martes, 24 de noviembre de 2015

Hostias



1. Creo que la libertad de expresión conlleva la carga de que alguien se pueda sentir ofendido cuando es ejercida por otros. Garantizar que nadie se ofenda por nada únicamente se consigue negando la libertad de expresión. No solo en caso de duda debe darse preferencia a esta, sino también cuando no hay duda alguna de que su ejercicio ofenderá a alguien. Por esa razón no creo que deba prohibirse, censurarse ni sancionarse la exposición que Abel Azcona ha montado en la Sala de Exposiciones Conde de Rodezno de Pamplona, aunque es obvio que su propósito era ofender (“provocar”, se prefiere decir).

2. No entiendo muy bien en qué consiste el delito de ofensa de los sentimientos religiosos que se incluye en el Código Penal. Definir en qué consiste exactamente la religión ya es complicado, así que poner límites a los sentimientos religiosos resulta muy problemático. Me temo que decidir cuándo se comete ese delito queda a un arbitrio excesivo de los jueces que tengan que ocuparse del caso. Yo a menudo siento que se ofenden mis sentimientos, pero no sabría decir cuándo son los religiosos y cuándo son los otros sentimientos que tampoco soy capaz de identificar y delimitar. Cuando nuestros buenos aliados los saudíes condenan a alguien a muerte por dejar el Islam para convertirse a otra religión mis sentimientos se ven afectados, pero no sé si son los religiosos. También me sucede con todas las noticias sobre abusos sexuales ejercidos por sacerdotes, sobre las turbias finanzas del Vaticano, sobre las misas en recuerdo de Franco, sobre los atentados yidahistas, sobre la persecución religiosa en Siria e Iraq, sobre el genocidio armenio, sobre la explotación infantil en el tercer mundo por la industria textil, sobre los refugiados que se ahogan en el Mediterráneo, sobre las hambrunas en África, sobre los desahucios en España, sobre la creciente pobreza y desigualdad… No sé si mi aversión a la guerra y a la pena de muerte proviene de mis creencias religiosas (“No matarás”, dice la Biblia), de mis creencias filosóficas, políticas, éticas o estéticas, no soy capaz de compartimentarlas. La verdad es que mi adicción a leer la prensa todos los días afecta gravemente a mis sentimientos, pero no tengo ni idea cuándo a los religiosos y cuándo a los demás y no aspiro a que manden a nadie a la cárcel por ello. También ofende mis sentimientos la gente de piel muy fina que tiene la bíblica costumbre de rasgarse las vestiduras a cada poco alegando que se ofenden sus creencias y que monta misas de desagravio suponiendo que Dios también es un ser muy susceptible que se ofende fácilmente y al que hay que aplacar de continuo. Yo creo que Dios no se ofende tan fácil.

3. La exposición que ha montado Abel Azcona, al menos la pieza que ha producido tanto escándalo (no conozco el resto), ese montaje con hostias, me parece de una idiotez insuperable. Lo de ir de iglesia en iglesia haciendo como que comulga para conseguir las formas consagradas me parece de un infantilismo supino. Como comerse el Corán, que hizo el mismo individuo hace un tiempo. Creer que es arte simplemente la provocación por la provocación resulta algo muy caduco, lo de épater les bourgeois tiene más de cien años y ya aburre. Hacerse luego el sorprendido ante las reacciones provocadas indica que el presunto artista es un cínico o un memo. Desgraciadamente, exposiciones tan estúpidas como esta para solaz exclusivo del artista y de unos pocos amiguetes son frecuentes y contribuyen a alejar a la mayor parte del público de las galerías donde se exhiben. El Ayuntamiento de Pamplona, y todas las instituciones públicas, harían bien en pensar mejor en qué se gastan el dinero.

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