Cuando
se concede un premio, sea artístico, científico, humanitario, profesional, se
persigue honrar tanto a quien lo recibe como a quien lo concede. El empresario
sueco Alfred Nobel hoy solo sería conocido en el sector de los explosivos si,
además de inventar la dinamita, no hubiera establecido la fundación y los premios
que llevan su nombre. Por eso hay que tener mucho cuidado con los destinatarios
de los premios, porque una mala elección deshonra también a la persona o a la
institución que lo concede. Es lo que sucede con el Premio Princesa de Asturias
de la Concordia 2020 concedido a los sanitarios españoles en primera línea
contra la COVID-19. Estos premios, como la Fundación Princesa de Asturias
(antes Príncipe de Asturias), se crearon para prestigiar a la monarquía
española. Quizás a alguien se le ocurrió que era buena idea, con tal fin, premiar
este año a los sanitarios. Que se merecen cualquier premio está fuera de toda
duda. Pero teniendo en cuenta la situación que atraviesa la política española y,
en particular, su monarquía, pienso que la ocurrencia supone pegarse un tiro en
el pie. Nada más anunciarse la concesión, ya ha saltado la polémica. Algunos
sanitarios han impulsado una iniciativa para rechazar el premio. Seguro que
muchos otros estarán encantados de recibirlo, pero que haya discordia y división
no beneficia al premio ni a sus patrocinadores ni, por supuesto, a la monarquía,
que no pasa por su mejor momento. Dicen algunas encuestas que ahora mismo en España
hay mayoría a favor de prescindir de ella e instaurar un régimen republicano. Es
de suponer que entre los sanitarios españoles también habrá unos a favor de la
monarquía y otros a favor de la república. En esas condiciones, es muy probable
que fuera más prudente por parte de la Fundación Princesa de Asturias y de la
Casa Real no hacer ruido y no dar premios que vayan a sembrar la trifulca. Resulta
más adecuado otorgar galardones como el de las Artes recién anunciado, a Ennio
Morricone y John Williams, más que merecido y que nadie va a criticar.
Ayer,
en una reunión de escritores, en una terraza y con unas cañas de por medio, para
resolver los problemas del mundo (¿han notado ya la mejoría?) comprobé que la
mía no es una opinión aislada, que hay mucha gente que la comparte. En la Casa de
su Majestad el Rey (Casa Real más popularmente) hay un topo republicano que
conspira hace años para acabar con la monarquía desde dentro. Y lo hace con
gran éxito. No puede tener otra explicación la cantidad de despropósitos que
han tenido como protagonistas a los miembros de la real familia en las últimas
décadas, desde las aventuras de los reales yernos hasta los manejos financieros
y de alcoba del rey emérito. La popularidad de la monarquía ha caído tanto que
hace años que el Centro de Investigaciones Sociológicas, CIS para los amigos,
se cuida mucho de preguntar por ella. ¿Quién es el topo? Ayer señalamos a varios
sospechosos. Puede ser alguno de esos altos funcionarios que, oficialmente,
trabajan para el rey, el jefe de su Casa, el secretario general, el jefe del
cuarto militar, el jefe de Protocolo, el director de Comunicación, todos ellos
tan aparentemente fuera de sospecha como, en su día, Kim Philby, Günter
Guillaume o Bill Haydon. Pero podría ser la mismísima reina Letizia, muy poco
monárquica cuando era una simple periodista, y que muy hábilmente podría haber
engañado a todo el mundo, empezando por el entonces príncipe y ahora rey, para infiltrarse
dentro de la familia real y poder hacer una labor de zapa similar a la que
hizo Maria Antonieta con la monarquía francesa. Incluso, hemos barajado esta
posibilidad que no es irrazonable, el topo puede ser el propio rey Felipe, más
que harto del papel que le ha tocado desempeñar solo por haber nacido en la familia
que le cayó en suerte, y que quiere jubilarse mucho más joven que su padre y en
mejores condiciones. Todo podría ser.
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