1. Creo que la libertad de expresión conlleva la carga de
que alguien se pueda sentir ofendido cuando es ejercida por otros. Garantizar que
nadie se ofenda por nada únicamente se consigue negando la libertad de expresión.
No solo en caso de duda debe darse preferencia a esta, sino también cuando no
hay duda alguna de que su ejercicio ofenderá a alguien. Por esa razón no creo
que deba prohibirse, censurarse ni sancionarse la exposición que Abel Azcona ha
montado en la Sala
de Exposiciones Conde de Rodezno de Pamplona, aunque es obvio que su propósito
era ofender (“provocar”, se prefiere decir).
2. No entiendo muy bien en qué consiste el delito de ofensa
de los sentimientos religiosos que se incluye en el Código Penal. Definir en
qué consiste exactamente la religión ya es complicado, así que poner límites a
los sentimientos religiosos resulta muy problemático. Me temo que decidir cuándo
se comete ese delito queda a un arbitrio excesivo de los jueces que tengan que
ocuparse del caso. Yo a menudo siento que se ofenden mis sentimientos, pero no
sabría decir cuándo son los religiosos y cuándo son los otros sentimientos que
tampoco soy capaz de identificar y delimitar. Cuando nuestros buenos aliados
los saudíes condenan a alguien a muerte por dejar el Islam para convertirse a
otra religión mis sentimientos se ven afectados, pero no sé si son los
religiosos. También me sucede con todas las noticias sobre abusos sexuales
ejercidos por sacerdotes, sobre las turbias finanzas del Vaticano, sobre las
misas en recuerdo de Franco, sobre los atentados yidahistas, sobre la persecución
religiosa en Siria e Iraq, sobre el genocidio armenio, sobre la explotación
infantil en el tercer mundo por la industria textil, sobre los refugiados que
se ahogan en el Mediterráneo, sobre las hambrunas en África, sobre los desahucios
en España, sobre la creciente pobreza y desigualdad… No sé si mi aversión a la
guerra y a la pena de muerte proviene de mis creencias religiosas (“No matarás”,
dice la Biblia),
de mis creencias filosóficas, políticas, éticas o estéticas, no soy capaz de
compartimentarlas. La verdad es que mi adicción a leer la prensa todos los días
afecta gravemente a mis sentimientos, pero no tengo ni idea cuándo a los
religiosos y cuándo a los demás y no aspiro a que manden a nadie a la cárcel
por ello. También ofende mis sentimientos la gente de piel muy fina que
tiene la bíblica costumbre de rasgarse las vestiduras a cada poco alegando que
se ofenden sus creencias y que monta misas de desagravio suponiendo que Dios también
es un ser muy susceptible que se ofende fácilmente y al que hay que aplacar de
continuo. Yo creo que Dios no se ofende tan fácil.
3. La exposición que ha montado Abel Azcona, al menos la
pieza que ha producido tanto escándalo (no conozco el resto), ese montaje con
hostias, me parece de una idiotez insuperable. Lo de ir de iglesia en iglesia
haciendo como que comulga para conseguir las formas consagradas me parece de un
infantilismo supino. Como comerse el Corán, que hizo el mismo individuo hace un
tiempo. Creer que es arte simplemente la provocación por la provocación resulta
algo muy caduco, lo de épater les
bourgeois tiene más de cien años y ya aburre. Hacerse luego el sorprendido ante
las reacciones provocadas indica que el presunto artista es un cínico o un memo.
Desgraciadamente, exposiciones tan estúpidas como esta para solaz exclusivo del
artista y de unos pocos amiguetes son frecuentes y contribuyen a alejar a la
mayor parte del público de las galerías donde se exhiben. El Ayuntamiento de
Pamplona, y todas las instituciones públicas, harían bien en pensar mejor en qué
se gastan el dinero.