Hoy he
encontrado y leído en El País un artículo de Íñigo Domínguez titulado “Elige
tu propia conspiración”. Proponía cinco, de entre las muchas tesis
conspiratorias relacionadas con el coronavirus que circulan por ahí, para que
el lector escogiera la que más le guste. Que si es el Gobierno español el que
oculta información para hacerse con el poder absoluto, que si es cosa de Bill
Gates y Bin Laden (que sigue vivo), que son los chinos los que se quieren
apoderar del mundo, que es un plan de Soros, aliado con fondos de inversión y
compañías de seguros, para hacerse millonarios, o que es Trump el que está detrás
para impedir que se desvele que la Tierra es plana.
Como experto en conspiraciones (he tratado el
tema en
alguna de mis novelas), creo que todas esas tesis, como admite el
periodista, tienen algo de verdad, pero resultan incompletas. Voy a ofrecer la
mía, que es la buena. Son los templarios. Ninguna buena teoría conspiratoria sale
redonda si no están los templarios de por medio. Algunos lectores ingenuos
dirán “pero si los templarios desaparecieron”. Craso error. Es cierto que el
rey Felipe IV de Francia y el papa Clemente V, en 1307, disolvieron la Orden
del Temple y enviaron a la hoguera a sus principales dirigentes. Pero los
templarios no desaparecieron, simplemente pasaron a la clandestinidad y se infiltraron
en otras órdenes militares y en otras instituciones. En el siglo XVIII participaron
en la fundación de la Masonería, desde la que siguen conspirando en su empeño
para dominar el mundo. Como es bien sabido, los masones pactaron con los judíos
y con los comunistas para repartirse el poder, la famosa conjura judeo-marxista-masónica
que algunos, candorosamente, creen también extinguida. Ya dominan buena parte
de la política y de la economía mundiales, pero hay algunos ámbitos que se les
escapan. La epidemia de coronavirus, que por supuesto procede de un laboratorio,
forma parte de esa estrategia de dominación. Se trata de acabar definitivamente
con la hegemonía estadounidense, ya muy tocada, y sustituirla por la hegemonía
de la China comunista. Los chinos no han tenido inconveniente en sacrificar a
un montón de ciudadanos propios, son así de despiadados, con tal de meter el
virus en Europa y en Estados Unidos. Lo mismo ha hecho el Gobierno socialcomunista
bolivariano de España, sacrificar a miles de españoles para que la pandemia
avance, a imitación del Gobierno izquierdista de Italia (¿o se creen que es
casualidad que haya tantos muertos en España e Italia, y tan pocos en Alemania
o Reino Unido?). El objetivo último son los Estados Unidos, que ahora están
sintiendo de lleno el azote del virus, facilitado por las medidas adoptadas por
Donald Trump. Que no está loco, en absoluto, todo es disfraz y comedia. Sabe lo
que hace. Es un infiltrado. Es el gran prior de la Orden del Temple.
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