La gente piensa que los parlamentarios, de cualquier Parlamento, básicamente se dedican a hacer el vago. Los ven por la tele sentados en sus hemiciclos, aparentemente, sin hacer nada útil. La realidad es un poco más compleja. El trabajo parlamentario no consiste solamente en ir a las sesiones plenarias; esa es una parte mínima. La mayor parte del trabajo se hace en el despacho y no se ve; hay que leer muchos documentos, redactar muchas iniciativas escritas, estar al tanto de todo lo que pasa, reunirse con ciudadanos y colectivos de lo más diverso que vienen a contar sus problemas y propuestas, ir a visitar a otros, coordinarse con el resto del grupo, negociar con los demás partidos... Por otro lado, en un Parlamento sucede lo mismo que en cualquier otro centro de trabajo, según me dice mi experiencia de unos cuantos años y en unos cuantos sitios. En todas partes (incluso en esa cámara tan inútil como es el Senado) hay gente que trabaja mucho, hay otra que trabaja lo mínimo, y hay otros que se dedican solamente a mirar, cuando no a molestar. Hay que desterrar esa idea de que los políticos son mejores (como dice la propaganda) o son peores (como dicen todos los populismos que en el mundo han sido) que el común de los mortales. Los políticos suelen ser gente bastante vulgar, con las mismas virtudes y los mismos defectos que la mayoría de la población. Así que, efectivamente, hay demasiados políticos vagos y con la cara de hormigón armado que se dedican a escaquearse y a disfrutar de los privilegios del escaño. Pero hay otros que con mucho esfuerzo y dedicación sacan adelante el trabajo. En particular, en los grupos pequeños no hay forma de escaquearse, se trabaja mucho. Habitualmente, al menos esa fue mi experiencia, eres el único miembro de tu grupo en todas las comisiones y ponencias de las que formas parte, así que forzosamente eres el portavoz, te tienes que estudiar todos los asuntos porque tienes que intervenir en todos los debates sin hacer demasiado el ridículo. En los grupos grandes el trabajo lo hacen unos pocos, los que actúan de portavoz en el Pleno o en las comisiones, y otros se pueden permitir el lujo de sestear o atender sus negocios.
Esta vez, al revés que en mi época de concejal, me tocó estar en la oposición, y además en la oposición a un Gobierno que disponía de mayoría absoluta, lo cual no es muy agradable porque tienes todas las votaciones perdidas. No solo eso, es que no te hacen ningún caso. Aunque Parlamento viene de hablar, se suele hablar principalmente a través de monólogos. Apenas se escucha a otros, lo importante es que la tele te recoja el discurso. Se me quedó grabada la contestación que recibí, en un debate de Presupuestos en comisión, del portavoz del grupo que gobernaba: "Esta enmienda no la entiendo, pero por si acaso vamos a votar en contra". No merecía la pena ni el esfuerzo de pedirme que se la explicara.
Pero vamos a quedarnos con lo positivo. Conoces gente (alguna estupenda, otra repulsiva) y conoces sitios. Y conoces Navarra en fiestas. Como parte de las funciones del cargo, los meses de agosto y septiembre tienes que ir a unos cuantos chupinazos, procesiones y comidas de confraternización, hay que hacer la ruta de las fiestas patronales y quedar bien con tus alcaldes, tus concejales y tus votantes, y no dejar que las fotos de políticos en fiestas las acaparen los demás partidos. En las fotos parece que te lo estás pasando en grande, pero, al menos yo, la mayor parte del tiempo miraba con disimulo el reloj calculando cuándo sería la hora de poder improvisar alguna cortés disculpa para despedirme de los anfitriones sin quedar muy mal. Y también ves cómo se hacen las leyes, lo cual para un jurista es muy interesante. Compruebas que es verdad esa frase que se atribuye a Bismarck (y que, como tantas frases célebres, es apócrifa, en realidad es de un abogado y escritor norteamericano, John Godfrey Saxe): los ciudadanos viven mucho más tranquilos si no saben como se hacen las leyes ni las salchichas.
Después de cuatro años de ver cómo se hacen las leyes, regresé a mi trabajo de aplicarlas. Y me he tenido que comer alguna salchicha que yo mismo contribuí a fabricar.
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