jueves, 12 de noviembre de 2020

Día menos cuatro

Mi último destino en la Administración, durante 14 años, ha sido el Tribunal Administrativo de Navarra, TAN para los amigos. Es un órgano singular, una peculiaridad foral que no existe fuera de Navarra, que se dedica a resolver recursos contra los actos de las entidades locales. Poco conocido por la población en general, cuando me preguntan que dónde trabajo sé que voy a tener que dedicar un rato a explicarlo. Los periodistas tampoco se aclaran mucho, lo confunden con un órgano judicial, cuando es un órgano administrativo dependiente del Gobierno de Navarra (pero independiente, sí, de verdad, los políticos no llaman para influir), o con otros órganos con nombres similares, el Tribunal Económico Administrativo Foral de Navarra (son vecinos, compartimos la misma entreplanta de oficinas, pared con pared) y el Tribunal Administrativo de Contratos Públicos de Navarra.

Llegué al TAN a través de un concurso de ascenso de categoría, se llama así pero en realidad es un concurso-oposición porque lleva un examen práctico escrito. Me pareció un buen destino porque, pasada la juventud, uno aprecia un lugar tranquilo para trabajar. Dejé de viajar a Beriáin, la sede del TAN está a menos de diez minutos de mi casa a pie. Tiene horarios regulares, casi nunca hay que hacer horas extras, ni trabajar en fines de semana, ni viajar. Hay pocas reuniones y uno se puede coger vacaciones cuando le venga bien, porque los expedientes quedan sobre la mesa sin quejarse y esperan a que uno vuelva. Hay un plazo de seis meses para resolver, que me parece excesivo para el ciudadano, pero resulta muy cómodo para quienes tenemos que resolver sin prisa. La mayor parte del trabajo se hace en la soledad y tranquilidad del despacho; desde marzo, en la comodidad de mi propia casa y en zapatillas gracias al teletrabajo.

Alguna pega tiene, aparte de que hay que trabajar. Dedicarse al control de legalidad de la actuación de las entidades locales resulta un poco frustrante en un país, el de la literatura picaresca, donde se aprecia tan poco la legalidad. Los ciudadanos en general, pero también los gobernantes y muchos funcionarios, ven la ley como una pejiguera, una molestia, un obstáculo a sortear como sea. Así que su infracción es frecuente y tolerada. Solo una pequeña parte de las infracciones son objeto de algún recurso, ante el TAN o ante los órganos judiciales, y muchas veces, para cuando se resuelve, el daño ya está hecho y tiene mal remedio.

Como ya llevo unos años, he visto un poco de todo. También una época, la primera que pasé en el TAN, donde había un número elevadísimo de recursos, tardábamos años en resolver. Afortunadamente, conseguimos hacer descender las montañas de expedientes, nos ayudó que bajaron el número de recursos por diversas razones jurídicas y económicas, y ahora se llevan más o menos al día.

Pese a haber desempeñado puestos, funcionariales y políticos, con mando en plaza, es el TAN donde más sensación de poder he tenido. Tenemos la facultad de anular acuerdos de un pleno municipal o resoluciones de un alcalde. Solo motivadamente y porque hay una infracción legal, claro, no porque nos dé la gana. Un gran poder lleva consigo una gran responsabilidad, como decía Spiderman. Y cualquier poder tiene que estar limitado y controlado, para evitar el abuso. El TAN controla a las entidades locales, pero luego los jueces de lo contencioso-administrativo controlan las resoluciones del TAN y pueden anularlas si no se ajustan a derecho; y a los jueces les controlan otros jueces que pueden corregir sus sentencias.

Cuando llegué al TAN quise saber dónde me había metido, así que busqué bibliografía. Descubrí que había muy poca, y me puse a escribir un libro sobre su historia, organización y funciones, fue publicado por el Gobierno de Navarra. Se puede consultar, gratis y al instante, aquí:

https://drive.google.com/file/d/1JSsfVjw-S54ctFQNtkVwoGhkwGK0EZWX/view?usp=sharing


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