Hace
algunos años, era por estas fechas, en abril, sufrí una caída y me lastimé
ambos tobillos. No fue grave, con un poco de fisioterapia me recuperé, pero estuve
bastantes días dolorido, andando a pasitos cortos y sufriendo cada vez que
apoyaba el pie en el suelo. A veces me acuerdo de aquella época cuando voy por
la calle y me concentro en el sencillo placer de andar, de apoyar un pie y
luego otro sin sentir ningún dolor ni ninguna molestia. Me he acordado de ello
estos días las pocas veces que he salido al exterior, y he tratado de disfrutar al
máximo de lo que ahora es un pequeño lujo, poder pasear, aunque sea unos pocos minutos. Es una de las cosas
que más me apetece, y de las primeras que haré cuando nos liberen del
confinamiento domiciliario, dar un largo paseo por las riberas del río Sadar,
un recorrido que sigo a veces porque lo tengo al lado de casa. Y también me
apetece mucho salir a pasear en bicicleta, con una bicicleta que se mueva al
pedalear, no como la estática con la que trato de hacer un poco de ejercicio
casero.
No
espero que después de la epidemia haya un mundo mejor, ni creo que vayamos a
salir mejores, saldremos más o menos como éramos, imperfectos, a veces buenos,
a veces malos, capaces de lo mejor y de lo peor, egoístas y solidarios a ratos,
insatisfechos, amables y odiosos. Tampoco que volvamos a nuestra vida, a
nuestro mundo, tal como era antes de la pandemia. Pero sí espero recuperar esas
pequeñas cosas que siempre hemos sabido, y lo decimos a veces sin creérnoslo del
todo ni obrar en coherencia, que son las importantes. Y disfrutarlas a
conciencia.
Ayer, buscando
algo que leer en el encuentro telemático de Poetas con Sombrero, una de las dos sesiones de terapia poética que hacemos a la semana para resistir la reclusión, me encontré con
un poema de Manuel Silva, escrito con ocasión de la epidemia de coronavirus, en
el que viene a expresar lo mismo. Empieza así: “Ahora ya sabemos que la vida es
comer con un amigo en una terraza, ir de librerías, tomar el sol, ver una
película en un cine, perderte por una calle desconocida, coger un tren. Por
eso, cuando la vida regrese, le pediremos menos cosas”.
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