Hoy en
Portugal es fiesta, es el Día de la Libertad, que recuerda la Revolución de los
Claveles de 1974. Una revolución que, a los que ya tenemos una edad y la vivimos,
en la España franquista, a distancia mediante la prensa de la época, nos dio
mucha envidia. Pese al tradicional complejo de superioridad de los españoles frente
a los portugueses, luego nuestros vecinos nos han seguido dando más motivos de
envidia, como sus políticas para salir de la crisis de 2008 y como su actual
gestión de la epidemia de coronavirus.
La
actualidad de hoy, por contraste con la de otros días que resulta aburrida por
reiteración en el monotema de este tiempo, viene más interesante. Comentaré un
par de las noticias con las que nos hemos desayunado (una de las cosas buenas
del confinamiento, que las tiene, que desayuno todas las mañanas con la prensa
digital, como me gusta hacer los días de fiesta).
Después
de la rueda de prensa en la cual el presidente Donald Trump, ante la estupefacción
de sus consejeros científicos, tuvo la ocurrencia de recomendar inyectarse
desinfectante y usar luz ultravioleta para acabar con el coronavirus, algunos
centros de emergencias de Estados Unidos se llenaban de llamadas alertando de
intoxicación por desinfectante. Como estamos hablando de cosas serias, hay que
reprimirse para no soltar el chiste fácil de que ojalá todos los votantes de
Trump siguieran sus consejos, porque incluso las personas tan estúpidas como
para votarle tienen el derecho de que les protejan para no hacerse más daño a
sí mismas. Ojalá que en noviembre, si la Humanidad no se ha extinguido (y bien
que hacemos méritos colectivos para merecerlo), echen a Trump de la Casa
Blanca, casi da igual a quien pongan en su lugar, como si ponen al pato Donald,
es improbable que nadie sea tan nefasto como él.
Ayer la
Audiencia Provincial de Navarra dictó sentencia en el “caso Osasuna”. Como
resalta la prensa, esta sentencia pasará a la historia por ser la primera en
condenar a unos directivos y a unos jugadores del fútbol español por el delito
de corrupción deportiva, es decir, por amañar partidos. A ver, me parece bien
que se persiga y castigue, ya era hora, el fútbol profesional, y me temo que
muchos otros deportes, se ha convertido en un lodazal desde que prima su
carácter de negocio muy por encima de su carácter de deporte y mueve tantos
millones de euros. No obstante, esta sentencia, como otras en diversos ámbitos,
me deja mal sabor porque dudo de que haga justicia. La justicia de verdad, la
que, paradojas de la ortografía, se escribe con minúscula, uno de los valores
superiores del ordenamiento jurídico, que dice la Constitución. La justicia que
consiste, según el DRAE, en un “principio moral que lleva a dar a cada uno lo
que le corresponde o pertenece”, o “aquello que debe hacerse según derecho o
razón”.
Porque
la Justicia, la que se escribe con mayúscula, es decir, el Poder Judicial, la
organización integrada por jueces que tiene como finalidad hacer justicia, en
demasiadas ocasiones no hace justicia. Tras casi cuarenta años de ejercicio profesional
en los cuales me ha tocado tratar, de forma frecuente y próxima, con la
Justicia, no tengo una elevada opinión sobre su funcionamiento. Creo que es una
de las grandes reformas que siempre han ido quedando y quedan pendientes en
España.
Recomiendo
la lectura, que casi nadie hace ni hará, de un libro de 2004 titulado El
desgobierno judicial. Su autor es Alejandro Nieto, catedrático de Derecho
Administrativo ya jubilado, doctor honoris causa por varias
universidades, presidente del CSIC de 1980 a 1983, Premio Nacional de Ensayo en
1997 por Los primeros pasos del Estado constitucional. En fin, un señor
con cierto conocimiento de causa de lo que habla. No hace un diagnóstico muy
optimista sobre la Justicia. Basta repasar el título de algunos de los
capítulos iniciales de su libro: “Una justicia tardía”, “Una justicia atascada”,
“Una justicia cara”, “Una justicia desigual”, “Una justicia imprevisible”, “Una
justicia mal trabada”, “Una justicia desgarrada”, “Una justicia ineficaz”.
Tal
como explica el profesor Nieto, la Justicia suele actuar tarde, después de haber
sido tolerante con muchas situaciones de clamorosa injusticia o violación de la
ley, y cuando actúa lo hace de forma poco previsible y, a menudo, de forma “ejemplar”,
desmesurada, como para hacerse perdonar todas las veces que no actuó. Con lo
cual no actúa con justicia, sino con arbitrariedad, pues da un tratamiento totalmente
desigual a quien tiene la mala suerte de que le caiga la Justicia encima que a
quien tiene suerte o tiene los medios de poder evitarlo. No hay manera de saber
quién será castigado y por qué, lo que motiva muy poco a los ciudadanos a tener
respeto a las leyes y a su cumplimiento. Copiaré unas líneas del libro muy
expresivas:
A
despecho de tantas leyes y de su séquito de exégetas y operadores —o quizás
cabalmente por ello mismo— nunca se sabe con exactitud cuál es la conducta
correcta: ni lo que debemos hacer nosotros ni lo que podemos esperar de los
demás.
Por lo
que dicen, parece que el amaño de partidos ha sido una práctica muy frecuente
ante la cual las autoridades, políticas, deportivas y judiciales, tenían los ojos
cerrados y los oídos sordos. De pronto, la Justicia despierta y ruge. Condena
ejemplar a los implicados del “caso Osasuna”. ¿Y los demás?
Me
temo que algo similar ha sucedido en otros casos bien conocidos por la opinión
pública. Reacción desmedida de la Justicia ante unos hechos que, en otro
momento y otras circunstancias, no hubieran tenido la misma importancia, que nadie
esperaba que pudieran tener semejante trascendencia penal. Desde el “caso
Alsasua” hasta el de los independentistas catalanes, pasando por el reciente “caso
Isa Serra”. Uno queda con la impresión de que en todos esos casos, entre muchos
otros, no hubo justicia, sino mala suerte en la lotería judicial.
Espero,
quiero creer, que haya muchos jueces preocupados por esa situación y que
quieran una reforma seria, no como las que hemos padecido hasta ahora, de la
Justicia. Los máximos responsables, de momento, ante las críticas parecen más preocupados
por defenderse a ultranza que de preguntarse sobre las causas de la desafección
ciudadana hacia la institución. En nombre de la separación de poderes y de la independencia
del Poder Judicial, acaban de condenar que un vicepresidente del Gobierno
critique una sentencia. ¿No exigiría esa misma separación de poderes que se
abstengan de criticar al Poder Ejecutivo, y que hablen tan solo a través de sus
sentencias?
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