A algunos ha provocado sorpresa y escándalo que Carles Puigdemont, líder de Junts per Catalunya, y Juan Carlos Girauta, portavoz de Ciudadanos en el Congreso, hayan coincidido en sendos tuits en alabar y celebrar el 70 aniversario de la proclamación del Estado de Israel. Aparentemente, no caben dos formaciones políticas más contrapuestas y enfrentadas que las dos que representan los susodichos.
Pero la cosa tiene bastante lógica. Todo nacionalismo necesita de otro u otros nacionalismos opuestos a los que combatir y con cuyo discurso se retroalimenta. Pero, en el fondo, nada más parecido a un nacionalismo que otro nacionalismo, aunque sea su enemigo. Comparten las creencias básicas: la nación (aunque no sea la misma y, por ello, o se impone una o se impone la otra), la soberanía, la unidad de destino, de cultura, de lengua. El nacionalismo catalán de JxCat y el nacionalismo español de Cs se necesitan y comparten más de lo que suponen. Incluyendo sus simpatías por el sionismo, en lo que coinciden con muchos otros nacionalismos.
El historiador británico Adrian Hastings (La construcción de las nacionalidades. Etnicidad, religión y nacionalismo, 2000) ya explicó que la teoría del nacionalismo se elabora en el Occidente cristiano tomando como ejemplo al pueblo israelita del Antiguo Testamento, "un modelo evolucionado de lo que significa ser una nación: una unidad de personas, idioma, religión, territorio y gobierno". El modelo de nación que ofrece la Biblia se difunde gracias a sus traducciones, ya que el cristianismo, careciendo de una lengua sagrada, vierte las Escrituras primero del hebreo y arameo al griego, luego al latín, y después, sobre todo tras la Reforma protestante, a todas las lenguas vernáculas. Cada nación -a quien Dios, como en el suceso de Pentecostés, habla en su propia lengua- se identifica a sí misma como el pueblo elegido e interpreta su pasado como una historia de salvación. Las iglesias estatales autocefálicas y el clero, depositario de la cultura y difusor de las traducciones de la Biblia, son factores decisivos en la Edad Moderna para la creación de las identidades colectivas que desembocarán en los diversos nacionalismos de los siglos XIX y XX.
Curiosamente, esas ideas nacionalistas inspiradas por el pueblo judío de la Antiguedad bíblica son recogidas también por la comunidad judía de fines del siglo XIX, una comunidad que
presenta la particularidad de no estar asentada en un país determinado
sino enormemente dispersa por todo el mundo y, por eso, una de sus
principales preocupaciones será disponer de un territorio propio sobre
el que edificar su nación soberana. No extraña que optara por la
reconquista de la misma Tierra Prometida del Antiguo Testamento, Palestina... pasando
por alto el pequeño detalle de que esa tierra había tenido durante
siglos –además de una pequeña minoría judía- otros habitantes: los
palestinos.
El sionismo tiene como fin último constituir una comunidad política ligada por lazos de sangre –los descendientes de las doce tribus de Israel-, religión y lengua, pura, exclusiva y excluyente, un "nosotros" que oponer a los "otros", los árabes, los gentiles, los extraños, los filisteos; un "nosotros" poseedor de la verdad y de la razón al ser el pueblo elegido. Un grupo humano que por haber sido víctima de innumerables abusos a lo largo de la historia hace del victimismo –derivar de su sufrimiento pasado supuestos derechos que esgrimir en contra del resto del mundo- una de sus armas preferidas, hasta el punto de poder convertirse también en verdugo y opresor sin el más mínimo remordimiento. El sionismo aprovechó la coyuntura favorable que se presenta al finalizar la IIª Guerra Mundial, los horrores del Holocausto y el deseo de los vencedores de deshacerse del problema de los refugiados judíos, para realizar su proyecto.
Algunos nacionalismos del siglo XXI ya no necesitan inspirarse en el pueblo judío de tiempos bíblicos; se inspiran en el nacionalismo sionista, un nacionalismo moderno y triunfante. Y que muestra la peor cara de los nacionalismos.
Fotografía: AFP. Manifestación de palestinos en la frontera de Gaza, reprimida por las tropas israelíes.