«Salta
a los ojos de todos, en primer lugar, que en nuestros tiempos no sólo
se acumulan riquezas, sino que también se acumula una descomunal y
tiránica potencia económica en manos de unos pocos, que la mayor parte
de las veces no son dueños, sino sólo custodios y administradores de
una riqueza en depósito, que ellos manejan a su voluntad y arbitrio.
Dominio ejercido de la manera más tiránica por aquellos
que, teniendo en sus manos el dinero y dominando sobre él, se apoderan
también de las finanzas y señorean sobre el crédito, y por esta razón
administran, diríase, la sangre de que vive toda la economía y tienen
en sus manos así como el alma de la misma, de tal modo que nadie puede
ni aun respirar contra su voluntad.
Esta acumulación de poder y de recursos, nota casi
característica de la economía contemporánea, es el fruto natural de la
limitada libertad de los competidores, de la que han sobrevivido sólo
los más poderosos, lo que con frecuencia es tanto como decir los más
violentos y los más desprovistos de conciencia.
Tal acumulación de riquezas y de poder origina, a su
vez, tres tipos de lucha: se lucha en primer lugar por la hegemonía
económica; se entabla luego el rudo combate para adueñarse del poder
público, para poder abusar de su influencia y autoridad en los
conflictos económicos; finalmente, pugnan entre sí los diferentes
Estados, ya porque las naciones emplean su fuerza y su política para
promover cada cual los intereses económicos de sus súbditos, ya porque
tratan de dirimir las controversias políticas surgidas entre las
naciones, recurriendo a su poderío y recursos económicos.
Ultimas consecuencias del espíritu individualista en economía, (...)
son esas que vosotros mismos no sólo estáis viendo, sino también
padeciendo: la libre concurrencia se ha destruido a sí misma; la
dictadura económica se ha adueñado del mercado libre; por consiguiente,
al deseo de lucro ha sucedido la desenfrenada ambición de poderío; la
economía toda se ha hecho horrendamente dura, cruel, atroz.
A esto se añaden los daños gravísimos que han surgido de
la deplorable mezcla y confusión entre las atribuciones y cargas del
Estado y las de la economía, entre los cuales daños, uno de los más
graves, se halla una cierta caída del prestigio del Estado, que, libre
de todo interés de partes y atento exclusivamente al bien común a la
justicia debería ocupar el elevado puesto de rector y supremo árbitro
de las cosas; se hace, por el contrario, esclavo, entregado y vendido a
la pasión y a las ambiciones humanas.
Por lo que atañe a las naciones en sus relaciones
mutuas, de una misma fuente manan dos ríos diversos: por un lado, el
"nacionalismo" o también el "imperialismo económico"; del otro, el no
menos funesto y execrable "internacionalismo" o "imperialismo"
internacional del dinero, para el cual, donde el bien, allí la patria».
¿De quién es este texto? Suena a Marx, suena a Bakunin,
pero también a Chomsky, ATTAC o el 15-M, en todo caso en estos tiempos
suena a extremismo y radicalismo de izquierdas. Suena en todo caso a una
descripción de la crisis económica iniciada en 2007.
Pero es simplemente una cita de la encíclica
Quadragesimo Anno publicada por el papa Pío XI en 1931 y que describe la
situación derivada de la crisis de 1929. ¿La habrán leído esos ilustres políticos que pertenecen a partidos de supuesta inspiración cristiana pero que el único evangelio que predican es el neoliberal? ¿Lo habrán leído Pablo Casado o Santiago Abascal?
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