Ayer
por la tarde, después de varios días encerrado, salí de casa. Para ser responsable
y solidario con el resto del mundo, acumulé en una sola salida un montón de
actividades permitidas: bajé la basura, fui a la farmacia a reponer mis drogas
legales, hice compra para mi tía y aproveché para verla un ratico breve y a dos
metros de distancia, e hice la compra para aguantar otra semana recluido en mi casa.
Por lo que voy leyendo en la pantalla de mi ordenador, la principal ventana al
mundo que tengo estos días, iba preparado para cualquier cosa. Pero, para mi
tranquilidad, en mi breve incursión al exterior no sufrí ningún incidente.
Por la
calle andaba poquísima gente, tanto a pie como en vehículos. Paseantes de
perros, los justos. Me ratifiqué en la impresión que me da mirar por la ventana,
por la otra, la de madera y cristal, que en mi barrio la gente acata con total disciplina
las restricciones de movilidad. No vi patrullas policiales o militares
exigiendo a los pocos usuarios de la vía pública justificación de sus
desplazamientos, ni parece que haga ninguna falta. Tampoco me reprochó nadie desde
su balcón que anduviera por la calle, parece que aquí nos libramos de esos
vigilantes aficionados y rencorosos que han brotado en otros lugares para
controlar a sus vecinos. En la farmacia, que da un poco de cosa que te atiendan
con una mascarilla interpuesta y a través de la verja echada, como si temieran
que fueras a atracarla, yo era el único cliente. En los dos supermercados que
visité había muy poquitos clientes, ni cola había que hacer en la caja, y tenían
de todo, incluido papel higiénico y cerveza. Así que por aquí tampoco padecemos
esos vicios que denuncian por otros lares, gente que sale de casa constantemente
con la excusa de comprar, y compra un par de cosas cada vez, o gente que
acapara productos como si el confinamiento fuera a ser eterno. En fin, que además
de ser un privilegiado por poder pasar la cuarentena en casa y sabiendo que mi puesto
de trabajo no peligra cuando acabe la epidemia, ojalá todo el mundo pudiera
decir lo mismo, vivo en uno de los ojos del huracán, o sea, en una zona de calma.
Aparte
de estas breves crónicas, me da pereza escribir. Me estoy limitando a corregir
cosas que ya tenía escritas y cuyo futuro editorial es más que dudoso. Por lo
que leo en las redes, parece que hay muchos escritores en las mismas, poca
inspiración y pocas ganas de escribir. Y eso que todos los días surgen en los
medios de comunicación temas que darían para muchos libros, algunos avispados
ya estarán firmando contratos para publicar la gran novela del coronavirus. Dicen
que Churchill dijo que los Balcanes producen mucha más historia de la que
pueden digerir (como sucede a menudo con las citas célebres, la atribución es
incorrecta, la cita original es del escritor escocés H. H. Munro, alias “Saki”,
en 1911, y en referencia a Creta). Quizás sucede ahora que, pese a la exorbitante
cantidad de gente que escribe, la realidad nos está proporcionando muchas más
historias de las que somos capaces de escribir.
Y entre
las muchas malas noticias de estos días, Astérix se ha quedado completamente
huérfano, ha muerto Uderzo. Astérix es de mi misma edad, he comprobado que nació
solo ocho meses antes que yo, ya lo sospechaba porque lo conocí en el colegio, en
la biblioteca de los Maristas. Además, en 1969 vino a los sanfermines,
aprovechando su gira por Hispania. En contra de lo que dice la leyenda, no se
hospedó en un famoso hotel de la plaza del Castillo sino en una fonda llamada
El Turista Satisfecho. Tengo las pruebas…
No hay comentarios:
Publicar un comentario