Los que hemos conocido en años
pasados y de cerca, en nuestra vida cotidiana, la presencia del terrorismo
sabemos lo fácil –e injusta- que es la generalización. La violencia de ETA hacía
sospechoso de terrorista a cualquier vasco –incluido cualquier navarro, se
considerase a sí mismo vasco o no-. Proceder de alguna de las cuatro provincias
sospechosas era motivo, en el servicio militar, para quedar excluido de determinados
destinos que implicaran el manejo de explosivos o la adquisición de otras
habilidades igualmente peligrosas. Conducir por cualquier carretera española un
coche con matrícula de esas provincias era garantía de ser detenido en todos
los controles policiales y de ser sometido a los correspondientes
interrogatorios y registros. Por dejar aparcado durante dos días en Madrid mi
coche con matrícula de San Sebastián casi me lo vuelan los artificieros, me
libré al llegar a recogerlo justo cuando estaba rodeado por un cordón policial.
La identificación entre vascos y terroristas era moneda común entre los
extremistas de ambos lados. Una vez, sentado en una terraza en León, oí casualmente
una conversación donde un sujeto bramaba contra todos los vascos y proponía
barrerlos del mapa con una bomba atómica. Los etarras estaban encantados de que
se les tuviera por legítimos representantes de todo el pueblo vasco y estaban
empeñados en hablar como tales. ETA dejó de matar, afortunadamente, pero otros
siguen empeñados en hacerlo con mucha mayor ferocidad y esgrimiendo otros
motivos y sigue habiendo muchos aficionados a las generalizaciones más
simplistas. Todos los musulmanes son fanáticos, los musulmanes son violentos, los
musulmanes son terroristas. Los salvajes que entraron a tiros en la redacción
de Charlie Hedbo, igual que los que se inmolaron en las Torres Gemelas de Nueva
York o los que pusieron las bombas del 11-M en los trenes de Atocha, o tantos
otros, vienen a decir, no son sino ejemplo de cómo son todos los musulmanes.
Supongo que ante afirmaciones o insinuaciones como estas los terroristas
yihadistas estarán también encantados, viéndose reconocidos como los legítimos
representantes del verdadero Islam aunque los mil quinientos millones de
musulmanes que hay en el mundo ni los hayan elegido, ni los justifiquen, ni
compartan su fanatismo, ni suelan tener la costumbre de matar. Pero los
extremos, siempre, se tocan.
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