jueves, 25 de julio de 2024

DEL COHETE AL CHUPINAZO, ETIMOLOGÍA DE LA FIESTA

1924. Un empleado de la pirotécnica dispuesto a lanzar el primer cohete de las fiestas de San Fermín en la plaza del Castillo, el relatado por Ernest Hemingway: «El domingo 6 de julio al mediodía la fiesta estalló. No hay otra forma de describirlo». Autor desconocido. Archivo Municipal de Pamplona.

(Publicado en el especial de sanfermines de Diario de Noticias de 5 de julio de 2024).

El chupinazo, o el cohete, de ambas formas lo llamamos, en Pamplona va unido indisolublemente al inicio de las fiestas de San Fermín. Sin embargo, hasta el año 1900 el primer acto de las fiestas fue la Marcha a Vísperas en la tarde del día 6 de julio. Solía anunciarse así en el programa: «A las cuatro y media de la tarde el Excelentísimo Ayuntamiento, precedido de su comitiva de maceros, alguaciles, clarines y timbales, y de los gigantes y cabezudos con las músicas y dulzainas, se trasladará a la capilla de San Fermín, donde se cantarán solemnes vísperas».

El acta de la sesión del Pleno municipal celebrada el 4 de julio de 1901 recoge lo siguiente: «El Sr. [Teodosio] Sagüés dio cuenta de que la Comisión de Festejos había dispuesto que el día 6 se anunciara a la hora de las 12 con disparo de cohetes el comienzo de las fiestas, y se trató nuevamente de dirigir una excitación al vecindario para que adornara los balcones con colgaduras durante las fiestas, y el Sr. Alcalde ofreció publicarla en un bando invitando al vecindario a hacerlo así». Y, efectivamente, al día siguiente se publicó el bando invitando al vecindario a poner colgaduras en ventanas y balcones durante todas las fiestas, es decir, a partir de las doce del día 6; de esa época viene también la costumbre de engalanar con los reposteros la fachada de la Casa Consistorial durante todos los sanfermines. En años anteriores, se solía invitar a poner las colgaduras para la procesión de San Fermín. El Eco de Navarra de 7 de julio de 1901 contaba lo que sigue: «Como habíamos anunciado, ayer al mediodía quedaron inauguradas las fiestas de esta capital. Al sonar la última campanada de las doce, estalló en la Plaza del Castillo el primer chupinazo, al que siguieron otros, alternando con el disparo de voladores. Y fue cosa de ver la animación que de repente se produjo en dicha gran plaza». A partir de entonces se empezó a considerar que en ese momento quedaban iniciadas las fiestas, aunque hasta 1910 no se incluyó la «inauguración» en el programa oficial.

A principios del siglo XX era usual en la prensa navarra utilizar la palabra chupinazo como sinónimo de disparo de cohete o del propio cohete y, así, se habla lo mismo del «primer chupinazo» que del «primer cohete» de las fiestas, así como del chupinazo que da la señal de iniciar el encierro, de los chupinazos que reciben a Pablo Sarasate al llegar a Pamplona o de los chupinazos que se disparan con motivo de diversas festividades o acontecimientos a lo largo del año.

Hasta después de 1941 no aparece el primer cohete como acto diferenciado en el programa de las fiestas de San Fermín. Con anterioridad se aludía solo al disparo de chupinazos o disparo de cohetes «en distintos puntos de la población» a las doce del día 6 de julio, coincidiendo con el volteo de campanas y con la salida de las bandas de música por las calles de la ciudad. En la plaza del Castillo solía disparar los cohetes una empresa pirotécnica de las contratadas por el Ayuntamiento (muy frecuentemente la de Manuel Oroquieta) y se hizo habitual que se congregara cada vez más público y algunos personajes notables de la ciudad, no todavía ninguna autoridad (y así, en 1930, a la hora del cohete, todas las autoridades, incluido el ministro de Trabajo de visita en Pamplona, estaban en la Taconera celebrando el Homenaje a la Vejez). El acto fue cobrando solemnidad y en los años 30 Juan Echepare Aramendía, castizo estanquero y dirigente republicano, varias veces pidió a los operarios que le dejaran prender la mecha del primer cohete; en 1932 La Voz de Navarra así le retrata en la primera fotografía del chupinazo publicada en la prensa. Tras la guerra civil, en 1939, los periodistas Joaquín Ilundáin Tulie y José María Pérez Salazar («nuestros camaradas Jokintxo y Salazar», indicaba el diario falangista Arriba España) proponen al alcalde, Tomás Mata Lizaso, que preste mayor ceremonial al acto prendiendo el primer chupinazo; Mata declina la invitación pero sugiere a Ilundáin que lo dispare él mismo, cosa que hace ese año y los siguientes. En 1941, Ilundáin era teniente de alcalde y desempeñaba la alcaldía José Garrán Moso, se introduce un cambio importante. Señala el programa de fiestas de aquel año: «A las doce horas en punto se anunciará el comienzo de las fiestas con un repique general de campanas y el disparo de chupinazos desde la Casa del Ayuntarniento y otros puntos de la población». A partir de 1945 la referencia al disparo de «chupinazos» se sustituye por la de «un chupinazo».

1932. Juan Echepare Aramendía prendiendo el primer cohete de fiestas. Colección Zaragüeta. Museo de Navarra.

1939. Lanzamiento del chupinazo a cargo de Joaquín Ilundáin acompañado, detrás a su izquierda, de José M.ª Pérez Salazar. Zubieta y Retegui. Archivo Municipal de Pamplona.

Establecido oficialmente el acto del lanzamiento desde la Casa Consistorial y por el concejal que preside la comisión municipal de festejos, el programa de fiestas duda a lo largo de varias décadas sobre su exacta denominación. Unos años lo llama disparo del «cohete anunciador», las más veces disparo del «chupinazo» que inicia las fiestas. El redactor del programa de 1971 combina las dos denominaciones con gran precisión terminológica y señala que a las doce el presidente de la comisión «lanzará al espacio el primer cohete de las fiestas que con su CHUPINAZO anunciará el instante del comienzo de las mismas». Después de que en los dos años siguientes el programa hable del «cohete anunciador», el de 1974 vuelve a referirse al chupinazo anunciador del comienzo de las fiestas y, desde entonces, queda ya consagrado de forma inamovible el término. Tan consagrado que el DRAE, que en la 16ª edición de 1936 lo había incorporado como «disparo hecho con una especie de mortero en los fuegos artificiales, cuya carga son candelillas», desde su 21ª edición de 1992 da este significado a «chupinazo»: «Disparo hecho con un cohete que señala el comienzo de un festejo». Los demás cohetes, los que se lanzan durante el encierro o para festejar una victoria deportiva, ya no son chupinazos, son cohetes.

1960. Chupinazo iniciador de las fiestas de San Fermín. Autor desconocido. Archivo Municipal de Pamplona.

¿De dónde viene la palabra «chupinazo»? Sobre «cohete», término presente ya en el Tesoro de la Lengua Castellana o Española de Sebastián de Covarrubias (1611), y en todos los diccionarios de la RAE, hay menos discusión; parece proceder del catalán coet, y este del latín cauda, que significa cola. Pero el origen del término chupinazo, relativamente reciente, resulta algo más controvertido. ¿Viene del euskera, como creen muchos? Todo lo que se escribe con tx, como txupinazo, o pintxo, o txalupa, crea la apariencia de tener origen vascónico, aunque pincho en última instancia venga del latín punctus y chalupa del neerlandés sloep a través del francés chaloupe. En su declaración de 1993 sobre la grafía de apellidos de origen no vasco, Euskaltzaindia ya advertía sobre «la profusión de grafías pretendidamente vascas en nombres comunes que no pertenecen al acervo euskaldun, como kaña, intsumiso, txupinazo, etc.».

Chupinazo parece provenir del occitano topin, que significa olla de barro, y este probablemente viene del alemán antiguo topphin (hoy topf), como recoge el Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico de Joan Corominas. La influencia del occitano se percibe también en el catalán tupí, olla de barro con un asa. En nuestra tierra se adoptó como «tupín», en castellano, y tupina o dupina, en euskera, para describir una cacerola de tres patas que se utilizaba, entre otras cosas, con fines pirotécnicos. Tupín derivó luego en «chupín», palatalizando la te. El DRAE recoge «tupín» como voz propia de Álava y de Navarra con el significado de «marmita con tres pies». José María Iribarren, en su Vocabulario Navarro, recoge el uso de «tupín» como cacerola en diversas zonas de Navarra. Su uso debe de tener varios siglos de antigüedad porque Manuel de Larramendi, en su Diccionario Trilingüe del Castellano, Bascuence y Latin (1745), ya considera como voz vasca chupina, con el significado de «morterete de mano, que se dispara en las fiestas», y tupina como «olla de hierro colado»; en cambio, para cohete remite a los términos ciriricua o sugoaira. El Diccionario vasco-español-francés de Azkue (1906), también incluye tupin o dupin como marmita y «chupín» como vulgarismo por mortero. Según el DRAE, «morterete» es «pieza pequeña de hierro, con su fogón, que usan en las festividades, atacándola de pólvora, y cuyo disparo imita la salva de artillería». Federico Baraibar Zumárraga, en su Vocabulario de palabras usadas en Álava (1903), recoge «chupinazo» como «disparo estrepitoso que en las fiestas y regocijos populares se hace con un morterete llamado “chupin” con igual sufijo “azo” que de cañón, “cañonazo”». Pero no solo en Álava y Navarra, la palabra «chupín» también fue muy empleada en Vizcaya y Guipúzcoa. Miren Aintzane Eguiluz, en El dominio sensorial: fuegos artificiales en la fiesta barroca vizcaína (2021), explica que los chupines eran «cohetes muy ruidosos lanzados mediante tubos de hierro, también llamados chupines», y que en Bilbao dieron origen al oficio de chupinero, en ciertas épocas reservado a las mujeres. Según dice Emiliano de Arriaga en su Lexicón etimológico, naturalista y popular del bilbaíno neto, de 1896, por extensión se llamaba «chupín» también a la «escopeta chimbera», la de balines para cazar pájaros. Por su parte, Serapio Múgica, en su Geografía de Guipúzcoa (1918), describe en la llegada de los restos del padre Julián de Lizardi a su localidad natal de Asteasu en 1902 «el volteo de las campanas y el estampido de cohetes y chupines». Esta distinción se hace entre cohetes de caña, o voladores, y cargas de pólvora o salvas disparadas desde un chupín. En la prensa del siglo XIX suele aparecer la palabra «chupín» para referirse a esos disparos festivos propios del País Vasco, tan habituales y tradicionales que el periódico Irurac-bat de Bilbao, en agosto de 1857, se refiere al «histórico chupín vizcaíno» empleado en la ceremonia de toma de posesión de los diputados forales. Escribe la Gaceta de Madrid de 4 de septiembre de 1845 sobre la visita a Bilbao de Isabel II, acompañada de su madre, la reina M.ª Cristina: «Todo estaba dispuesto cuando a las cinco de la tarde empezaron los cohetes, los morteretes (aquí chupines); las campanas, el alboroto de la gente y una gran confusión y algazara anunciaron la proximidad de las augustas viajeras». La enciclopedia Espasa, editada a partir de 1908, que considera el término como propio de las provincias vascongadas, define «chupinazo» como «especie de cohetes que se disparan en las fiestas populares».

Posiblemente por esta vinculación del disparo de chupines con los países vascos, las Memorias de la Real Academia Española (1903, tomo 9) consideran que «tupín», «olla con tres pies, hecha de hierro colado», proviene «del vascuence tupín, que significa lo mismo», mientras que «chupinazo» es «disparo estrepitoso, que en las fiestas y regocijos públicos se hace con un morterete llamado chupín». Sin embargo, el DRAE corregirá posteriormente ese criterio para ligar tupín con el provenzal topin. Fuera del ámbito vasco, la voz chupín tenía y tiene otro significado, en el DRAE como «chupa corta», mientras que «chupa» es «prenda de vestir, del francés jupe, y este del árabe clásico gubbah». En América se llama también «chupín» a un guiso de pescado, parece que el término deriva del italiano o genovés ciuppin.

En algún momento hacia mediados del siglo XIX la expresión «disparo de chupines» va siendo desplazada por «chupinazos», vocablo derivado, como señalaba Baraibar, con la misma lógica que, en castellano, de cañón surgió cañonazo (en el fútbol, y no por casualidad, desde las primeras décadas del siglo XX se adoptan ambos términos como sinónimos y con el significado de fuerte disparo de balón). Así, el diario La Unión Vasco-Navarra de Bilbao informa el 17 de julio de 1881 del accidente ocurrido en una romería en Barakaldo con una víctima mortal y cuenta que «al disparar un chupinazo debió reventar el chupín, ya por tener demasiada carga o por cualquier otro motivo». En el siglo XX, cuando se comienza a disparar el chupinazo pamplonés, el término chupín había empezado a quedar en desuso y parece que el disparo con chupines desplazado por el de cohetes, mucho más cómodos y seguros.

En 1978 surge la Semana Grande de Bilbao que, a semejanza de las fiestas de tantas otras localidades, se inicia con el disparo de un cohete al que se prefirió bautizar como «chupín» o txupin, recuperando esta expresión antigua —aunque lo que se dispara no es un morterete sino un cohete de caña—, y que es lanzado por una chupinera o txupinera, cargo también resucitado. Esto ha dado lugar a que algunos supongan, erróneamente, que, en origen, txupin era una palabra eusquérica que significaba cohete y de la que derivó txupinazo como disparo de un cohete. El significado original que tradicionalmente aparecía en los diccionarios de euskera para txupin ha sido «chaleco», un claro préstamo procedente del castellano y del francés (así, el de Azkue, que tampoco incluye txupinazo y sí ziririko para cohete). Algún diccionario reciente ha incorporado este segundo y moderno significado para txupin como «tiro, chupinazo» (diccionario Labayru) o como «cohete» (Libro de Estilo del periódico Berria); pero la mayoría, incluido el de Euskaltzaindia, lo ignora y solo ha recogido, procedente del castellano, txupinazo como cohete que inicia unas fiestas.

domingo, 22 de octubre de 2023

La leyenda de Hemingway y las botas de vino

Nunca es tarde para conocer nuevas leyendas de Hemingway en Pamplona. La última que he conocido la propaga el mismísimo Ayuntamiento en su página web:
Nos cuenta que Jake Barnes, el protagonista de Fiesta, compra unas botas de vino en Las Tres ZZZ, en la calle Comedias, diciendo que era la única botería en el centro de la ciudad. En otra web se llega a afirmar que en Fiesta se nombra a la empresa de Las Tres ZZZ.:

Lo cierto es que Hemingway ni nombra a dicho establecimiento centenario, ni lleva a su protagonista a comprar botas a la calle Comedias (entonces, en 1925, llamada calle Dos de Febrero), ni era la única botería en aquella época. En los años 20 había tres boterías; dos en la calle Comedias, la de Pedro Echarri y la de Gregorio Pérez (Sucesor de Iglesias), conocida luego como Las Tres ZZZ; y otra, la de Fructuoso Pérez en la calle Mayor 91. Si se lee la parte de la novela donde el protagonista va a comprar botas, se concluye con facilidad que la botería que describe es la de Fructuoso Pérez. Los protagonistas van a la iglesia de San Lorenzo a ver la procesión; después de verla entrar, suben por la calle Mayor y entran en una taberna, desde la cual Jake Barnes sale a buscar la botería, bajando de nuevo por la calle Mayor hasta las cercanías de la iglesia de San Lorenzo, y una vez allá compra dos botas.


En la web del Ayuntamiento se transcribe un supuesto fragmento de Fiesta, "Llegué hasta la iglesia (San Nicolás) mirando a uno y otro lado", que no es literal sino que lleva un añadido de la cosecha de quien ha elaborado el texto municipal. Lo que se dice en Fiesta es: "I walked as far as the church, looking on both sides of the street. Then I asked a man and he took me by the arm and led me to it". Si se lee el párrafo completo, se deduce que la calle ha de ser la calle Mayor y la iglesia aludida la de San Lorenzo.

De las tres boterías mencionadas, hoy solo subsiste Las Tres ZZZ, que no necesita de esta leyenda (aunque la recoge también en su web) para seguir siendo un referente. Por cierto, que no está "en el Paseo Mendiluce", como dice el artículo de Navarra.com, vía inexistente en Pamplona, sino en la calle Puente de Miluce.

viernes, 20 de enero de 2023

Otorgado el Premio Vanderford 2022

He decidido crear un galardón anual, al que he bautizado como Premio Vanderford (para entender el porqué del nombre conviene leer mi libro La habitación de Vanderford), que se otorgará a un artículo de prensa que incorpore alguna de las leyendas, fábulas o invenciones de uso común sobre Pamplona y las fiestas de San Fermín dándolas por hechos ciertos. 

El premio es puramente honorífico, no lleva dotación económica y ni siquiera habrá una ceremonia de entrega. Consistirá únicamente en la mención del ganador en este blog explicando los méritos contraídos para obtenerlo.

Pues vamos allá con el premio de este año. De entre los candidatos presentados por el público, el jurado (yo mismo) ha decidido por unanimidad conceder el Premio Vanderford 2022 (artículos aparecidos en la prensa entre el 1 de enero y el 31 de diciembre de 2022) al artículo titulado «La premio Nobel Annie Ernaux también vivió "el júbilo vertiginoso" de San Fermín», firmado por Íñigo Sota y publicado en la edición digital de Diario de Navarra el 20 de diciembre de 2022.

Se cuenta en él lo siguiente: «A la lista de personalidades mundialmente conocidas que un día visitaron Pamplona por San Fermín, como el director de cine Orson Welles, los escritores Ernest Hemingway y Arthur Miller o la actriz Ava Gardner, se suma ahora Annie Ernaux».

Qué bonita la historia de Ava Gardner y la de anécdotas a las que ha dado lugar. Pero, desgraciadamente, Ava nunca vino a los sanfermines, ni siquiera pasó jamás por Pamplona.

En fin, un merecido premio por retomar, dando por buena, una de las más conocidas leyendas sanfermineras. Enhorabuena.





lunes, 28 de febrero de 2022

La primera noticia


Se suele decir que el primer periódico español, o uno de los primeros, fue la Gaceta Nueva de los sucesos particulares, así políticos como militares sucedidos en la mayor parte de la Europa, que apareció en 1661 en Madrid. Su editor era Francisco Fabro Bremundán, borgoñón, secretario de Juan José de Austria, hermano de Felipe IV y aspirante al trono, con el propósito de hacerle propaganda. Se publicó durante un par de años, reapareció en 1667 con el título de Gaceta ordinaria de Madrid y, tras varios cambios de nombre, a partir de 1697 se llamó Gaceta de Madrid. Tras la muerte de Felipe IV la Gaceta pasó a estar controlada por su viuda, la reina regente Mariana de Austria, madre de Carlos II. En 1762 la Corona asumió el privilegio de imprimirla y en 1836 se estableció que las leyes, decretos, reales órdenes y demás disposiciones del Gobierno tuvieran vigencia a partir de su publicación en la Gaceta, que se convirtió en un boletín oficial nacional. A partir de ahí, fueron desapareciendo las noticias para, finalmente, quedar solo los textos oficiales.

Tenemos fácil y cómodo acceso a todas las noticias que se publicaron en aquel periódico gracias a que todos sus números, desde 1661, están digitalizados y disponibles en la web del Boletín Oficial del Estado, que es la definitiva denominación que tiene esta publicación desde 1936. Podemos leer la primera noticia que se publicó en el número 1: «Avisan de Roma que han muerto los Eminentisímos señores Cardenales Don Juan de Lugo, español, natural de Sevilla, Religioso de la Compañía de Jesús, en Roma, de edad de 75 años; y Don Cristóbal Widman, veneciano, que falleció en Castillo de S. Martín de la Ciudad de Viterbo, de donde era Obispo».

Esta primera noticia contiene varios errores. En realidad, Juan de Lugo había nacido en Madrid, aunque su familia procedía de Sevilla y estudió en esa ciudad, y tenía 76 años; Cristóbal Widman no era obispo de Viterbo, sino cardenal presbítero de San Marcos en Roma. El obispo de Viterbo era Francesco María Brancaccio.

Tres siglos y medio después, las noticias de los periódicos siguen siendo igual de fiar…

domingo, 24 de octubre de 2021

El desastre contagioso

Parece que los desastres son contagiosos. Es la sensación que tengo con el asunto de la condena del diputado, o exdiputado, Alberto Rodríguez. Cada nuevo paso supone el inexorable cumplimiento de ese añadido a la ley de Murphy de que todo lo malo es susceptible de empeorar. 

La sentencia condenatoria ya resulta un despropósito, una de esas condenas que contribuyen al desprestigio de la Justicia en nuestro país, desprestigio del que suelen sorprenderse y quejarse los propios jueces, al menos los que mandan, demostrando que viven en una realidad paralela a la de la mayoría de la población. Las pruebas aportadas para desvirtuar la presunción de inocencia tienen toda la apariencia de carecer del mínimo peso exigible, como ponen de relieve los dos magistrados que firman un voto particular. Por cierto, ya resulta curioso que se pueda dictar una condena con votos particulares poniendo en duda que se hayan acreditado los hechos. En los procesos con jurado de los Estados Unidos, esos que conocemos tan bien gracias al cine y a la televisión, se exige unanimidad para condenar. Eso resulta bastante coherente con aquello de "más allá de toda duda razonable", que en nuestra cultura jurídica lo traducimos con un latinajo: in dubio pro reo. Si uno solo de los jurados no está seguro de la culpabilidad, es obvio que hay una duda que debe favorecer al acusado. En España los jurados no funcionan con la regla de la unanimidad, sino de la mayoría; y lo mismo los órganos judiciales, como en este caso. Si dos de los siete magistrados de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo dicen que "la prueba practicada en el acto del plenario, válidamente obtenida y desarrollada con inobjetable regularidad, está en cambio muy lejos de resultar suficiente para enervar las exigencias que resultan del derecho fundamental a la presunción de inocencia", uno diría que en el órgano que debe decidir se alberga la duda. Pero dura lex, sed lex, la norma de la mayoría es implacable, si la mayoría está segura, no cabe la menor duda.

El despropósito se multiplica cuando algunos partidos políticos y algunos medios de comunicación exigen que se aplique al condenado una pena que no aparece en la sentencia: que sea privado de su escaño de diputado. Uno ha leído con atención la sentencia y no ha conseguido encontrar la condena a la pena de inhabilitación para cargo público que se le pretende aplicar. Sí aparece "la accesoria de inhabilitación especial para el derecho de sufragio pasivo durante el tiempo de la condena", que es una pena distinta, como se deduce de la simple lectura de los arts. 42 y 44 del Código Penal.

Sigue empeorando la cosa cuando el presidente de la Sala de lo Penal se dirige a la presidenta del Congreso para que remita un informe sobre la fecha del inicio de cumplimiento de la pena de inhabilitación especial para el derecho de sufragio pasivo impuesta. Sorprende que se espere un informe del Congreso, cuando quien debiera controlar la inhabilitación del derecho de sufragio pasivo, es decir, que el diputado no pueda presentarse como candidato en ningún proceso electoral, lo debiera hace la correspondiente Junta Electoral, si se convocaran elecciones. Por alguna extraña razón, todo el mundo entiende que se está pidiendo a la presidenta del Congreso que prive al diputado de su escaño; una pretensión sin fundamento. Los letrados del Congreso emiten un informe en tal sentido, señalando que no procede la privación del escaño, y así lo acuerda la Mesa del Congreso.

La presidenta del Congreso se podría haber limitado a responder al presidente de la Sala de lo Penal adjuntando el informe de los letrados y diciendo que no le correspondía adoptar ninguna medida de ejecución de las penas impuestas al diputado; ni cobrarle la multa ni inadmitir su candidatura en algún proceso electoral. Nadie podría condenarle por prevaricación contando con un informe jurídico y un acuerdo de la Mesa. Pero, por alguna razón, quizás porque ha leído demasiado la prensa y poco la sentencia, la presidenta decide preguntar a la Sala "si debe procederse, como medida de cumplimiento, a declarar la pérdida de la condición de diputado del Sr. Rodríguez". El presidente de la Sala le responde, con toda razón, no sé si con toda oportunidad, que la ley "no incluye entre las funciones del Tribunal Supremo la de asesorar a otros órganos constitucionales acerca de los términos de ejecución de una sentencia ya firme"; no obstante, le aclarar que se debe "mantener la vigencia de la inhabilitación especial para el ejercicio del derecho de sufragio pasivo". Nada le dice sobre que deba privarse de su escaño al diputado, pena que no solo no aparece mencionada en la sentencia sino tampoco en la comunicación del presidente de la Sala. Los medios de comunicación deben de leer otro escrito distinto del que he leído yo porque sacan titulares como este: "El Supremo contesta a Batet que Alberto Rodríguez debe dejar el Congreso".

La presidenta decide dar un paso más hacia el esperpento total. La sentencia no lo exige, el presidente de la Sala de lo Penal no se lo pide, el informe de los letrados le dice que no procede, pero la presidenta del Congreso decide privar al diputado de su escaño. Con dos cojones, por decirlo finamente, o quizás acojonada por la presión mediática y política.

El despropósito se sigue contagiando. La ministra de Derechos Sociales acusa de prevaricación a la presidenta del Congreso en Twitter. "Fuentes" de Unidas Podemos anuncian que pondrán una querella contra la presidenta del Congreso por prevaricación; el portavoz del grupo parlamentario dice que será el diputado Alberto Rodríguez quien pondrá la querella. El interesado no dice nada de interponer ninguna querella, sino que se da de baja de Podemos. Algún periodista dice que no sabía nada de la querella, como la mayor parte de los diputados y dirigentes de Unidas Podemos.

Me parece errónea, improcedente y hasta infantil esa reacción. Nadie, menos una ministra, debiera hacer acusaciones públicas de prevaricación ni de ningún delito. Si tiene pruebas de la comisión de un delito, se aportan con la correspondiente denuncia o querella en la fiscalía o el juzgado de guardia; la práctica tan habitual de introducir ese tipo de acusaciones en el debate político es nefasta. Anunciar una querella por prevaricación en este caso es ingenuo e ineficaz. Probar la prevaricación resulta siempre muy difícil. Si se interpone una querella contra la presidenta del Congreso, acabará en la misma Sala de lo Penal del Tribunal Supremo donde se ha iniciado este culebrón, así que podemos esperar cualquier cosa. 

Lo que debieran anunciar Unidas Podemos o Alberto Rodríguez son los correspondientes recursos, primero, ante el Congreso y, luego, ante el Tribunal Constitucional. Órgano este que ofrece "tanta" confianza como el Tribunal Supremo, pero que es la antesala del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo, en el que se puede confiar un poco más. Cierto es que en estos casos, como le sucedió a Juan María Atutxa en un entuerto similar, tarda muchos años en sentenciar, y la justicia tardía es tardía pero no es justicia. Pero es lo que hay. Mientras tanto, pienso que Unidas Podemos o, más bien, los candidatos de la lista por la que salió elegido Alberto Rodríguez, debieran negarse a suplirle y dejar el escaño vacío. Nuestro Estado de Derecho cada vez más está hecho unos zorros, pero la lucha por el Estado de Derecho hay que darla desde dentro, utilizando los instrumentos que existen, y con inteligencia.

Pero, en fin, esto no ha acabado, así que estemos preparados para más chandríos...










jueves, 6 de mayo de 2021

Independencia

No soy nacionalista... Vale, ya sé que esto suena como lo de "no soy machista, pero...", o lo de "no soy racista, pero...". Hay muchos que dicen que no son nacionalistas, y en cuanto exponen sus ideas resulta que no son nacionalistas del nacionalismo que abominan, pero es que son de otro nacionalismo rival. Así que empezaré de nuevo. No creo en la nación, al menos en la nación en la que creen los nacionalistas: una comunidad creada por Dios o por la Historia con vocación de eternidad, una unidad de destino indisoluble, con derechos inalienables a la independencia y a la soberanía, dotada de una identidad nacional, una lengua nacional, un carácter nacional y una gastronomía nacional. No creo en el patriotismo, me parece que en sus formas mas habituales es, como dijo Bertrand Russell, una peligrosa enfermedad. No creo en el principio de las nacionalidades, sí en el de autodeterminación de cualquier comunidad, no de las naciones, también de la Maragatería o de las Alpujarras sin necesidad de que reclamen ser naciones. No creo en la independencia, todos somos interdependientes, ni en la soberanía, si hubiera un poder soberano, por encima de todos los demás poderes, habría que luchar por aniquilarlo. Creo que el poder hay que compartirlo, limitarlo, dividirlo y controlarlo, la soberanía lleva al despotismo, sea el de un monarca soberano o el de una comunidad soberana. Sé que todo esto son mitos políticos que han tenido mucho éxito porque tienen su utilidad, y que la siguen teniendo, por eso están tan difundidos y arraigados. Pero, repito, no creo en ninguno de ellos, es decir, creo que son nocivos y peligrosos y que hay que luchar porque desaparezcan. Sí creo en los estados-nación, unos artefactos que suelen tener fecha de invención y de caducidad, que no son irrompibles, hay que admitir que se pueden trocear, que son útiles siempre que no se confundan con una nación.

Dicho lo cual, excepcionalmente estoy a favor de dos independencias, de que dos porciones de sendos estados-nación se separen de ellos, no en nombre de los derechos nacionales, sino por meras razones prácticas.

En primer lugar, apoyo la independencia de Escocia. Creo que a los escoceses les estafaron. En el último referéndum de independencia les convencieron de que era un mal negocio separarse del Reino Unido porque ello conllevaría salirse de la Unión Europea. Así que se quedaron en el Reino Unido, para que poco tiempo después la mayoría de ingleses y galeses (los escoceses, norirlandeses y gibraltareños votaron en contra) decidieran la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Me parece razonable que haya una segunda ronda, que los escoceses puedan decidir abandonar el Reino Unido y regresar a la Unión Europea, de donde no debieron salir por una decisión nacionalista e infantil.

En segundo lugar, apoyo la independencia de la Comunidad de Madrid. Sí, incluso aunque los madrileños no parece que se la estén planteando, pero es en defensa propia del resto de España. Llevamos varias décadas en que la descentralización política que suponía el Estado de las autonomías ha sido anulada por una centralización económica donde Madrid va vaciando de habitantes y recursos a buena parte del resto de España. Gracias a un sistemático dumping fiscal va acumulando empresas, actividad, inversiones, a costa de los demás. La puntilla son las últimas elecciones. La mayoría de los madrileños han caído en el más perverso trumpismo, ahora que en los Estados Unidos están saliendo de él, un trumpismo castizo aún más ridículo que el original. Votan a una presidenta cuya indigencia intelectual es notoria y que como programa ha presentado la defensa de una identidad madrileña supuestamente consistente en una acracia reaccionaria donde la presidenta puede hacer lo que le dé la gana (supongo que los casi doscientos mil empleados a sus órdenes no participarán del mismo principio) y donde vivir en una ciudad tan inhóspita para quien no tiene dinero se compensa con el poder tomar cañas en las terrazas después de salir de un trabajo de mierda y antes de volver a una vivienda que no se puede pagar si también se quiere comer. Con ese voto la mayoría de los electores muestran ser tan irresponsables y peligrosos como sus dirigentes. Así que propongo que Madrid se independice de España. Que se vayan. Si quieren, como Madrid es España dentro de España, que se queden con el nombre, y con la bandera, y con el rey. Sobre todo con el rey. El resto de España ya nos buscaremos otro trapo de colores, otro jefe del Estado y otro nombre. Y si los madrileños no se quieren ir, vámonos los demás, que el resto de España se independice de Madrid. Vale, tampoco quiero castigar a todos los madrileños. Algunos están tan horrorizados como yo. Vamos a buscar una solución de compromiso, una partición, como las que hicieron los británicos en Irlanda o en la India. Que se vengan con el resto de España los de Vallecas, los de Rivas o los de Getafe, si no quieren irse con los de Salamanca, Retiro, Chamartín, Pozuelo o Las Rozas.