Llevamos días oyendo sonar las trompetas del Apocalipsis, pero hoy es cuando realmente hemos entrado en un escenario de emergencia total. Ayer hubo una frenética cancelación de actos y actividades de todo tipo, públicos y privados, se pusieron en marcha consignas como #YoMeQuedoEnCasa y el Gobierno de Navarra dictó medidas urgentes que se han publicado hoy en el boletín oficial. El Gobierno de España, por su parte, ha anunciado que va a declarar el estado de alarma. La Asociación de Hostelería de Navarra ha recomendado cerrar bares y restaurantes, lo que indica que la situación es desesperada.
Esta mañana, en mi trabajo, algunos compañeros han hablado de que deberíamos implantar el teletrabajo. Dado el tipo de trabajo que hacemos, resolver expedientes nada urgentes, cada uno solo en su despacho con su ordenador, parecía buena idea que nos lleváramos los expedientes a casa para hacer allí más o menos lo mismo pero en pantuflas, cada uno en su ordenador y sin respirar el aire común. La jefa lo ha consultado y nos ha comunicado que sí, que podíamos pasar al teletrabajo desde el lunes, o desde hoy mismo si teníamos mucha ansiedad. Al rato hemos recibido instrucciones de la superioridad. No habíamos entendido nada. No se trata de que los funcionarios nos quedemos en casa para no contagiarnos o no contagiar a los demás, salvo que seamos imprescindibles en nuestro puesto de trabajo (como médicos, enfermeros, policías, bomberos...). Las normas dicen exactamente lo contrario: solo aquellos cuyo trabajo sea imprescindible podrán ser autorizados al teletrabajo. Los no imprescindibles hemos de ir a trabajar a nuestro centro de trabajo, valga la redundancia, supongo que porque no importa que nos infectemos entre nosotros, o que muramos de coronavirus, porque no somos necesarios sino contingentes. Así que, salvo nueva orden (que puede ser, porque cada día la situación cambia y las normas también), el lunes iré a trabajar. El único cambio es que, en lugar de fichar con la huella dactilar, podemos fichar en el propio ordenador personal, que solo tiene los virus personales de uno mismo.
He ido al supermercado a la hora en que me gusta hacer la compra, las cuatro de la tarde, que no suele haber casi nadie, a veces ni las cajeras están en su puesto. Hoy había una muchedumbre comprando y había que hacer cola en la caja. Parece que la gente se prepara para aguantar un asedio en casa y empezaban a faltar algunas cosas, como mi marca favorita de yogur. Han arramblado con todo el papel higiénico, pero me ha llamado la atención que quedaban muchos paquetes de pañales para niños. Debe ser que los adultos van a cagar de más y los infantes de menos. Se empezaba a respirar un ambiente de agresividad latente y lucha por la supervivencia. Menos mal que aquí no venden armas de fuego en los supermercados, como en Estados Unidos, porque yo creo que la gente se estaría aprovisionando de fusiles de asalto y munición. Una señora octogenaria se me ha colado por la jeta. La hubiera dejado pasar porque solo llevaba dos cosas, pero no se ha molestado ni en mirarme ni en pedir permiso. El próximo día voy a llevar a la compra la navaja albaceteña que me regaló Urbano Colmenero, por si hay que empezar a defenderse.
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