lo que es tener el trabajo a diez minutos de casa, pero andando. La segunda pega es que existía una norma absurda en el Instituto Navarro de Administración Pública, del que dependía la Escuela de Seguridad, por la cual el personal de plantilla no podía dar más de cuarenta horas de clase al año. Así que, una vez destinado allí, daba muchas menos horas de clase que antes, y me tenía que dedicar a reclutar a otros profesores externos para que dieran clase en las materias en que yo ya no podía hacerlo. Profesores a los que había que pagar más, mientras que a mí me sobraba un tiempo por el que ya me habían pagado. Se elevó de forma repetida la solicitud de que se modificara la norma, pero sin resultado. En fin, cosas de la Administración.

Después de irme de la Escuela de Seguridad, y ya sin el límite de horas, me siguieron llamando de vez en cuando. Hace ya un tiempo que dejaron de hacerlo, no sé por qué, y llevo varios años sin dar clase. La verdad es que lo he agradecido, me estoy quitando de trabajar de más. Y pronto de trabajar en general.

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