viernes, 6 de noviembre de 2020

Día menos ocho

 

Mi primer destino en la Administración, un 2 de mayo que coincidió con la firma por el Ayuntamiento de Móstoles de la declaración de paz con Francia, fue el Departamento de Interior y Administración Local del Gobierno de Navarra. Hasta poco antes era solo de Administración Local, y a eso me iba a dedicar yo inicialmente, pero me acabaron por adscribir a la parte de Interior, cuyo primer director general acababa de ser nombrado, y allí pasé diez años.

El lugar donde empecé a trabajar me lo conocía muy bien. El Palacio de la Diputación, y más concretamente las oficinas de la planta baja que dan a la avenida de Carlos III. Las había visitado varias ocasiones en mi infancia porque allí trabajaba mi padre. En aquellos tiempos, esa zona estaba ocupada por el Negociado de Utilidades de la Dirección de Hacienda. Más de una vez fui a  buscarle allí y me enseñó las modernidades de que disponían entonces: unos archivadores movidos por electricidad, máquinas de escribir, calculadoras. Unos pocos años más tarde, por desgracia él no vivió para verlo, acabé trabajando en el mismo lugar. Por los pasillos del Palacio me encontré con unos cuantos funcionarios que le habían conocido y que seguían en activo. Lo de las sagas familiares en la Administración es algo bastante normal, sobre todo en lugares pequeños como Navarra; tiene la pega de que mucha gente cree que has conseguido ser funcionario por enchufe paterno, y no por haber superado unas oposiciones nada fáciles. 


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