Hoy
sin poder ni tener que moverme de casa. Menos mal que setenta metros cuadrados
dan para mucho si los tienes bien organizados. He pasado parte de la mañana haciendo
el seguimiento de la epidemia desde mi centro de telecomunicaciones (cuarto de
estar dotado de internet, telefonía fija y móvil, radio, televisión y papel de
cartas). He procurado contribuir modestamente a mantener alta la moral de la
población con algunos ocurrentes comentarios en las redes sociales. Luego, en
mi despacho (mesa del ordenador en el cuarto de estar), he dedicado un buen
rato a escribir un esclarecedor artículo sobre la falta de planificación de los
riesgos epidemiológicos, espero que lo publique algún destacado medio de
comunicación, y después me he dirigido a mi gimnasio (terracita cerrada donde
tengo instalada la bicicleta estática) para iniciar el exigente programa de
ejercicio físico que mantendré durante la cuarentena (no me gusta mucho la
bicicleta estática, que es a la bicicleta lo que la justicia militar a la
justicia, pero la tengo para situaciones de emergencia como esta).
También
he pasado algún tiempo en el puesto de observación (terracita cerrada, junto a
la bicicleta estática) vigilando lo que pasaba en el exterior. Total
anormalidad. No anda casi nadie por la calle y los pocos que lo hacen van en
grupos de uno, como está mandado. Lo más interesante ha sido una ambulancia,
sin prioritarios, que ha estado aparcada un rato en doble fila pero sin recoger
a ningún enfermo, y un tipo que ha cargado un paquete de latas de cerveza en su
coche. Me da la impresión de que la mayoría de la población hemos acatado muy
disciplinadamente el confinamiento domiciliario, hay gente que se encerró ya el
viernes o el sábado, antes de que fuera obligatorio, y en algunos centros de
trabajo los empleados se amotinan para poder recluirse en casa. Si nos lo dicen
hace una semana, no nos lo creemos. Es como cuando la prohibición de fumar en
los bares, que la gente pronosticaba un incumplimiento masivo y fue al
contrario, desde el primer día se observó la ley y los fumadores se conformaron
con salir a la calle.
Aunque
no soy nada cocinillas, me gusta más comer que cocinar, también he estado trajinando
en mi área de restauración gastronómica (cocina) preparando una de mis
especialidades, macarrones integrales de cultivo biológico al estilo de la casa
con atún claro y sofrito de tomate y ajo morado. Los he acompañado con un poco
de la empanada que me traen desde Galicia (a mí y a todos los clientes de
Eroski). La tarde la he iniciado en la zona de descanso (sofá del cuarto de
estar) con una reparadora siesta, antes de trasladarme de nuevo al despacho
para redactar esta crónica. Lo que queda del día probablemente lo dedique a
actividades culturales (leer).
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