Pese a
los agoreros, que siempre están de guardia, parece que la cosa va moderadamente
bien. Cuando se permitió la vuelta al trabajo de los sectores económicos no
imprescindibles, después del parón obligatorio de Semana Santa, ya dijeron que
era una irresponsabilidad que nos llevaba a la catástrofe. Cuando se permitió que
salieran a pasear los menores de edad acompañados, a finales de abril, se
auguró que debido a la irresponsabilidad de padres e hijos aquello iba a
degenerar en un repunte de la epidemia. Cuando nos dejaron salir a pasear al
resto de la población, volvieron a vaticinar que aquello iba a acabar en
desastre. Cuando permitieron la apertura controlada de la hostelería, primero en
terrazas, y del comercio, volvimos a oír a los profetas del apocalipsis
amenazar con una hecatombe. Cuando hemos ido pasando de la fase 0 a la fase 1,
de la fase 1 a la fase 2, de la fase 2 a la fase 3, ha habido gente que ha
pronosticado la marcha atrás de la desescalada y la vuelta al confinamiento
duro en pocos días debido a lo irresponsable que es la mayoría de la población
y a que pronto se multiplicarían los contagios.
Soy
consciente de que la epidemia no ha pasado, el riesgo se mantiene, el
coronavirus está al acecho y nos quedan meses o años de seguir aplicando estrictas
medidas de seguridad e higiene para evitar la repetición de la situación que
hemos vivido en las últimas semanas. No excluyo que haya repuntes, como sucede ahora mismo en China. Pero no soy alarmista, creo que las medidas
que se han adoptado, en este y en la mayoría de los países tras el desconcierto
inicial y los notorios errores cometidos, han sido razonables y eficaces. La
mayoría de la población ha acatado disciplinadamente el confinamiento y el
resto de medidas que nos han impuesto; ha habido una amplia minoría que se ha
pasado las precauciones por el arco del triunfo y ha hecho de su capa un sayo,
pero minoría al fin y al cabo, como sucede siempre con cualquier norma legal o social
de convivencia.
En
Navarra, la macabra contabilidad de muertos, contagiados e ingresados en la UCI
que nos ha acompañado tantas semanas ha abandonado las portadas de los
periódicos. Llevamos tres días sin ninguna muerte, dos días sin ningún nuevo
caso y un tercer día con un solo caso nuevo. Esto no ha acabado, lo repito, habrá
todavía nuevos contagios y algunos muertos más por coronavirus. Pero es obvio
que las medidas han funcionado y la epidemia está, por el momento, controlada.
No hay que relajarse, pero tampoco vivir en la angustia continua. Hay que
mantener la prudencia, pero ya podemos respirar e intentar hacer la vida más normal
posible dentro de las medidas de seguridad e higiene establecidas.
En
Pamplona el debate ahora se centra en los no-sanfermines, en qué sucederá entre
el 6 y el 14 de julio. Yo ya he anunciado aquí que soy de los irresponsables
que piensan salir a comer, a cenar, a beber. Lo hago desde que reabrió la
hostelería y espero hacerlo, no solo en sanfermines, sino durante todo el verano
y más allá. Acatando las normas, guardando las distancias, con la mascarilla puesta
cuando sea obligatorio (cuando no lo sea, no) y con las manos bien limpias.
Quizás porque soy de esos irresponsables, los que me parecen irresponsables son
otros. Por ejemplo, el Ayuntamiento de Pamplona. No quiere organizar
actividades esos días no-sanfermineros, pero ha tentado a asociaciones
vecinales a que lo hagan ellas, no quiere permitir que se instalen mesas para
comer en la calle, como es costumbre en fiestas, no quiere que salgamos a la
calle, pero ha dado fiesta a sus empleados el 7 de julio (que oficialmente es
laborable en Pamplona) y el alcalde ha anunciado que quiere asistir oficialmente
a la misa de San Fermín. Me parece que está haciéndolo todo al revés. Ya que no
hay sanfermines, debiera plantearse organizar actividades, no solo del 6 al 14
de julio, sino durante todo el verano, sin esperar a ver qué hacen otros, sino
asumiendo el liderazgo. No estamos confinados y los vecinos vamos a salir a la
calle, vamos a aprovechar el buen tiempo mientras podamos, no por vicio sino
por salud mental, así que el Ayuntamiento debiera ser el primer interesado en
darnos alternativas, en ofrecernos actividades bien organizadas y seguras,
descentralizadas por toda la ciudad para que no formemos aglomeraciones,
adecuadas a las circunstancias que vivimos. Como es más seguro estar al aire libre
que en espacios cerrados, el Ayuntamiento no debiera prohibir sino promover que
se instalen mesas para comer en la calle, y bares al aire libre, y todo tipo de
actos al descubierto. Si no quiere gente por la calle, que no dé fiesta a sus
empleados el 7 de julio (por cierto, el Gobierno de Navarra ha decidido no
modificar el calendario laboral y mantenernos a sus empleados con destino en
Pamplona de fiesta desde el 6 de julio a las 12:00 hasta el domingo 12 de
julio; ¿no se les ha ocurrido ni al Gobierno ni al Ayuntamiento que esa es una
medida que nos impulsa a los empleados públicos a salir esos días a la calle?).
Si no quiere fiesta, que el alcalde no dé el mal ejemplo de ir a ningún acto
festivo.
En
fin, los augures locales ahora están en su salsa pronosticando que van a ser
los no-sanfermines la causa de un violento rebrote de la epidemia en Pamplona.
Pese a que parece que nuestras autoridades colaboran en darles la razón, yo
confío en que, como con cada uno de los pasos que hemos ido dando en los
últimos meses, se equivoquen.
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