Llevo más de treinta años desplazándome en bicicleta por Pamplona, y habitualmente lo he hecho por la calzada. Durante este tiempo no he tenido ningún accidente, sí algunos pequeños incidentes sin mayores consecuencias, como haber sido derribado por un peatón que cruzaba la calle sin mirar y sin tener preferencia, o haber tenido que frenar bruscamente en el último momento para no ser arrollado por un vehículo de motor que no respetaba las normas de tráfico, y seguidamente soportar los gritos del conductor que se creía con una prioridad que no tenía. Esto último sobre todo sucede en las rotondas, en las que casi ningún conductor sabe qué normas hay que respetar.
Últimamente
abandono a veces la calzada para circular por un mal llamado carril-bici, que
con frecuencia no es tal (“Vía ciclista que discurre adosada a la calzada, en
un solo sentido o en doble sentido”) sino una acera-bici (“Vía ciclista
señalizada sobre la acera”). Pero, la verdad, prefiero circular por la calzada
que por carril-bici o acera-bici. Me parece más cómodo y más seguro, en contra
de la opinión de muchos ciclistas que reclaman su derecho a invadir las aceras
en nombre de la seguridad y que se niegan a cumplir las normas de tráfico y
circular por la calzada cuando no hay vías ciclistas específicas.
Ciertamente,
sería más seguro circular por las vías ciclistas si estas respondieran a lo que
dice la ley que son: “Vía específicamente acondicionada para el tráfico de
ciclos, con la señalización horizontal y vertical correspondiente, y cuyo ancho
permite el paso seguro de estos vehículos”. Lo que sucede es que en nuestra
ciudad no existen tales vías ciclistas. Existen falsas vías ciclistas mal
acondicionadas, mal señalizadas (con frecuencia, con señales no reglamentarias,
confusas o contradictorias), o directamente no señalizadas, con un ancho que no
permite el paso seguro de nadie (sin exagerar lo más mínimo, en Pamplona hay
aceras de un metro de ancho por donde se supone que han de circular peatones y
bicicletas en ambas direcciones). Pero lo más grave es que esas supuestas vías
ciclistas están diseñadas de modo que los ciclistas las tienen que compartir
necesariamente con una enorme variedad de otros usuarios: peatones que van a
depositar bolsas de basura en contenedores situados junto a la supuesta vía
ciclista, peatones que suben o bajan del estacionamiento situado a lo largo de
la supuesta vía ciclista, peatones que esperan al autobús en una parada
atravesada por la supuesta vía ciclista, peatones que necesariamente han de
cruzar por la supuesta vía ciclista para circular por las aceras o tomar los
pasos de peatones, operarios que utilizan zonas de carga o descarga señalizadas
junto a la supuesta vía ciclista, patinetes, sillas de ruedas y otros vehículos
diversos autorizados a circular por las supuestas vías ciclistas, por no
mencionar a muchos usuarios que ignoran, en el más amplio sentido de la
palabra, las normas de circulación e invaden continuamente las supuestas vías
ciclistas: paseantes de perros, paseantes en general, deportistas que utilizan
las vías ciclistas como pistas para correr, madres y padres que empujan
cochecitos de niños, vehículos de motor estacionados sobre la supuesta vía
ciclista, etc. Así que el ciclista que se arriesga a circular por las supuestas
vías ciclistas tiene que estar muchísimo más atento a quien se le va a cruzar
por delante que si circula por la calzada.
Los
vehículos de motor que circulan por las calzadas constituyen un gran peligro
por su velocidad, que puede lesionar gravemente o incluso matar a un ciclista o
a un peatón si lo atropellan. Pero al mismo tiempo, ofrecen una ventaja, y es
que son mucho más previsibles que otros usuarios de las vías públicas. De
normal, son vehículos que se desplazan en una sola dirección: hacia delante. En
términos ajedrecísticos, diríamos que son como los peones. Su movimiento está
limitado. No pueden desplazarse lateralmente. Cierto que también pueden ir
marcha atrás, pero lo hacen en ocasiones mucho más puntuales, despacio y con
una luz que lo avisa. De normal el ciclista sabe que los vehículos de motor van
a avanzar hacia delante. Para circular con seguridad por la calzada solo hay
que seguir unas pocas reglas que no están en los reglamentos: no fiarse de que
los conductores conozcan las reglas de tráfico; no pretender tener nunca
prioridad; no ponerse en la trayectoria de un vehículo de motor que esté
cambiando de dirección o que encontremos en un cruce, por mucho que la
normativa de tráfico nos diga que tenemos prioridad, mientras no lo veamos
detenerse y cedernos el paso; no suponer que los intermitentes indican las
intenciones de los conductores (una luz intermitente puede querer decir que el
coche va a girar en la dirección que indica la luz, que va a girar en la
dirección contraria, que no va a girar, o que va a hacer cualquier otra cosa,
lo mejor es desconfiar en todo caso). Con estas simples normas, llevo varias décadas
sin haber sido atropellado por ningún vehículo de motor, aunque lo han
intentado más de una vez.
Frente
a la previsibilidad de los vehículos de motor, los usuarios de las supuestas vías
ciclistas son completamente imprevisibles. Pueden moverse en todas las
direcciones, como la reina en el ajedrez. Te pueden aparecer en cualquier momento,
a cualquier velocidad. Pueden frenar en seco, y no tienen luz de frenado que te
lo advierta. En el caso de niños y perros, su forma habitual de desplazarse es
pasar de la inmovilidad a la carrera de repente y sin avisar, y suelen
arrastrar detrás de ellos a sus cuidadores. Por otro lado, los peatones no solo no tienen espejos retrovisores, como los conductores de vehículos de motor, que
les permitan ver todo lo que pasa a su alrededor y no solamente frente a ellos,
sino que con mucha frecuencia ni siquiera van mirando en la dirección en la que
avanzan. Pueden perfectamente moverse de espaldas, o hacia un lado mientras están
mirando hacia el contrario, o pueden andar hacia delante con la mirada puesta
en la pantalla de su teléfono móvil, algo cada vez más frecuente. También es
muy normal en los peatones funcionar de oído: si no oyen el ruido de un motor,
no se preocupan de mirar, y no advierten de la presencia de vehículos
silenciosos como las bicicletas. Los peatones, además, pueden invadir la
supuesta vía ciclista incluso aunque haya una valla, o un seto, o un bordillo,
o cualquier cosa que la separe del resto del espacio. Por otro lado, en algunas
de las supuestas vías ciclistas te puedes encontrar en cualquier momento con la
puerta de un coche estacionado que se abre, o con una carretilla que sale sin
avisar de detrás del camión que está descargando. En suma, si circulas en bicicleta por una
supuesta vía ciclista no puedes descuidarte ni un solo momento, tienes que ir
alerta, con visión de 360 grados, y temiéndote encontrar obstáculos en cualquier
momento.
Así
que, por favor, denme calzadas, que circulo mucho más tranquilo.