La vibrante
actualidad no me permite despegar la vista de las pantallas y apenas tengo
tiempo para sentirme aislado y deprimido. Casi ni me queda tiempo para el
teletrabajo, aunque he de confesar que como soy extremadamente ordenado y lo
llevo todo muy al día, solo me pude traer a casa un expediente pendiente de
resolución que me va a ocupar muy poquito. Eso sí, mantengo otras costumbres
laborales como la lectura atenta y proactiva del Boletín Oficial de Navarra y
del Boletín Oficial del Estado y la atención al correo electrónico.
La
lectura de la prensa, oficial y no oficial, me lleva del coronavirus a la Corona
y de la Corona al coronavirus. El rey Felipe VI ha demostrado que es tanto o
más cauteloso que su antepasado y tocayo, el de los dos palitos, al que apodaron
“el Prudente”. Un año entero ha tardado, desde que tuvo conocimiento de ello, en
informar a sus súbditos de algunas turbias maniobras financieras de su padre. A
lo mejor, que el tema estuviera en la prensa internacional le ha indicado que
el asunto ya estaba suficientemente maduro como para comunicar algo, y hacer
coincidir la noticia con la declaración del estado de alarma ha sido una muy
sensata medida para minimizar el trauma y evitar inconvenientes algaradas.
También revela una gran prudencia que haya dedicado cinco días a preparar el
discurso a Todaspaña que televisan esta noche. Hay que agradecerle que amenice
la cuarentena con un poco de intriga: ¿Hablará de lo de su padre, o solo del
coronavirus? En estos momentos, sobre la epidemia está casi todo dicho, poco
más va a poder añadir a los discursos que ya les hemos oído al presidente del Gobierno
y a todos los líderes políticos. Sería más interesante que nos contara algo de
su culebrón familiar. Del comunicado que sacó la Casa del Rey el otro día se
deduce que las relaciones con su padre, parece que mayormente a través de sus abogados,
deben de ser tan malas como las que tenían sus tatarabuelos Carlos IV y
Fernando VII, o como las del rey Lear con sus hijas y yernos. Según un medio de
comunicación de muy dudosa credibilidad, o sea, como casi todos, el rey emérito
se siente traicionado por su hijo, que le ha castigado quitándole la paga, y
planea desquitarse divulgando los trapos sucios de su nuera, la reina, que
parece ser la mala de la película. Es muy posible que el entretenimiento nos
dure mucho más que la cuarentena. Aunque, digo yo, que no sé cómo los adalides
de la monarquía no lo previeron. Establecer un cargo vitalicio, irresponsable e
inviolable, es tentar al destino. La ley de Murphy es inexorable, si algo puede
salir mal, en algún momento acabará saliendo mal. Por otro lado, diseñar un
cargo como ese y no poner en él a alguien sin escrúpulos que se aproveche hasta
donde pueda es como desperdiciar las amplias posibilidades que ofrece la
institución.
Total,
que con motivo del discurso real de esta noche, aparte de quienes prevén
comprar langostinos y cava para completar el ambiente tradicional de tal evento,
está convocada una cacerolada en los balcones. Una convocatoria más, porque
estos días se multiplican: que si salir a aplaudir a los sanitarios, que si a
cantar el Riau-riau o el Resistiré, que si a pedir que el dinero del
emérito se dedique a sanidad, que si a tomar el aperitivo… Por otro lado, se ha
generado una enorme vida cultural online, la de cosas que se pueden
hacer sin salir de casa, desde ver óperas hasta escuchar conferencias, hacer
visitas virtuales a museos y galerías de arte, descargarse libros gratis o
asistir a los conciertos que dan algunos músicos desde su casa. Algunos colegas
escritores han puesto en marcha en las redes sociales iniciativas para escribir
poemas o relatos compartidos. Empiezo a tener la sensación de que con quince
días de estado de alarma no vamos a tener suficiente para atender a todo, vamos
a necesitar una prórroga de varias semanas, incluso aunque el coronavirus se
haya extinguido.
Pese a
lo apretado de mi agenda, he sacado un poco de tiempo para airearme y estirar
las piernas haciendo una excursión al supermercado, había que reabastecer el
frigorífico y la despensa. Menos mal que mañana es fiesta y estaremos algo más
relajados. Bueno, en casa de la familia Borbón quizás el Día del Padre resulte un
poco tenso.
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