No
conocí personalmente a Michael Robinson y no soy aficionado al fútbol, ni al
deporte en general, así que tampoco le he seguido mucho en su carrera como
periodista deportivo, pero me ha apenado la noticia de su muerte, más de lo que
hubiera supuesto. Supongo que porque era una persona que caía muy bien, cercana,
jovial, con la que todo el mundo se sentía como en familia. Por eso hoy se
manifiesta un pesar unánime en los medios de comunicación y redes sociales.
Pero
he leído algo que no me ha gustado. Algunas de las personas que han manifestado
su dolor han añadido cosas como que había luchado contra el cáncer, o que no ha
podido vencer al cáncer. Es una forma de hablar que se está volviendo demasiado
habitual y que me irrita profundamente. La enfermedad, el cáncer en particular, como una especie de deporte.
Si te toca padecer una grave enfermedad, parece que entras en una competición
en la que tienes que esforzarte mucho para superarla. Si lo logras, consigues
el aplauso del público y que te traten como un campeón. Si no lo logras, mueres
bajo la sospecha de que eres un perdedor. No te empeñaste lo suficiente, o no
lo hiciste bien. Me temo que no es solo una forma de hablar, que responde a
ciertas ideas subyacentes muy extendidas. Si te va mal, la culpa es tuya. Si
eres pobre, es que no trabajas lo suficiente para salir de la pobreza. Si eres
infeliz, es que te lo estás montando muy mal, tienes que cambiar de rollo. Si
estás enfermo, lucha. Los libros de autoayuda, otra de las pandemias de nuestra
época, están repletos de esta ideología. Si eres pobre, si eres feo, si eres
tonto, si eres desgraciado, es porque todavía no has comprado el libro adecuado
y puesto en práctica los consejos que te damos. Autoayúdate, porque tus
problemas proceden de ti mismo y solo tú los puedes solucionar. No le eches la
culpa a nadie ni nada más, ni el destino, ni la naturaleza, ni la mala suerte,
ni la sociedad, ni tu familia, ni tus amigos, ni Dios, ni un virus, ni un
estafador, tus desgracias son tuyas. De algún modo, la ideología de la autoyuda
retoma un pensamiento muy arcaico, las desgracias como castigo divino, que
podemos encontrar en el Antiguo Testamento y en muchos otros textos antiguos.
Si te portas mal, recibes un castigo. Si te portas bien, eres premiado. Si
comes del fruto prohibido, te expulsan del paraíso, tienes que ganar el pan con
el sudor de tu frente y parir con dolor. Si eres bueno, recibes riqueza, tienes
muchos hijos y alcanzas una feliz vejez. Una concepción rechazada por el Nuevo
Testamento (“Aquellos dieciocho sobre los cuales se derrumbó la torre de Siloé
y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que el resto de los habitantes de
Jerusalén?”, Lucas 13,4), pero da igual. Son más bonitas las cosas antiguas,
sobre todo si las catalogamos como antigüedad, tradición o vintage.
Me ha
gustado encontrar en la prensa de hoy lo que decía recientemente Rosa María
Sardá, entrevistada por Jordi Évole, sobre la enfermedad que padece: “Yo no
lucho contra nada, no se lucha contra el cáncer, el cáncer es invencible. Es
una cuestión de que los que se ocupan de ti tengan más o menos tino al
programar unas ciertas medicaciones”. La enfermedad no es un deporte. Suele ser
cuestión de mala suerte. Incluso enfermedades como el cáncer de pulmón, que
tienen mucho que ver con el vicio de fumar. Muchos fumadores mueren por su causa,
como mi padre, pero otros tienen suerte y se libran, como Santiago Carrillo,
que vivió hasta los 97 años sin dejar de fumar y que murió plácidamente
durmiendo la siesta porque su corazón decidió pararse.
Los
miles de muertos por el coronavirus no han perdido ninguna competición.
Tuvieron la desgracia de contraer el bicho, y algunos la doble desgracia de que
nadie los atendió y murieron en una residencia de ancianos. Los que han enfermado
y se han curado han tenido más suerte, y buena parte de su curación hay que
atribuirla al sistema sanitario y al esfuerzo de otros. Los que parece que, de momento, no nos hemos
contagiado no somos mejores ni hemos hecho más méritos. Enfermar, o ser pobre, suele tener más que ver con una circunstancia ajena a nuestra voluntad o a nuestro esfuerzo, como haber nacido en Wuham, en Pamplona, en Estocolmo o en Burundi.
Michael
Robinson triunfó en muchas competiciones, en otras perdió, pero el cáncer no
fue una de ellas. Descanse en paz.
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