He
soñado que el confinamiento domiciliario no acaba nunca. Que son tantos los
virus y bacterias que pululan por las calles que hemos dejado desiertas, que la
Humanidad se ha visto obligada a protegerse con una reclusión perpetua. Está prohibido
salir al aire libre, salir de casa necesita de una autorización que la mayor
parte de la gente no recibe nunca. La mayoría de la población nunca abandona su
casa y practica el teletrabajo gracias al wifi universal que mantiene la ONU. La
educación se hace también en casa, la docencia a distancia es la única que se imparte.
Las elecciones son mediante voto electrónico y los políticos discuten a
distancia mediante videoconferencia. Los actores también trabajan desde su
casa, las películas y series se montan con técnicas digitales. Solo quienes
trabajan en servicios esenciales que no pueden realizarse a distancia, en la
construcción, la agricultura o la industria, reciben una autorización para
desplazarse de su domicilio a su lugar o lugares de trabajo, el trayecto y la
permanencia en cualquier lugar abierto necesariamente los hacen con un equipo de
protección personal, una escafandra hermética que les aísla de la atmósfera llena de
fuentes de contagio. Todos los recorridos son permanentemente monitorizados
gracias al GPS que todo el mundo tiene implantado, desde que nace, bajo la
piel. La policía controla todo a distancia. Los teléfonos móviles prácticamente
han desaparecido, ya no tenían sentido, se vuelven a utilizar los fijos y los
ordenadores de sobremesa. Las compras se hacen online, los comercios son
todos virtuales y hay sistemas de reparto de todos los bienes de primera,
segunda y última necesidad, muchos de ellos robotizados o con vehículos sin
conductor. Han desaparecido las monedas y los billetes, todo el dinero es
electrónico. Las consultas con los médicos de cabecera también se hacen por videoconferencia
y la forma ordinaria de hospitalización es la domiciliaria. Los niños, como
antaño, nacen en casa. Solo en casos extremos se envía un especialista para
comprobar si es imprescindible un traslado a los pocos hospitales presenciales
que existen. El ocio se ocupa en las mismas cosas que en la actualidad, en ver
la televisión, en leer libros electrónicos (los de papel han desaparecido), navegar
por las redes sociales y escribir idioteces, hacer ejercicio en el gimnasio
personal que todo el mundo tiene en su vivienda, en comer y beber sin salir de
casa y en reunirse para charlar con los amigos, siempre mediante
videoconferencia. Las amistades, los ligues, los romances, los matrimonios y el
sexo, todas las relaciones sociales, se inician por internet. Solo subsisten
los deportes profesionales que se practican a cubierto y todas las
competiciones son sin espectadores in situ y retransmitidas por
televisión. Las vacaciones son virtuales, consisten en visitar monumentos,
museos o lugares históricos a través de una pantalla. Las mascotas que necesiten
ser paseadas están prohibidas, las más habituales son hámsters y peces de colores.
La mejor parte de todo esto es que han desaparecido las epidemias y las
pandemias. Y los accidentes de tráfico.
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