Otro
día sin moverme de casa colaborando contra la pandemia en la forma en que lo
hemos de hacer las personas prescindibles, no molestando. Creía que ya me iba
haciendo a la rutina de la cuarentena, pero he descubierto que los lunes siguen
siendo lunes aunque no haya que ir a trabajar. He dormido peor y me he
levantado más tarde. Habrá que seguir peleando, como recomiendan los expertos
en estas cosas, por mantener una cierta disciplina en casa.
Estoy
convencido de que saldremos de esta emergencia mucho más sabios. Yo, por
ejemplo, estoy adquiriendo nuevas habilidades informáticas. Como nunca me habían
gustado las videoconferencias ni los videochats, no me había preocupado por
saber cómo funcionaban, pero la necesidad me ha llevado a aprender. El sábado,
ya lo conté, participé en un evento poético a través de Zoom. Por la tarde me
tomé una caña con unos colegas en una videoquedada por Messenger y, ya puestos,
el domingo tomé el aperitivo con otros amigos también por Messenger. Y he
quedado en repetir con todos los grupos mientras dure el arresto domiciliario.
Este
confinamiento me ha servido también para aprender a bloquear gente en Twitter.
Una técnica muy útil. Hasta ahora no lo había hecho, no lo había necesitado,
probablemente porque muy pocos tuiteros prestaban atención a las tonterías que
pongo. Pero, igual que me ha sucedido en Facebook, he tenido un pequeño éxito,
uno de mis tuits, en lugar de la media docena habitual de “me gusta”, ha
tenido varios cientos. Supongo que no todo el mérito es mío, estos días hay
varios millones de personas aburridas merodeando por las redes. Total, que
algunos de los que han hecho aprecio de mi tuit eran de la muy habitual categoría
de odiadores, esos que necesitan expresar su rencor por el resto de la
humanidad y solo se dedican a descalificar e insultar al prójimo, con frecuencia
amparados en el anonimato. Me parece bien tener espíritu crítico, expresar los
desacuerdos y objetar los fallos o contradicciones de las opiniones ajenas,
pero “subnormal”, “lacayo” o “lameculos” no me han parecido argumentos de
recibo en un debate civilizado. Así que me he puesto a bloquear, y le he cogido
gustico. Desaparecen los insultos y desaparecen los insultadores. Sí, ya sé que
siguen habitando en otras zonas de Twitter y seguirán insultando, pero ojos que
no ven (los míos), corazón que no sufre (el mío).
No
todo es malo en las redes sociales. Uno recibe mucho cariño, sobre todo en
forma de grupos a los que te añaden, no sabes ni quién, ni para qué, y que tienes
que abandonar porque la vida no da para todo. También estoy recibiendo muchos
abrazos virtuales. Y muchas recomendaciones de libros. Demasiadas. Que si
novedades, que si clásicos, que si obras especialmente apropiadas para una
epidemia. Incluso sin cuarentena ya tenía complicado atender todas las lecturas
que tengo pendientes, encima hay una conspiración mundial en los medios de
comunicación y en las redes sociales para recomendar libros. Gracias pero, por
favor, no más recomendaciones.
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