domingo, 24 de octubre de 2021

El desastre contagioso

Parece que los desastres son contagiosos. Es la sensación que tengo con el asunto de la condena del diputado, o exdiputado, Alberto Rodríguez. Cada nuevo paso supone el inexorable cumplimiento de ese añadido a la ley de Murphy de que todo lo malo es susceptible de empeorar. 

La sentencia condenatoria ya resulta un despropósito, una de esas condenas que contribuyen al desprestigio de la Justicia en nuestro país, desprestigio del que suelen sorprenderse y quejarse los propios jueces, al menos los que mandan, demostrando que viven en una realidad paralela a la de la mayoría de la población. Las pruebas aportadas para desvirtuar la presunción de inocencia tienen toda la apariencia de carecer del mínimo peso exigible, como ponen de relieve los dos magistrados que firman un voto particular. Por cierto, ya resulta curioso que se pueda dictar una condena con votos particulares poniendo en duda que se hayan acreditado los hechos. En los procesos con jurado de los Estados Unidos, esos que conocemos tan bien gracias al cine y a la televisión, se exige unanimidad para condenar. Eso resulta bastante coherente con aquello de "más allá de toda duda razonable", que en nuestra cultura jurídica lo traducimos con un latinajo: in dubio pro reo. Si uno solo de los jurados no está seguro de la culpabilidad, es obvio que hay una duda que debe favorecer al acusado. En España los jurados no funcionan con la regla de la unanimidad, sino de la mayoría; y lo mismo los órganos judiciales, como en este caso. Si dos de los siete magistrados de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo dicen que "la prueba practicada en el acto del plenario, válidamente obtenida y desarrollada con inobjetable regularidad, está en cambio muy lejos de resultar suficiente para enervar las exigencias que resultan del derecho fundamental a la presunción de inocencia", uno diría que en el órgano que debe decidir se alberga la duda. Pero dura lex, sed lex, la norma de la mayoría es implacable, si la mayoría está segura, no cabe la menor duda.

El despropósito se multiplica cuando algunos partidos políticos y algunos medios de comunicación exigen que se aplique al condenado una pena que no aparece en la sentencia: que sea privado de su escaño de diputado. Uno ha leído con atención la sentencia y no ha conseguido encontrar la condena a la pena de inhabilitación para cargo público que se le pretende aplicar. Sí aparece "la accesoria de inhabilitación especial para el derecho de sufragio pasivo durante el tiempo de la condena", que es una pena distinta, como se deduce de la simple lectura de los arts. 42 y 44 del Código Penal.

Sigue empeorando la cosa cuando el presidente de la Sala de lo Penal se dirige a la presidenta del Congreso para que remita un informe sobre la fecha del inicio de cumplimiento de la pena de inhabilitación especial para el derecho de sufragio pasivo impuesta. Sorprende que se espere un informe del Congreso, cuando quien debiera controlar la inhabilitación del derecho de sufragio pasivo, es decir, que el diputado no pueda presentarse como candidato en ningún proceso electoral, lo debiera hace la correspondiente Junta Electoral, si se convocaran elecciones. Por alguna extraña razón, todo el mundo entiende que se está pidiendo a la presidenta del Congreso que prive al diputado de su escaño; una pretensión sin fundamento. Los letrados del Congreso emiten un informe en tal sentido, señalando que no procede la privación del escaño, y así lo acuerda la Mesa del Congreso.

La presidenta del Congreso se podría haber limitado a responder al presidente de la Sala de lo Penal adjuntando el informe de los letrados y diciendo que no le correspondía adoptar ninguna medida de ejecución de las penas impuestas al diputado; ni cobrarle la multa ni inadmitir su candidatura en algún proceso electoral. Nadie podría condenarle por prevaricación contando con un informe jurídico y un acuerdo de la Mesa. Pero, por alguna razón, quizás porque ha leído demasiado la prensa y poco la sentencia, la presidenta decide preguntar a la Sala "si debe procederse, como medida de cumplimiento, a declarar la pérdida de la condición de diputado del Sr. Rodríguez". El presidente de la Sala le responde, con toda razón, no sé si con toda oportunidad, que la ley "no incluye entre las funciones del Tribunal Supremo la de asesorar a otros órganos constitucionales acerca de los términos de ejecución de una sentencia ya firme"; no obstante, le aclarar que se debe "mantener la vigencia de la inhabilitación especial para el ejercicio del derecho de sufragio pasivo". Nada le dice sobre que deba privarse de su escaño al diputado, pena que no solo no aparece mencionada en la sentencia sino tampoco en la comunicación del presidente de la Sala. Los medios de comunicación deben de leer otro escrito distinto del que he leído yo porque sacan titulares como este: "El Supremo contesta a Batet que Alberto Rodríguez debe dejar el Congreso".

La presidenta decide dar un paso más hacia el esperpento total. La sentencia no lo exige, el presidente de la Sala de lo Penal no se lo pide, el informe de los letrados le dice que no procede, pero la presidenta del Congreso decide privar al diputado de su escaño. Con dos cojones, por decirlo finamente, o quizás acojonada por la presión mediática y política.

El despropósito se sigue contagiando. La ministra de Derechos Sociales acusa de prevaricación a la presidenta del Congreso en Twitter. "Fuentes" de Unidas Podemos anuncian que pondrán una querella contra la presidenta del Congreso por prevaricación; el portavoz del grupo parlamentario dice que será el diputado Alberto Rodríguez quien pondrá la querella. El interesado no dice nada de interponer ninguna querella, sino que se da de baja de Podemos. Algún periodista dice que no sabía nada de la querella, como la mayor parte de los diputados y dirigentes de Unidas Podemos.

Me parece errónea, improcedente y hasta infantil esa reacción. Nadie, menos una ministra, debiera hacer acusaciones públicas de prevaricación ni de ningún delito. Si tiene pruebas de la comisión de un delito, se aportan con la correspondiente denuncia o querella en la fiscalía o el juzgado de guardia; la práctica tan habitual de introducir ese tipo de acusaciones en el debate político es nefasta. Anunciar una querella por prevaricación en este caso es ingenuo e ineficaz. Probar la prevaricación resulta siempre muy difícil. Si se interpone una querella contra la presidenta del Congreso, acabará en la misma Sala de lo Penal del Tribunal Supremo donde se ha iniciado este culebrón, así que podemos esperar cualquier cosa. 

Lo que debieran anunciar Unidas Podemos o Alberto Rodríguez son los correspondientes recursos, primero, ante el Congreso y, luego, ante el Tribunal Constitucional. Órgano este que ofrece "tanta" confianza como el Tribunal Supremo, pero que es la antesala del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo, en el que se puede confiar un poco más. Cierto es que en estos casos, como le sucedió a Juan María Atutxa en un entuerto similar, tarda muchos años en sentenciar, y la justicia tardía es tardía pero no es justicia. Pero es lo que hay. Mientras tanto, pienso que Unidas Podemos o, más bien, los candidatos de la lista por la que salió elegido Alberto Rodríguez, debieran negarse a suplirle y dejar el escaño vacío. Nuestro Estado de Derecho cada vez más está hecho unos zorros, pero la lucha por el Estado de Derecho hay que darla desde dentro, utilizando los instrumentos que existen, y con inteligencia.

Pero, en fin, esto no ha acabado, así que estemos preparados para más chandríos...










jueves, 6 de mayo de 2021

Independencia

No soy nacionalista... Vale, ya sé que esto suena como lo de "no soy machista, pero...", o lo de "no soy racista, pero...". Hay muchos que dicen que no son nacionalistas, y en cuanto exponen sus ideas resulta que no son nacionalistas del nacionalismo que abominan, pero es que son de otro nacionalismo rival. Así que empezaré de nuevo. No creo en la nación, al menos en la nación en la que creen los nacionalistas: una comunidad creada por Dios o por la Historia con vocación de eternidad, una unidad de destino indisoluble, con derechos inalienables a la independencia y a la soberanía, dotada de una identidad nacional, una lengua nacional, un carácter nacional y una gastronomía nacional. No creo en el patriotismo, me parece que en sus formas mas habituales es, como dijo Bertrand Russell, una peligrosa enfermedad. No creo en el principio de las nacionalidades, sí en el de autodeterminación de cualquier comunidad, no de las naciones, también de la Maragatería o de las Alpujarras sin necesidad de que reclamen ser naciones. No creo en la independencia, todos somos interdependientes, ni en la soberanía, si hubiera un poder soberano, por encima de todos los demás poderes, habría que luchar por aniquilarlo. Creo que el poder hay que compartirlo, limitarlo, dividirlo y controlarlo, la soberanía lleva al despotismo, sea el de un monarca soberano o el de una comunidad soberana. Sé que todo esto son mitos políticos que han tenido mucho éxito porque tienen su utilidad, y que la siguen teniendo, por eso están tan difundidos y arraigados. Pero, repito, no creo en ninguno de ellos, es decir, creo que son nocivos y peligrosos y que hay que luchar porque desaparezcan. Sí creo en los estados-nación, unos artefactos que suelen tener fecha de invención y de caducidad, que no son irrompibles, hay que admitir que se pueden trocear, que son útiles siempre que no se confundan con una nación.

Dicho lo cual, excepcionalmente estoy a favor de dos independencias, de que dos porciones de sendos estados-nación se separen de ellos, no en nombre de los derechos nacionales, sino por meras razones prácticas.

En primer lugar, apoyo la independencia de Escocia. Creo que a los escoceses les estafaron. En el último referéndum de independencia les convencieron de que era un mal negocio separarse del Reino Unido porque ello conllevaría salirse de la Unión Europea. Así que se quedaron en el Reino Unido, para que poco tiempo después la mayoría de ingleses y galeses (los escoceses, norirlandeses y gibraltareños votaron en contra) decidieran la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Me parece razonable que haya una segunda ronda, que los escoceses puedan decidir abandonar el Reino Unido y regresar a la Unión Europea, de donde no debieron salir por una decisión nacionalista e infantil.

En segundo lugar, apoyo la independencia de la Comunidad de Madrid. Sí, incluso aunque los madrileños no parece que se la estén planteando, pero es en defensa propia del resto de España. Llevamos varias décadas en que la descentralización política que suponía el Estado de las autonomías ha sido anulada por una centralización económica donde Madrid va vaciando de habitantes y recursos a buena parte del resto de España. Gracias a un sistemático dumping fiscal va acumulando empresas, actividad, inversiones, a costa de los demás. La puntilla son las últimas elecciones. La mayoría de los madrileños han caído en el más perverso trumpismo, ahora que en los Estados Unidos están saliendo de él, un trumpismo castizo aún más ridículo que el original. Votan a una presidenta cuya indigencia intelectual es notoria y que como programa ha presentado la defensa de una identidad madrileña supuestamente consistente en una acracia reaccionaria donde la presidenta puede hacer lo que le dé la gana (supongo que los casi doscientos mil empleados a sus órdenes no participarán del mismo principio) y donde vivir en una ciudad tan inhóspita para quien no tiene dinero se compensa con el poder tomar cañas en las terrazas después de salir de un trabajo de mierda y antes de volver a una vivienda que no se puede pagar si también se quiere comer. Con ese voto la mayoría de los electores muestran ser tan irresponsables y peligrosos como sus dirigentes. Así que propongo que Madrid se independice de España. Que se vayan. Si quieren, como Madrid es España dentro de España, que se queden con el nombre, y con la bandera, y con el rey. Sobre todo con el rey. El resto de España ya nos buscaremos otro trapo de colores, otro jefe del Estado y otro nombre. Y si los madrileños no se quieren ir, vámonos los demás, que el resto de España se independice de Madrid. Vale, tampoco quiero castigar a todos los madrileños. Algunos están tan horrorizados como yo. Vamos a buscar una solución de compromiso, una partición, como las que hicieron los británicos en Irlanda o en la India. Que se vengan con el resto de España los de Vallecas, los de Rivas o los de Getafe, si no quieren irse con los de Salamanca, Retiro, Chamartín, Pozuelo o Las Rozas.