Las
medallas y otros premios honoríficos que conceden las instituciones, públicas o
privadas, suelen ser utilizadas muy habitualmente para recompensar a “uno de
los nuestros” de los otorgantes. El galardón, de alguna manera, se concede ad maiorem gloriam de los intereses de
quien lo concede. Pero es lógico. A la hora de encontrar méritos relevantes que
merezcan ser reconocidos cada cual suele encontrarlos entre los suyos, los que
comparten valores, principios, visión de la realidad y proyectos. A los que no
son de los nuestros les encontramos principalmente deméritos.
Esto
ha venido siendo así, entre otros muchos casos, con la Medalla de Oro de Navarra.
El ejecutivo foral de turno, primero la Diputación Foral
y luego el Gobierno de Navarra, la ha venido concediendo a personas próximas en
lo ideológico o, cuando menos, no contrarias a las ideas de quienes mandaban.
La primera se concedió a Franco en 1974, al tiempo que se le nombraba hijo
adoptivo de Navarra, por la última corporación franquista. Luego se ha ido
premiando por compromiso institucional (Juan Pablo II, Juan Carlos I, Juan de
Borbón, Jorge Oteiza, Volkswagen) y para reconocer méritos que encajaban bien,
sobre todo, en el imaginario fuerista-conservador propio de UPN que ha
gobernado durante más años y ha concedido la mayoría de las medallas: Diario de
Navarra, Universidad de Navarra, Cáritas, misioneros navarros, víctimas del
terrorismo, empresarios y sindicatos, centros navarros en América, asociaciones
jacobeas, salesianos… Ojo, no digo que esas personas e instituciones no
merecieran el reconocimiento, simplemente que los criterios de selección
estaban claramente escorados. Por otro lado, la concesión de esta medalla se ha
aprovechado también para reconocer instituciones sin sesgo político que
cumplían aniversarios (el Orfeón Pamplonés, la UPNA, Donantes de Sangre, etc.) o personas
también políticamente neutras con méritos y proyección social indiscutibles
(Induráin, Hermoso de Mendoza, etc.).
El
cambio de 2015 supuso que el nuevo ejecutivo optara por reconocer a personas
más próximas al universo mental del nacionalismo vasco y que, en la época
anterior, difícilmente hubieran sido premiadas. José María Jimeno Jurío y Pedro
Miguel Echenique fueron galardonados los dos primeros años, también en ambos
casos personas con méritos sobrados. El problema ha surgido al tercer año,
cuando se ha concedido a título póstumo (muy, muy póstumo, hay que precisar) a Arturo
Campión, Hermilio de Olóriz y Julio Altadill, por su aportación a la historia,
la cultura y la identidad de la Comunidad Foral y, principalmente, por ser los diseñadores
de la bandera de Navarra. Sorprende lo tardío del reconocimiento. El diseño de
la bandera tuvo lugar hace 107 años. El último en fallecer de los tres,
Campión, lo hizo hace 80 años. Solo se explica la concesión de esta medalla si
se tiene en cuenta que los tres son ilustres figuras del fuerismo de
entresiglos, caracterizado por un vasquismo que entonces compartían la mayoría
de las fuerzas políticas navarras pero que luego fue rechazado por el
regionalismo navarrista y apropiado por el nacionalismo vasco. Tres “de los
nuestros”, podríamos decir. Y que diseñaran la bandera de Navarra tiene su
aquel. Ante el intento de apropiación de esta por el navarrismo, manifestación
de 3 de junio pasado, el ejecutivo foral quiere reclamar también su
participación no solo en la titularidad y el uso sino incluso en el origen del
símbolo. Envido más.
El
problema es que otras fuerzas políticas se dan cuenta de la jugada y echan un
órdago. No hay más que copiar el precedente de 2014. Entonces el ejecutivo
formado por UPN concedió la medalla a Félix Huarte Goñi y Miguel Javier
Urmeneta Ajarnaute, también a título muy póstumo, invocando el medio siglo
cumplido por el plan de industrialización de Navarra que promovieron. Creyeron
que la presencia de Urmeneta, un personaje muy atípico, voluntario requeté,
militar, expedicionario con la División Azul,
alcalde con el franquismo, demócrata en la Transición, bien
apreciado por el nacionalismo vasco por su vasquismo, justificaría el
reconocimiento a Félix Huarte, un personaje mucho más estrechamente vinculado
al franquismo. Tampoco coló la maniobra, el Parlamento de Navarra, con el voto
a favor de PSN, Bildu, NaBai, Geroa Bai e I-E, y el voto contrario de UPN y PPN,
se pronunció contra la concesión de la medalla. La mayoría de los grupos
contrarios a su concesión no asistieron al acto de entrega.
La
historia se repite ahora. El Parlamento de Navarra, con los votos de UPN, PSN,
PPN e I-E, rechaza la concesión de la medalla a Campión, Olóriz y Altadill, mientras
que Geroa Bai, Bildu y Podemos votan en contra. Los grupos contrarios a la
concesión anuncian que no irán al acto de entrega de la medalla.
En
ambas ocasiones, en 2014 y en 2017, se manejan criterios parecidos, aunque
curiosamente algunas fuerzas políticas en una ocasión defienden lo que en la
otra criticaron, y critican a los que ahora defienden lo que ellos mismos
hicieron. De fondo, el eterno tema de la historia. ¿Se pueden hacer juicios
sobre personas que vivieron hace muchos años, en otras circunstancias
históricas, desde el presente, desde otros parámetros políticos y sociales? La
respuesta, en mi opinión, es que se puede y se debe, pero que se debe hacer
desde la historia como disciplina científica, en un ámbito académico, con
rigor, con cuidado, con mesura, con desapasionamiento. No se debe hacer desde
la política. Desde la política no se hacen juicios históricos sino juicios
políticos que suelen ser siempre favorables a “los nuestros”. Les perdonamos
sus errores, incluso sus crímenes, atendiendo a que su época era así.
Ensalzamos sus aciertos, sus logros, sus enseñanzas, interpretándolas siempre
desde la perspectiva más favorable para los tiempos presentes. A “los otros”, a
los del enemigo, juzgamos de igual manera pero a la inversa. Destacamos sus
errores, que más que errores son crímenes, y minusvaloramos sus méritos. La
política es sectaria, sobre todo porque los seres humanos somos, en general,
muy sectarios.
Tanto
el ejecutivo de 2014 como el de 2017 se quejan de lo mismo. Que se manipula
políticamente la concesión de la medalla, que no se puede enjuiciar desde el
presente a los premiados. Obvian el hecho de que los primeros que han tratado
de utilizar la figura de los premiados han sido ellos, los concedentes de las
medallas. Han sido los primeros que han hecho un juicio desde el presente, favorable, por
supuesto. Luego se sorprenden de los efectos que tiene su decisión, debates
exagerados que no llevan a ninguna parte, manipulación de la historia, tiempo
dedicado a hablar del pasado cuando debiéramos estar hablando de los problemas
del presente. Y sí, bastante de ello hay, pero, como reza un aforismo jurídico,
quien es causa de la causa es causante del mal causado.
Mejor
que dejemos a los muertos en paz. Las medallas, los premios, los
reconocimientos, los elogios, mejor en vida.