Siempre me ha gustado escribir, así que, en paralelo a mis otras actividades profesionales, siempre he escrito. En el colegio solía tener buena nota en redacción. Cuando estudiaba la carrera de derecho solía pasar los apuntes que tomaba en clase a máquina, y si algunos compañeros me los pedían para fotocopiarlos se los prestaba. En una ocasión toda la clase estudiaba con mis apuntes, y el profesor acabó pidiendo una copia. Algo parecido pasó con los apuntes que compuse, con otros colegas, para preparar la oposición, estuvieron en uso durante varios años.
Mi primer escrito serio fue mi tesis doctoral; para redactarla me compré mi primer ordenador, un aparato hoy ya prehistórico. Luego seguí escribiendo otras cosas, igualmente relacionadas con mis ocupaciones profesionales en el campo del derecho y la política, y que tuve la suerte de poder publicar: Hablando sobre la autodeterminación (1999), Navarra como problema. Nación y nacionalismo en Navarra (2001), El Tribunal Administrativo de Navarra (2004), Derecho Parlamentario de Navarra (2009), El régimen jurídico de los símbolos de Navarra (2011, Premio Martín de Azpilicueta), El régimen lingüístico de la Comunidad
Foral de Navarra (2013). Y también un puñado de artículos en revistas jurídicas, o capítulos en libros colectivos. Y muchos artículos de opinión en la prensa.
Mientras cultivaba el ensayo, siempre pensé en escribir también alguna novela. Hace unos veinte años comencé a escribir una. Solo llegué a la mitad antes de quedarme varado. Nunca la voy a terminar, pero no fue un fracaso, sino una experiencia. Aprendí que, yo al menos (hay escritores que no), necesito saber cómo va a acabar la historia antes de empezar a escribirla. Soy un escritor de mapa. Necesito planificar, como he hecho siempre al escribir ensayo. Tiempo después inicié otra novela, después de haberla tenido mucho tiempo en la cabeza, esta sí la terminé: El asesinato de Caravinagre (2014). Descubrí que es mucho más complicado publicar una novela que un ensayo, son mundos que apenas tienen nada que ver. Logré publicar una edición pequeña en una editorial muy modesta. Pero fue un inicio. A partir de que publiqué mi primera novela, empezaron a presentarme como escritor. Llevaba un cuarto de siglo escribiendo y publicando, tenía unos cuantos libros publicados, pero parece que hasta entonces no era escritor, solo un pesado que escribía sobre temas áridos, poco interesantes para la mayoría de la población, al que nadie leía. Se suele entender que ser escritor es escribir novelas, o poemas, cuando, en realidad, ha habido ilustres ensayistas que han recibido el Premio Nobel de Literatura: Mommsen, Eucken, Bergson, Churchill, Russell, Camus.
Mi segunda novela, El crimen del sistema métrico decimal (2017) fue finalista del Premio Fernando Lara de Novela. Ser finalista en un premio importante sirve para decir que has sido finalista en un premio importante. La editorial que lo convoca no te publica, ni te empiezan a llamar las agencias literarias ni las editoriales. Tocando unas cuantas puertas y recibiendo unos cuantos rechazos (consuela a todos los escritores saber que muchas obras que han triunfado y devenido clásicas también fueron inicialmente rechazadas) conseguí que me la publicara una editorial un poco menos modesta que la anterior. También me publicó mi tercera novela, El rey de Andorra (2018). De momento he aparcado el sueño de vender cientos de miles de ejemplares de mis obras, he aprendido que el mercado editorial está muy complicado y que publicar y vender unos cientos de ejemplares ya es un éxito. Vender unos pocos miles ya es un triunfo apoteósico. Mi último libro publicado ha sido de nuevo un ensayo, un ensayo histórico-festivo, así lo llamo para quitarle aridez, Hemingway en los sanfermines (2019). Esperaba que los guiris que vienen a los sanfermines compraran ejemplares masivamente, pero resulta que justo este año no ha habido fiestas a causa de la COVID-19. Habrá que esperar un poco más. La pandemia nos ha complicado mucho la vida, en general, y también en cuanto a la industria del libro. No hubo Día del Libro, no hubo ferias del libro, han caído las ventas... Muy mal año para publicar nada. Tengo dos novelas a la espera de poder publicar. Espero conseguirlo con ayuda de mi agente. Desde hace poquito tengo agente, gracias a que se ha instalado la primera agencia literaria en Navarra. Con ella espero llegar, ahora sí, a vender cientos de miles de libros. En cuanto logre dejar el vicio de trabajar, que me queda poco, me dedicaré más intensamente a la literatura.
Hoy es mi penúltimo día de trabajo. Mañana empiezo mis últimas vacaciones, me quedan días este año que no he tenido ocasión de disfrutar por la pandemia. Las pasaré en casa, claro, semiconfinado como todo el mundo, qué remedio. El 27 de noviembre será mi último día de trabajo, y en diciembre iniciaré un permiso sin sueldo de seis meses, antesala de mi jubilación. Ya falta menos.